Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

lunes, 26 de diciembre de 2022

Conversaciones en la barra de un bar V y última. Un elfo

Elfos bailarines, de August Malmström

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí un café que Ezequiel, el camarero, tras dejar su tarea de preparar los adornos de Navidad propios de esos días, me sirvió diligente.

—Buenas tardes —me saludó entonces una voz aguda e impertinente—. Volví la cabeza y allí estaba él, un elfo que, siguiendo la costumbre me saludó con cortesía. 

—Hola —respondí.

—Hola, soy un elfo y me llamo Ezequiel, como el camarero.

—¡Caray!, yo también me llamo Ezequiel.

—Ya lo sabía, soy un elfo —replicó mientras se acariciaba las puntas de sus orejas.

—Te veo cansado ¿vas a hacer un relato con este encuentro?

—No, estoy muy desmotivado y falto de imaginación.

—Pero los elfos damos mucho a los escritores, la pluma se vuelve mágica y libre cuando habláis de nosotros.

—Ya, pero mi pluma está seca.

—¡Venga!, escribe. Yo te dicto. Nos se lo diré a nadie.

—A ver, dime —contesté desganado.

—Empieza: Yo no quería escribir más hasta que apareció un elfo y…

Yo continué escribiendo sin prestarle mucha atención, hasta el punto de que cuando levanté la cabeza y el elfo se había ido. Ezequiel, el camarero, me dijo que Ezequiel, el elfo, no quería interrumpirme, que te veía inspirado y que se había ido en silencio tras pagar la consumición de los dos.

Yo miré sin interés por la ventana y releí el texto que, de forma automática, sin pensar había escrito: “El elfo ha intentado convencerme, pero no lo ha conseguido. Este será mi último relato, no sé si para un tiempo o para siempre, pero aquí dejo. Quedan,  aparte de mis libros, cuentos y mis quinientos cuarenta y nueve microrrelatos publicados cada viernes desde mayo de dos mil quince; por si alguien, una tarde aburrida y lluviosa de invierno hubiera decidido entretenerse con su lectura. Espero haber llegado a vosotros en alguna ocasión nunca se sabe, puede que un futuro venga un elfo a convencerme”.

martes, 20 de diciembre de 2022

Conversaciones en la barra de un bar V. El árbol

Navidad mistica, de Sandro Botticelli

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí otra copa, que Ezequiel, el camarero, tras dejar su tarea de preparar los adornos de Navidad propios de esos días, me sirvió diligente. 


—Buenas tardes —me saludó entonces una voz con sabor a pino antiguo—. Volví la cabeza y allí estaba él, el árbol de Navidad, en la esquina de la barra, intentando zafarse de las lucecitas de colores que le hacían cosquillas.

Hola le contesté extrañado, frotándome los ojos y mitrando mi copa de coñac, ya que de todos es sabido que dichos ornamentos, como mucho, canturrean alguna cancioncilla navideña acompasada con el tintineo de las luces ¿Cómo es que me hablas, si eso es totalmente imposible?

Efectivamente, no puedo hablar, nadie lo pone en duda.

Pues yo te oigo.

Tampoco podemos decir que eso sea falso. Una cosa es que yo hable o no y otra es que tú escuches.

¿Y qué quieres?

Nada, solo que oigas lo que tengo que decirte.

Dímelo entonces.

Solo puedes escuchar lo que elabores y yo solo puedo devolverte las palabras que pienses. Tú y yo solos lo mismo.

¿Me está diciendo que soy un árbol de Navidad?

No, ese soy yo. Tú eres lo que quieras ser.

Pareces más un manual de autoayuda que un adorno.


Con un guiño de todas las lucecitas del flanco izquierdo del árbol terminó la conversación al tiempo que Ezequiel desenchufaba las guirnaldas luminosas y me preguntaba si me pasaba algo.

viernes, 16 de diciembre de 2022

Ida y vuelta

Plaza Bib-Rambla, Granada. Ezequiel Barranco

Tras una larga ausencia, me senté a tomar un café en el bar de la plaza del pueblo. El camarero era el fiel retrato de su padre, y la clientela, salvo algunas ausencias, la habitual con más canas y quilos. El sol naciente alumbraba la fuente y las farolas daban un ambiente cálido a la mañana, solo roto por la bocina de algún o el ladrido de un perro. Las palomas revoloteaban y la ciudad comenzaba a moverse. 

Terminado el café, dejé unas monedas en la mesa y crucé la plaza para ir al puestecillo en que de niño compraba chucherías y, más tarde, un cigarrillo que me fumaba con el anciano quiosquero, mientras hablábamos de fútbol o del tiempo.

Al llegar a la esquina y ver el quiosco cerrado, noté el profundo silencio de la ausencia, volví a casa y soñé con una chuchería y un cigarrillo con sabor a añoranza.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Los dueños del tiempo

Carta Dixit
Festicaox, el mago de las horas, harto de críticas, decidió cambiar lo establecido. A partir de ese momento mandarían los sentimientos, no el paso rítmico y rígido de los minutos. Así, el tiempo sentido pasó a ser el real, de forma que si a un joven sentía que la espera a su novia se le hacía eterna, pues ese tiempo nunca acabaría, aunque a ella el encuentro tan deseado le pasaría como una exhalación. El resultado fue complejo y nadie se acostumbró a ese caos horario, que llevó a la humanidad a no poder ponerse de acuerdo en algo tan simple como cuando empezar o terminar algo. Intervino entonces la Diosa Orden para acabar con ese caos y, con su vara de mando, ordenó volver al pasado, pero se había producido tal desorden en ese tiempo que llegó a darse la circunstancia de que algunos niños nacieron antes que sus madres, desesperadas por los inacabables dolores del parto. Fueron las Diosas Luna y Sol, las que finalmente impusieron el ritmo que hoy vivimos, marcado por el despertar y el anochecer, al cortar con una gran tijera las barbas de Festicaox y la batuta de Orden.