Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 25 de diciembre de 2015

Crónicas navideñas 4: Las uvas de la suerte

Una por una fueron sonando las campanadas y nos fuimos comiendo las uvas. Primero a ritmo, a partir de la cuarta, con algunas demoras por la risa o porque estábamos pendientes de las caras de los otros, con la séptima, ya con la boca llena, solo sonrisas y concentración, en la décima estallaron las carcajadas y empezamos a espurrear, y al llegar a la duodécima… , la duodécima no sonó.
Todo quedó parado, cada uno con su boca llena, su sonrisa y la última uva en la mano. Solo la abuela, que estaba muy torpe para tomar las uvas, los niños pequeños y un caprichoso, que tomaba gominolas, siguieron en movimiento. Y así pasó en todas las casas y en las plazas de las ciudades y los pueblos, donde en ese momento la multitud con la boca abierta y una uva en la mano derecha, en absoluto silencio y sin movimiento alguno, formaban la imagen de una postal de Navidad. Entre esas esculturas humanas, comenzaron a aparecer los pocos que no participaron de la fiesta, unos curioseando, otros buscando a sus familiares y algunos aprovechando la situación para sisar alguna cartera, una cadena o un móvil.
Pasó más de una semana, y unos seguían su rutina diaria, mientras otros continuaban inmóviles. Buscando una solución, los gobernantes llamaron a los bomberos que estuvieron de servicio esa noche y no tomaron las uvas y les ordenaron ir a todas las plazas y hacer que el mecanismo del reloj volviera a funcionar o que golpearan la campana con el martillo. Fue un intento desesperado pero efectivo, al oír la campanada, todos se comieron la uva que faltaba y comenzaron la ronda de besos.. Primero fue en las plazas con retransmisión televisiva y en las casas, luego en las ciudades, de más a menos habitantes, después en los pueblos, empezando por los más importantes, y finalmente en las aldeas.
Todo haberse resuelto el problema, pero enseguida se dieron cuenta que vieron que aunque todos habían vuelto a la normalidad, lo habían hecho en distintos momentos y se había perdido la sincronía, incluso los relojes marcaban horas y días distintos. Como consecuencia, algunas pitonisas averiguaban el futuro sin equivocarse, otros compraban siempre el décimo de lotería premiado, aparecieron corredores de bolsa que presumían de vaticinar las empresas que iban al alza o se hundían y las abuelas torpes eran capaces de avisar cuando una comida se iba a quemar o cuando su nieto se iba a caer o iba a enfermar. 
Había que buscar una solución y para ello dejaron previsto que en la siguiente Nochevieja sonaran primero las campanas en las aldeas, después en los pueblos, empezando por los manos importantes, en las ciudades, siempre de menos a más habitantes y, finalmente, en las plazas con retransmisión televisiva y en las casas.

Más tarde, para que todo volviera a ser como antes, los gobernantes de cada país obligaron a las abuelas torpes, a los niños pequeños, a los carteristas, a los bomberos de guardia y a los caprichosos, a tomar sus doce uvas de la suerte. Pero no obligaron a todos, buscaron a políticos afines, militares y economistas que no las hubieran tomado en su día, y los contrataron como consejeros permanentes, dejando sin trabajo a profetas, brujos y pitonisas.

Las uvas de Nochevieja, de Ángel Rodríguez.

Crónicas navideñas 3: El gordo de Navidad

‒¿Qué va a hacer con el premio?
‒Compraré una gran caja fuerte.
‒¿No va a llevarlo al banco?

‒Sí, el dinero sí. En la caja fuerte guardaré mis ilusiones y mis sueños y luego tiraré la llave, no vaya a ser que al alcanzarlos, me defrauden.

La diosa Fortuna, de J. Bernard

viernes, 18 de diciembre de 2015

Crónicas navideñas 1. Comunicado oficial

Detectado un conato de  rebelión en una pequeña ciudad de Judea, a la que se había desplazado una multitud de pastores y obreros de otros gremios que, según informantes cualificados, contaban con el apoyo de varios monarcas extranjeros.

Tras acudir las tropas regulares al lugar de los hechos se procedió a abortar dicha rebelión. Continúa la situación de alerta, ya que algunos de los rebeldes más destacados han podido huir.

A consecuencia de la acción militar desarrollada contra los allí presentes, como daños colaterales, tenemos que lamentar el fallecimiento de cientos de niños.

Firmado.

Herodes I.

La adoración de los pastores, de El_Greco

Crónicas navideñas 2: Linchamiento

Lo llevaban atado como a un perro y lo arrastraron por las calles entre insultos y todo tipo de vejaciones, sin que él llegara a entender nada.
Como cada día de fiesta, se había levantado y preparado el desayuno, pero cuando iba a sentarse a tomarlo escuchó una gran algarabía y unos fuertes golpes en la puerta. Se asomó y varios encapuchados se arrojaron sobre él, le taparon la cabeza con un saco, lo ataron y, sin más explicaciones lo sacaron de la casa, entre gritos y empujones.
Al llegar a la plaza, lo pusieron de rodillas y uno de ellos le susurró al oído: “Hoy es el día, no hay perdón para actos como el tuyo. Ya está preparado el patíbulo”.
Los gritos volvieron a hacerse más intensos, e incluso le pareció oír unas risotadas entre la multitud, pero de pronto se hizo un profundo silencio, como si la plaza se hubiera quedado vacía.
Aún de rodillas, con la cabeza tapada y atado, notó que alguien se acercaba por detrás, y sin mediar palabra, cortaba la soga de las manos y salía corriendo.
Estuvo unos minutos sin moverse, sin saber qué hacer, hasta que poco a poco se fue incorporando, intentó escuchar algo pero el silencio era impenetrable, y se decidió por fin a quitarse el saco. En ese momento, aún cegado por la luz del sol, pudo oír a todo el pueblo, que gritaba entre risas "inocente, inocente…"


Se fue del pueblo y nadie volvió a saber de él, pero cada veintiocho de diciembre encuentran en la plaza a un vecino, al que le han clavado un gran  muñeco de papel en la espalda con un puñal.

La matanza de los Santos Inocentes, de Peter Paul Rubens.

viernes, 11 de diciembre de 2015

La casa vacía

Volví a casa de mis padres. Hacía tiempo que habían fallecido y tenía una cita con un corredor para ponerla a la venta. Entré con mucho tiempo de antelación y me entretuve abriendo los armarios y los cajones, rebuscando sin pretender encontrar nada en especial. Recorrí mi cuarto, su habitación, el salón y por último entré en su despacho, un lugar casi prohibido para mí y mis hermanos.
Al acercarme a su mesa de trabajo noté como afloraban escenas de mi infancia, pude ver a mi padre repasando sus libros, haciendo crucigramas o escribiendo, cogí una foto en la que, con mis hijos y mi mujer, lo rodeábamos el día de navidad; el retrato de mi madre, y muchos papeles desordenados que probablemente tuvieron la suficiente importancia para que los guardara durante años. Sentí su mirada amarga cuando mis notas no fueron suficientes para pasar curso o el día que le impuse mi destino en contra de su voluntad.

Me senté entonces en su butaca, cogí un papel de su escritorio, encendí un cigarro y escribí esta historia.

Antigua Máquina de Escribir, de Manuel Domínguez Velázquez de Castro.

Un resultado inesperado

Llevaba más de dos años estudiando la vida salvaje en la selva. Cumplidos los ocho meses parió un pequeño orangután y se dio cuenta hasta donde puede llegar la imaginación.

El sueño, de Henri Rousseau

viernes, 4 de diciembre de 2015

Congreso por la paz

Hace más de cien mil años el hombre primitivo dio un paso evolutivo de capital importancia, comenzó a hablar. La primera palabra que dijo fue "mío", pero ese hito pasó desapercibido hasta que alguien de otra tribu fue capaz de replicarle. Cuando ambos se encontraron gritaron un "mío" cada vez más amenazante y así comenzó la primera guerra de la historia.

Años más tarde, cuando el lenguaje ya había adquirido importancia, para evitar otra nueva contienda, el Consejo de Ancianos, intentó sin éxito prohibir la palabra "Dios".


Relato seleccionado en el III Certamen de Micrrorrelatos de Historia "Francisco Gijón" y publicado en su antología.

El príncipe y las alcahuetas

Bajó de su corcel en cuanto vio a la joven -entre muerta y dormida- en un claro del bosque, rodeada de siete hombrecillos que lloraban desconsolados. Les preguntó qué pasaba pero no le respondieron: Uno refunfuñaba y gritaba a su amigo, que se escondía tímidamente tras un árbol, el mayor miraba absorto una manzana, el cuarto discutía porque otro no dejaba de estornudar y el último, ajeno a todo, paseaba y cantaba feliz. Sólo el más pequeño se fijó en él y parecía querer atenderle, pero no sabía hablar.


Estaba desesperado y entonces vio a tres haditas con sus pequeñas varitas mágicas que llamaron su atención y se lo llevaron a un castillo cercano donde la bella Aurora dormía un profundo sueño.

La bella durmiente, de Victor Vasnetsov

viernes, 27 de noviembre de 2015

La debilidad del tirano.

El ejército no pudo abortar el levantamiento, y los rebeldes, hartos de la crueldad y los abusos de tantos años de opresión, asaltaron el palacio. Durante el saqueo el dictador se escondió, junto a algunos allegados, en una estancia secreta, en la que esperaba estar seguro hasta que acabara la revuelta.

Cuando vio que habían destrozado su colección de muñecos de Disney,  Kim Jong-un fue incapaz de contenerse, y por primera vez lo vieron llorar.

Kim Jong-un, de Saint Hoax

Saboteadores

Alguien se fijó en mí y creó un símbolo. Desde entonces procuro ir andando, en el aire soy blanco fácil para los francotiradores.

Paloma de la paz, de Pablo Picasso.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Una noche oscura en una carretera solitaria

"El coche se vino hacia mí. No frenó hasta que el choque con el camión fue inevitable. Salió despedido y tras dar varias vueltas, terminó en la cuneta. Al acercarme a socorrerlo ya estaba muerto".

Mientras el camionero explicaba como fue el accidente, el agente examinaba el interior del vehículo y pudo ver un móvil encendido con una conversación abierta ‒en el wasap:

‒¡Cuidado!
‒¿Quién eres?
‒La chica de la curva.

‒¿De qué tengo que tener cui…

Noche, de Guillermo Sedano

El alfarero

I

El alfarero había terminado de hacer la vasija de barro, miró y remiró la forma, la proporción, el acabado y los dibujos que la adornaban, y se sintió orgulloso.
Con mucho cuidado, la puso en el mostrador, junto a otras tantas. Después escribió en el libro de registros: “vasija nº 3.241: Perfecta”.
Descansó viendo su obra maestra.

II

El alfarero, como cada día, trabajaba desde temprano intentando terminar una nueva vasija. Lo hizo con la rutina de siempre y, acabada, se sentó a observarla. No le gustaba, quizá un asa algo más alta que otra, el dibujo no del todo simétrico, cierta desproporción en las formas. Acabado el trabajo, la cogió y la puso junto a las demás. Por la noche escribió en el libro de registros “vasija nº 3.412: Mal”.
Descansó insatisfecho.

III

Entró un cliente y tras escudriñar la tienda dijo al alfarero: “necesito una vasija”.
‒¿Cuál quiere usted? preguntó mientras le señalaba el mostrador.

‒Da igual, una cualquiera, contestó distraído el cliente.

El alfarero, de Susana Guaderrama

viernes, 13 de noviembre de 2015

Rutina.

En la playa, gotas de mar se secaban sobre la piel de ébano de unos cincuenta cuerpos inertes, una anciana dormitaba, algunos niños corrían y un matrimonio paseaba indiferente.

Al día siguiente, una anciana dormitaba, algunos niños corrían, un matrimonio paseaba indiferente y una campana lejana marcaba cansina las horas.

Día de verano en el sur de la playa de Skagen, de Peder Kroyer

Estrategia comercial.

Entregó su autobiografía al editor que, insatisfecho por el final de la obra, le asestó dos certeras puñaladas y arrojó su cuerpo a un descampado.

Meses después se publicó el libro, con un nuevo final y gran éxito de ventas.

La musa, de Guillaume Seignac

viernes, 6 de noviembre de 2015

Prevención

Micifuz se intentó escapar seis veces saltando desde la azotea.

La séptima vez prefirió hacerlo bajando sigiloso la escalera.

Desde mi ventana, de Marc Chagall

Conspiración

Entre las hojas de los árboles y alrededor de los riachuelos del bosque, disfrutaban cientos de criaturas. Una joven peinaba sus cabellos dorados mirándose en el lago, donde miles de ranas croaban esperando el momento de convertirse en príncipes; cuatros músicos venidos de Bremen competían con un flautista que hacía bailar a ratones, mendigos, damas y reyes; dos hermanos devoraban ansiosos su coqueta casa de chocolate; príncipes de todo el mundo besaban a campesinas, cenicientas y bellas durmientes, que reían ante las insinuaciones de sus reales altezas; y una niña vestida de rojo jugaba al coger con el lobo mientras tres cerditos cantaban, un gato de altas botas convencía a un patito de que no era tan feo y un niño de madera pescaba con la nariz.

Al atardecer apareció una vieja con una enorme verruga en la nariz y comenzó su faena: Las jóvenes se quedaron solas mientras los príncipes engrosaban la legión de ranas, el juego del lobo se convirtió en una cacería, el flautista se volvió loco raptando niños, la niña del pelo de oro se quedó encerrada en una torre, la casa de chocolate se convirtió en hoguera y tres haditas lloraban encerradas en una jaula.


Por la noche, en una posada, reunidos alrededor del fuego, con una bolsa llena de monedas de oro, Perrault, Saltem, Andersen y los hermanos Grimm esperaban a la vieja.

The Evil Queen, de Greg Guillermin

viernes, 30 de octubre de 2015

Algo había cambiado.

Tras una larga ausencia, se sentó a tomar un café en el bar de la plaza del pueblo. Parecía que no hubiera pasado el tiempo: el camarero era el de siempre y la clientela la habitual, con más canas y algunas ausencias, el sol comenzaba a alumbrar tímidamente la fachada rosa de la casa de enfrente, las farolas aún permanecían encendidas dando un ambiente cálido a la plaza, solo roto por el ruido de algún coche o el ladrido de un perro, y las palomas revoloteaban alrededor de la fuente.
Terminado el café, dejó unas monedas en la mesa, cruzó la plaza entre los naranjos y las cuatro palmeras que delimitaban la zona ajardinada, y se acercó a la esquina, al puestecillo en que de niño compraba chucherías y pasados los años el único cigarrillo que la salud y su familia le permitían, y que se fumaba con el anciano quiosquero, mientras mantenía una intrascendente conversación sobre fútbol o el tiempo.

Al llegar a la esquina y ver el quiosco cerrado, notó el profundo silencio de la ausencia y su desazón se convirtió en añoranza.

Quisco en la plaza del Corrillo de Salamanca, de Marta Ferreras

Pago en especie (la cuentacuentos)

El conductor del autobús estaba terminando otra anodina jornada de trabajo y, cansado de la rutina diaria de atascos, semáforos e impersonales saludos y despedidas, volvía camino del garaje. Hacía un repaso mental del día cuando vio a una joven, que levantaba la mano reclamando que parara para subir. El conductor frenó y la observó, era una joven delgada, vestida como si hubiera salido de un cuadro costumbrista de principios del siglo pasado y que le sonreía complacida antes de acceder al autobús.
Sólo queda una parada para llegar al garaje, le dijo, pero la joven le contestó que no importaba, que le venía bien, y se dispuso a pagar el billete.
Son dos euros, le requirió mientras cerraba las puertas, y la joven, para su sorpresa le contestó que no los tenía y le ofreció una bolsa llena de semillas, al tiempo que le explicaba -si planta estas semillas, verá brotar el bosque de Blancanieves, con éstas crecerán los hermosos jardines del palacio de Las Cenicienta,  de éstas nacerán grandes habichuelas que llegaran al cielo…- y así siguió hasta el final del trayecto.

El conductor, deseando llegar a casa, prefirió no discutir y las cogió de mala gana, A la mañana siguiente, quizás recordando la dulce mirada de la muchacha y las dudosas propiedades que atribuía a cada una de las semillas, decidió plantarlas y esperar a ver que pasaba.


Unas semanas más tarde, al salir de casa y mirar el jardín, observó asombrado que, tras años de silencio, había renacido su imaginación.

Pescadores de sueños, de Juan Fernández.

viernes, 23 de octubre de 2015

Pasatiempo

El juego parecía fácil, consistía en utilizar dos vocablos y, usándolos como verbo, sustantivo o cualquier otra forma gramatical, redactar dos frases con distinto significado. Por ejemplo:
- Me muero se sueño.
- Soñé que me moría.

Resuelto el problema, haría lo mismo con tres palabras:
- No me canso de mirar tus ojos.
- Tus ojos cansados de miran.
- Noté tu cansancio al mirarte los ojos.

O redactar cuatro locuciones con el mismo número de vocablos:
- Volví a Jaén en busca de mis recuerdos.
- Vuelvo de Jaén sin los recuerdos que buscaba.
- La búsqueda de mis recuerdos, hizo que volviera a sentirme de Jaén.
- Por mucho que busque entre mis recuerdos, no me devolverán Jaén.

Y así seguí hasta conseguir, con treinta palabras, redactar otros tantos textos.


En ese momento sentí que ya podía entrar en la carrera política para la que tanto tiempo me había estado preparando.

El acta de la anterior: Salón de Sesiones del Senado, en 1906, de Astenio Mañanós.

Avaricia

Marcos tenía lo justo para comer, incluso algunos días sólo podía cenar un mendrugo de pan. Había trabajado en la banca, pero una mala inversión lo llevó a esa situación de pobreza y soledad.

Un día, al volver de un comedor social, se encontró con una carta en el buzón. Al abrirla pudo leer que había heredado de un tío suyo dos pisos y un chalet. Era su salvación, con la venta de esos inmuebles se resolvería su problema económico y, con ese convencimiento, se puso a buscar antiguos compañeros para sacar las propiedades a la venta cuanto antes.

Recibió ofertas que para sus amigos y para él mismo eran razonables. En poco tiempo encontró compradores para los pisos y el chalet, pero no podía dormir tranquilo. Subió el precio de venta, y los posibles compradores parecía que seguían interesados, volvió a subirlo y aceptaron a regañadientes, entonces pensó en subirlo una tercera vez, pero decidió simplemente no venderlos.

“Querían aprovecharse de mí”, se decía mientras cenaba un mendrugo de pan.

Cabeza de mendigo, de Ignacio Zuloaga.




viernes, 16 de octubre de 2015

Mirando atrás

Decidí comerme la moneda de chocolate que guardaba desde niño. Al retirar la fina lámina dorada que la cubría, observé atónito que el monarca también había envejecido.

Tales you lose, de Andre Levy

Honestidad

El puñetero ojo de la cerradura le permitió asomarse al cuarto oscuro y pudo ver en un rincón a su conciencia agonizante.
Fue tal el impacto, que ese mismo día decidió abandonar su escaño.

El cuarto oscuro, de Antoni Tapiés


viernes, 9 de octubre de 2015

Pelillos a la mar

Así se llamaba en nuevo programa, que sin duda atraería a los telespectadores a "Tele 10", que estaba pasando por unos niveles bajísimos de audiencia.
Habían dispuesto todo, un escenario espectacular, un presentador simpático y alegre rodeado de dos azafatas esculturales, y un público dispuesto a aplaudir y disfrutar con las ocurrencias de los participantes.
Aunque el formato no se diferenciaba mucho de cualquier otro concurso, lo que lo hacía único era el contenido y los premios, para lo cual tuvo que conseguir un difícil acuerdo con el Ministerio de Justicia.
Desde hacía semanas se anunciaba en la cadena y en los periódicos la presencia de maltratadores convictos que estuvieran dispuestos a participar, para aligerar su pena y, de camino, con su ejemplo, concienciar a la población. La dinámica era simple: cada concursante debería justificarse ante un riguroso jurado,  pedir perdón a la mujer maltratada y hacer un acto de contricción; si convencía al jurado, conseguía el perdón de la mujer y si el arrepentimiento parecía real, se le perdonaría la pena pendiente y se le abonarían cien mil euros, que debería compartir con la mujer maltratada.
Las opiniones entre la audiencia fueron variadas, para unos era un refuerzo positivo para la reinserción del delincuente y una ayuda para la mujer, para otros era una humillación que aumentaría los casos de maltrato y un escándalo al convertir un drama en un espectáculo televisivo, bajo la tutela de una Justicia que no sabía cómo abordar el problema.
Se recibieron miles de solicitudes, lo que achacaron a la facilidad con que podría conseguirse el premio, por lo que a instancias del Ministerio, los promotores decidieron  anular las inscripciones recibidas hasta ese momento y redactar unas nuevas bases, añadiendo: Si un concursante volviera a recaer, se  publicará en la prensa y televisión, se multiplicará su pena por cinco y tendría que darle la totalidad del premio en metálico a la mujer.

Las nuevas bases acabaron con la polémica. No se presentó nadie, era demasiado riesgo.

Unos cuantos piquetitos, de Frida Kahlo.

Autorretrato

Frente al espejo cogió la paleta y la manchó de rojo bermellón, verde esmeralda, cian y siena tostada. Trazó en el lienzo y trazó líneas sinuosas con sus arrebatos, proyectos, sueños y desencantos y lo completó con los colores de sus sentimientos.


Cuando enseñó orgulloso su obra, no lo reconocieron.

Paleta del artista, de Joan Marti

viernes, 2 de octubre de 2015

Julia

Notó como cada gramo de la comida que le había servido su madre se distribuía por todo su cuerpo, hasta deformarlo.

Tras una corta ausencia volvió al silencio de la mesa, donde solo quedó una mirada de culpa y otra de reproche, y sobre cada plato, una lágrima de impotencia.

La malattia dellanima, de Bogi-Fabian

Mirando al mar

La frágil embarcación iba cargada de sueños y esperanza, pero un torpedo de realidades impidió que llegara a su destino. En el muelle seguía la rutina diaria mientras él, haciendo trazos ilegibles sobre la inhóspita superficie del mar, esperaba escuchando en silencio las noticias.

Muelle, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 25 de septiembre de 2015

Comienza la jornada

I

"¡Éste se va a enterar de lo que vale un peine, se le va a caer el pelo, no sabe con quién se la está jugando…!" Así hablaba esa mañana, al arreglarse frente al espejo y prepararse para salir y soportar en silencio las afrentas de la calle, del trabajo y de su yo hostil.
El espejo, ya con la luz apagada, harto de escuchar cada día la misma salmodia, descansó.
II

"¡Ahí fuera me esperan!, se les va a caer el pelo, no saben con quién se la está jugando…!" Así hablaba esa mañana, al arreglarse frente al espejo y prepararse para salir y enfrentarse decidido a las afrentas de la calle, del trabajo y de la ciudad hostil.

El espejo, ya con la luz apagada, harto de escuchar cada día la misma salmodia, descansó.

Autorretrato, de Vicent Van Gogh

El baño

Me encantaba relajarme en la bañera, cerrando los ojos y olvidando todas mis preocupaciones, gracias al contacto del agua tibia con la piel. Así me dejaba llevar por mi imaginación, que reiteradamente me trasportaba al reino animal. La ingravidez de mi cuerpo me hacía volar a lomos de una gaviota, el movimiento del agua me envolvía como si serpientes reptaran suavemente por mi cuerpo, las burbujas del jabón me parecían pequeños peces picoteando las plantas de mis pies, notaba el roce de las alas de cientos de mariposas al abrir las sales de baño, y la caricia de los ocho tentáculos de un pulpo poniéndome el champú.


Ese rito lo repetía cada noche hasta ese terrible día. Ahora estoy en coma y conectado a un respirador y, aunque no pueda moverme ni relacionarme, puedo escuchar los comentarios del personal que me atiende en el hospital. Dicen que fue un infarto, que me encontraron en una bañera agonizante y gritando confuso y muy agitado: "¡Quitadme el cocodrilo del pecho!".


A sangre fría (detalle), de Carlos Villabón

¡Éste se va a enterar de lo que vale un peine!

"¡Éste se va a enterar de lo que vale un peine, se le va a caer el pelo, no sabe con quién se la está jugando…!" Así hablaba esa mañana, al arreglarse frente al espejo y prepararse para salir y soportar en silencio las afrentas de la calle, del trabajo y de su yo hostil.

El espejo, ya con la luz apagada, harto de escuchar cada día la misma salmodia, descansó.

Autorretrato delante del caballete, de Vicent Van Gogh

viernes, 18 de septiembre de 2015

Memorial

La solemne sesión de clausura de la frustrada Conferencia de Paz de Córdoba se financió mediante aportaciones de donantes, a los que gratificaron grabando su firma en las columnas de la Mezquita.

Terminada la guerra, tallaron una fecha y una cruz o una media luna sobre los mil trescientos nombres.
Mezquita, de Borja Fernández

La subasta

A continuación -avisó tras dar dos golpes secos en el atril- pueden pujar por el magnífico óleo "El pícaro". Se trata del retrato realista de un caballero de unos cincuenta años que, maletín en mano, se levanta para saludar ceremonioso a otra persona, en lo que parece ser el interior de una sucursal bancaria.

Los pilares de la sociedad, de Georg Grosz

viernes, 11 de septiembre de 2015

La culpa no fue mía

Sin saber por qué, le di un puñetazo. Él protestó indignado y consiguió que me expulsaran del campo. El árbitro no me quiso escuchar, ni entendió que estaba nervioso y tenía que desahogarme ¡A mí, que era el líder, el máximo goleador, la figura estelar del equipo! Ni que decir tiene que perdimos el partido -nunca lo olvidaré- tres a cero, una vergüenza. Si yo hubiera seguido jugando, todo habría sido muy distinto, mi presencia era fundamental y él no era nadie en su equipo.

Nunca se lo perdonaré, él se dejó pegar. 

Campeones de barrio, de Antonio Berni

Falsas apariencias

Tenía los dedos largos y finos, sin durezas, a pesar de su tenaz dedicación a la guadaña.

Dark Angel, de Jeffrey Jones

viernes, 4 de septiembre de 2015

Promesas

La mole catedralicia se iluminó con un rayo cegador, que marcó el inicio de una gran tormenta. Los relámpagos le daban un aspecto fantasmagórico a la imponente fachada, truenos constantes retumbaban haciendo que vibraran las vidrieras y se estremeciera la piedra, y un fuerte vendaval bajó de la montaña a la plaza, con tal intensidad que cedieron las puertas de la catedral y sonaron las campanas, mecidas por el viento como si fueran de papel.

Fue tal la magnitud de la tormenta que la gente, entre asustada y asombrada por el fenómeno, se acercó a la plaza para ver por sus propios ojos lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando, entre el repicar de las campanas y el rugir del cielo, aparecieron en el balcón central, iluminados por una luz interior, un ángel negro y otro blanco, y con una potente y segura voz se dirigieron al pueblo, que se congregaba a sus pies:

-          Si me seguís -decía el ángel blanco-, os prometo una vida eterna y plena.
-          Disfrutaréis de un sinfín de riquezas -replicaba el ángel negro- y el placer será vuestra nueva y única religión.
-          La seguridad de una vida mejor es lo que obtendréis con mi ayuda.
-          Dadme vuestra confianza y el mundo será vuestro.


Y así, alimentando los deseos y las esperanzas de todo el pueblo, siguieron durante horas y horas, pues hasta el cielo había llegado la revolución democrática y ese día comenzaba la campaña electoral.

Catedral, de Ezequiel Barranco Moreno

Hijo pródigo

"No está mal este licor de almendra amarga que has preparado para celebrar tu vuelta, hijo mío", escuchó decir a su padre mientras se deshacía de los restos de cianuro en el inodoro.

El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt

jueves, 27 de agosto de 2015

El maratón del orgullo nacional

El maratón debía comenzar a las siete en punto de la mañana y la convocatoria, que había sido todo un éxito, hacía sentirse felices a los concursantes y a los organizadores del evento.
Se habían inscrito más de tres mil corredores, novecientos ciclistas, trescientos patinadores y otros doce participantes en silla de ruedas. Esperaban impacientes la señal de salida, haciendo el precalentamiento adecuado, y al momento de sonar el disparo, todos los corredores, incluyendo a algunos más que se incorporaron a última hora, estaban ya recorriendo las principales avenidas de la ciudad.

Los premios eran modestos, pero por encima de todo estaba la importancia de participar en tan singular carrera, para la que tanto tiempo llevaban preparándose, con la esperanza de obtener un reconocimiento y una fama por pocos conseguida. El primero que llegara a la meta recibiría una medalla de oro y un viaje de fin de semana con todos los gastos pagados, el segundo su correspondiente medalla de plata y una entrada para un partido de fútbol del equipo local, el tercero la medalla de bronce y un abono para tres entradas de cine y el resto un diploma acreditativo de su participación.

Pero no todos eran corredores, en las aceras se agolpaba el público que no había querido o podido participar, y en las plantas altas de los edificios aledaños se posicionaron los francotiradores inscritos, claramente identificados. Estos últimos también obtendrían medallas, premios y diplomas, dependiendo del número de blancos alcanzados, contabilizándose un punto por cada corredor y dos por cada ciclista o patinador, pero perderían medio punto cada vez que, por error o interés malintencionado o no, dispararan a alguien del público.

Terminada la carrera, tal como estaba previsto, hubo una fiesta popular con gran éxito de asistencia, y las autoridades se dirigieron a los participantes y vencedores con sentidos discursos y felicitaciones. Mientras, los servicios de limpieza quitaban los restos que la carrera había dejado en las calles, que recordaban el escenario de un campo de batalla, de una guerra.
            
            
            De una guerra inútil y absurda…
                       
                        Ilógica…
                                  
                                   Como todas las guerras.

Desastres de la guerra, de Francisco de Goya

Decisión fatal

En un momento de desesperación salió con un cuchillo en la mano dispuesta a matar a cualquiera que se le pusiera por delante. Al reflejarse en el espejo del ascensor no tuvo más remedio que suicidarse.

Suicidio, de Luc Tuymans

viernes, 21 de agosto de 2015

Camino del paraíso

Cruzó la puerta con discreción. En el interior se respiraba un ambiente de recogimiento y silencio, solo roto por  las oraciones de algunos ancianos y el incesante pasear de los turistas por el sagrado recinto.

- ¡Ay, qué larga es esta vida!

Soñaba despierta con que acabara su mísera existencia.

- ¡Ay, qué larga es esta vida!

Sabía que un horizonte luminoso se abriría a sus ojos.

- ¡Ay, qué larga es esta vida!

Repasaba punto por punto las promesas que escuchó a sus mayores.

- ¡Ay, qué larga es esta vida!

Y había llegado el momento de cumplir su misión.

- ¡Y tan alta vida espero…!

Fue su último pensamiento antes de apretar el botón del cinturón.

Mientras, en un apartado lugar, varios ancianos tomaban un té esperando a otras jóvenes para impregnarlas de ideales, y celebraban su macabro rito de odio, mentiras y sinrazón.

Apoteosis de la guerra, de Vasily Vereshchagin

Distinto

Estaba en uno de esos momentos en los que no sabía si se hundía o si aún podría remontar. Entonces, cómo en una visión fugaz, lo comprendió todo, lo aceptó y se aferró a su diferencia tanto tiempo ocultada. En su sonrisa, se podían leer: "Soy yo".

August blue, de Henry Scott Tuke

viernes, 14 de agosto de 2015

No había vuelta atrás

- “Por fin, tras años de desprecio e indecisión, te tengo delante de mí y terminará esta historia”.

Y tras ese soliloquio, dejó la copa en la mesa y un tiro acabó con su obsesión.

El suicidio, de Edouard Manet

Ya nada será igual

Fue un accidente que cambió mi vida. Me quedé dormido conduciendo y de pronto vi una luz cegadora al final del túnel por el que iban pasando, tal como tantas veces nos han contado, los distintos episodios de mi vida: los recuerdos sepia de mi infancia, mi familia y mis primeros amigos, mi antigua casa, mis noches de estudio, etcétera.

Después, tras notar unos golpes secos y acompasados en el pecho, sentí como el aire volvía a refrescar mis pulmones y el túnel y la luz desaparecían. Al abrir los ojos, totalmente confuso, me encontré frente a una joven, con una amplia y radiante sonrisa, que me recibía satisfecha y emocionada.

Desde entonces, todo ha cambiado,  mi única obsesión es encontrar esos labios rojo cadmio.

More ways I, de Pablo Vallejo

viernes, 31 de julio de 2015

Tenía cosas que hacer

Terminado el responso, fui el primero en acercarme a él para despedirme y besarlo por última vez, pero cuando estaba cerca de su cara, noté su aliento agónico y una mirada angustiada y reprobatoria, con la que intentaba decirme lo que su estado catatónico no le permitía. Fue entonces cuando ordené que cerraran inmediatamente la tapa del ataúd.

Esa tarde tenía cita en el banco, estrenaba mi coche y había quedado con el notario para cerrar la compra de mi casa nueva.

Se murió el muerto (detalle), de Kinkin Rocha