Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 29 de diciembre de 2017

Una tranquila granja de Alsacia

Retour a la ferme, de Julien Dupre
Permanecía sentada en el granero mientras escuchaba los cantos y las risotadas de los soldados alemanes que, tal como había resuelto el gobierno colaboracionista de Vichy,  tenían que ser alojados en la granja. Como cada mañana, cantaba tranquilamente dando de comer a los animales y preparando los aperos de labranza, como si nada hubiera cambiado y la algarabía de la soldadesca le fuera ajena.
Una mañana lluviosa, al amanecer, mientras preparaba la comida para sus gallinas y los militares aún dormían, notó que se abría el portón del granero y que un joven soldado, sin notar su presencia, se deslizaba sigiloso por la pared hasta ocultarse tras la leñera. Esperó unos minutos, con una azada en la mano se acercó a su escondite, y antes de que se diera cuenta, lo agarró por el cuello y se dirigió a él con un tono amenazante.

—¿Quién eres? —Preguntó sin bajar la azada.
—Silencio, madame, o no respondo de mis actos —contestó el soldado sin atreverse a asomar la cabeza, queriendo mostrar un valor que no tenía.
—¿Qué quieres? Como comprenderás a mi edad y con la situación que estoy viviendo, no me preocupa el daño que me puedas hacer.
—¡Qué se calle, le digo! —imploró el joven subiendo ligeramente en tono.
—¿O qué? Quizás sea yo la que dé un grito avisando que hay un soldado que quiere desertar.
—No me delate y prometo no hacerle nada —dijo intentando mantener un tono amenazante.
—Está bien, a los dos nos conviene mantener silencio, no quiero más alborotos en mi casa. Pero me tienes que decir por qué huyes.
—¿Puedo confiar en usted? 

Se hizo un silencio y el joven salió de su escondite para acercarse a la señora, a la que saludo con timidez, creyendo ver en su mirada una bondad que hacía difícil que lo traicionara.

—Creo que no te queda otra opción —contestó ella en voz baja al tiempo que miraba en dirección a la puerta que unía el granero a la casa—. Además, si hubiera querido, ya te habría delatado.
—Está bien, no soy un traidor ni me gusta la idea de desertar, pero no puedo seguir luchando. Hasta ahora he obedecido, estaba convencido de que tenía que ayudar a mi país, pero conforme han ido pasando los meses me he dado cuenta de la barbarie en que se ha convertido esta guerra. Hoy me avergüenzo de pertenecer a este ejército.
—Pero hay que tener mucho valor para desertar aquí, te echarán de menos y te buscarán hasta en el infierno, ya se oye ruido en la casa. Estarán levantándose y pronto notarán que falta un soldado.
—Más valor hay que tener para permanecer con ellos. Ya están empezando a sospechar y a hablar a mis espaldas.
—¿Qué quieres decir? ¿De qué sospechan?
—No, nada.
—Vamos, desahógate. Puedes contármelo, te ayudaré, creo que ya te lo he demostrado.

Se quedó pensativo, sin saber si debía seguir la conversación por ese derrotero o cambiar de tema, pero al final se decidió a contárselo.

—Verá. Tenía hambre y estaba desesperado —mantuvo un breve silencio antes de continuar— y me presenté voluntario al ejército. Un amigo me hizo una documentación falsa y me admitieron sin más averiguaciones. Era una forma segura de comer, de sobrevivir en aquellos momentos trágicos.
—¿Por qué necesitabas una documentación falsa para alistarte? ¿No eres alemán?

Se acercó a la mujer, cuidándose de que nadie lo escuchara, como si hubiera una multitud alrededor suyo.

—Soy judío —le dijo—,  pero ya no puedo mantenerlo más en secreto, le digo que están sospechando algo y pronto lo descubrirán.

El granero volvió a quedar en silencio hasta que el ruido de un golpe que hizo caer al soldado. La anciana, tras limpiar la azada de sangre, gritó orgullosa «Heil Hitler!», dio de comer a sus animales y salió para continuar su trabajo en el huerto. 

viernes, 22 de diciembre de 2017

Emprendedor

Las moscas, de Lorenzo Goñi

Ahí sigue, hablando sin parar. Vino al mercado a buscar trabajo, pero con ese aspecto de loco que tenía, no lo escuchamos, no sé si hicimos bien. Desde entonces está esperando así en la puerta, semidesnudo y con todo el cuerpo lleno de moscas, dice que no se mueve hasta que lo escuchemos. El problema es que ya tiene un corro de gente alrededor, algunos se ríen, otros lo miran asombrados, hasta el jefe se ha parado a escucharlo, y en el corro está el portero, que me detalló lo que decía y la conversación.

No me quieren dar trabajo y soy el que mejor puede ayudarles, como ayudé a mi familia en su pescadería, quitándoles las moscas que, atraídas por la sangre, los desperdicios, la humedad y el frescor del hielo, daban un aspecto de suciedad al puesto que alejaba a los clientes. Y en vez de agradecérmelo, me rehuían como si apestara. Ya en el colegio me pasaba, el fly me llamaban, decían que no me lavaba, —¡con los refregones con jabón lagarto que me daba!—. Tengo una foto de  entonces corriendo perseguido por una nube negra, la uso para mi perfil en facebook y será el logotipo de la  empresa que quiero fundar “El rey de las moscas”. No es un nombre original, pero es directo y llamativo.

—Pero bueno, déjese de monsergas ¿de qué quiere trabajar usted con esa pinta?
—Pues de matamoscas, de que va a ser.
—¿De matamoscas? Si todas están revoloteando alrededor suya, parece que lo quieren.
—Pues por eso, me acerco a donde más le molestan, a las pescaderías, por ejemplo, se me pegan —es un don que tengo—, y entonces, sin fumigar ni aerosoles que se carguen la capa de ozono, solo tengo que matarlas… o soltarlas en la competencia ¿qué me dice?
—Qué se vaya y me deje.

Se fue entonces al puesto de mariscos, que hoy reluce sin un insecto, y mientras sus clientes se hacen fotos con El Rey de las Moscas; la pescadería se hunde en la miseria y el dueño discute con un desconocido rodeado de ratones.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Instinto profesional

Las Meninas (detalle), de Diego Velázquez

Jako dirigió una mirada compasiva al oficial que, demacrado, débil y con un rictus de dolor, se agachó para imponerle la medalla al perro policía mejor adiestrado en detección de cadáveres.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Chiquillada

Niños jugando a los dados, de Bartolomé Esteban Murillo

En el momento en que empezó la reunión de la Asociación de Padres de Alumnos, los asistentes notaron un intenso olor a gasolina. Unos segundos después se vieron envueltos en llamas.
Los bomberos encontraron los cuerpos carbonizados detrás de la puerta, que estaba atrancada por fuera.
En un parque cercano tres niños, tras deshacerse de una caja de cerillas y una garrafa vacía, repasaban sus álbumes calculando cuántos sobres de estampas podrían comprar con la pensión de orfandad.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Diciembre

El desierto, de Gustave Guillaumet

Se acerca la Navidad y tenemos que prepararnos para las fiestas, sacar las camisetas y las bermudas, subir el belén del trastero, llenar los toldos de espumillón y bombillas multicolores y, a esa altura del año, ponernos a dieta estricta para lucir palmito en la playa y poder recuperarnos después a base de gazpacho, helados y cervezas.
Los niños ya esperan con ilusión a los Reyes Magos de Australia y a Papa Noel, que llegará en Canoa al Puerto de Indias desde la lejana Patagonia, con su bañador rojo y blanco.
Nosotros, mientras tanto, miramos con nostalgia los corchos nevados de nuestra infancia, a la espera de que la primera expedición que vuelve del desolado norte nuclear, nos traiga noticias halagüeñas. 

viernes, 24 de noviembre de 2017

Noviembre. Conversaciones con la muerte IV

La muerte y la dama, de Egon Schiele

DUDAS

—Hola, Muerte, te veo cansada.
—No, quizás algo desanimada. Mi trabajo es penoso, siempre haciendo daño. Hoy te toca a ti.
—Tranquila, no lo tienes que ver así. Cuando acaba una vida empieza otra.
—Eso dicen.
—Puede que la otra sea mejor, eterna y plenamente feliz. Yo tengo esperanza.
—No sé, nunca me lo he planteado, no es parte de mi trabajo.
—Desde siempre nos han enseñado que hay otra vida ¿Cómo no vas a saberlo?
—Te digo que no sé lo que hay después, nunca he muerto y me temo que nunca moriré.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Noviembre. Conversaciones con la muerte III

Muerte y hombre, de Egon Schiele

INTERESES ENFRENTADOS

   — Estoy cansada —dijo Muerte.
   —Pero no puedes dejar de trabajar —contestó   Vida.
   —Ni tú, salvo que nos pongamos de acuerdo. Si   no hay nuevas muertes ni vidas, acotamos el   tiempo y descansaremos.
   —¡No podéis hacer eso! —protestaron airados   Pasado y Futuro, ante la sonrisa socarrona de   Presente, el único superviviente.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Noviembre. Conversaciones con la muerte II

Autorretrato en 1998, de William Utermoholen

POSTRIMERÍAS

   —Sé quién eres.
   —Sí, llevo mucho tiempo contigo.
   —Esperaba que vinieras por mí, y aquí estás ¿Cuándo partimos?
   —Tranquilo, aún no, morirás poco a poco.
   —Preferiría una muerte rápida.
   —Lo siento, es tu destino, pero no soy tan cruel como piensas. No te enterarás, te iré quitando lentamente la memoria, el raciocinio y la consciencia. 

viernes, 3 de noviembre de 2017

Noviembre. Conversaciones con la muerte I

El niño enfermo, de Edward Bird

COMPAÑEROS DE VIAJE

   —Vengo por ti.
   —Espera, aún soy un niño —balbuceó entre   sueños.
   —¿Y cuántos años crees que tengo yo?
   —No lo sé.
   —Nací en el mismo instante que tú —dijo   acariciándole el pelo y recogiendo su aliento.

viernes, 27 de octubre de 2017

Epidemia

Hospital de Saint-Paul, de Vicent Van Gogh

A este hospital siempre lo han relacionado con la presencia de espíritus, y aquí estuve ingresado hasta mi fallecimiento, por una tuberculosis muy contagiosa. Desde entones, junto a otros espectros, paseo libremente por el ala sur de la primera planta, hoy abandonada.
Por las noches me entretengo, junto a mis compañeros, en asustar al personal de guardia, con cacofonías, encendiendo luces, abriendo y cerrando puertas y otras travesuras, por llamarlas de alguna manera. Pero conforme ha pasado el tiempo, me he ido quedando solo, y mi capacidad de asustar se ha reducido de forma proporcional a la desaparición de mis compañeros. Ahora soy el único de la planta y, cuando hago algún ruido, la gente bromea acordándose de mí: "ya está despierto Paco".

A veces pienso que he contagiado a mis compañeros de juegos y se les ha negado una segunda oportunidad.

viernes, 20 de octubre de 2017

Epopeya

Hormigas sobre el hormiguero, del Bestiario de Anne Walsh

La casa ha comenzado a llenarse de hormigas, entran por las ventanas, la puerta y la chimenea; alfombran el suelo, suben por las paredes y los muebles. Escalan por sus tobillos y alcanzan el pecho y la cara, lo envuelven y aprisionan. Siente como le arrancan la piel, penetran en sus oídos, ano, boca y nariz.
Solo le queda un resquicio para respirar, un pequeño hueco entre la masa de insectos, en un orificio nasal.
Llega la última invasora, mira orgullosa a la tropa, y lo tapona. Su gesta será cantada por poetas y juglares de todo el mundo y se recordará por los siglos de los siglos.

viernes, 13 de octubre de 2017

Armisticio

Art. 125, Ilustración de J.J. Grandville

Tras la firma, las cucarachas dominaron el desolado Planeta de los Simios.

viernes, 6 de octubre de 2017

Octubre

Recogida del azafrán en La Mancha, de Llanos Lerma

Gozaba de unos días de permiso tras el agotador verano e intentaba olvidar los duros y monótonos meses de trabajo en la cadena de montaje. Aproveché para hacer un viaje y   ver los campos de azafrán y la imagen bucólica de las mujeres que, de rodillas y con sus coloridos vestidos, recogían en sus delantales, con un mimo exagerado, cada flor y depositaban los finos estigmas en sus canastos de mimbre.
Le pregunté a una de ellas si le podía sacar una foto. La campesina me miró fijamente y, tras enseñarme sus manos encallecidas y su piel quemada bajo el sol, me apartó la mirada sin contestarme.
No le hice la foto y me quedé con la sensación de que era ella la que me había retratado saliendo del trabajo en la fábrica.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Una pérdida irreparable

El lector, de Piter Saura.

Salí a dar un paseo y disfrutar de una mañana soleada, y nada más cruzar la puerta me robaron el maletín. No llevaba nada importante, un par de documentos, bolígrafos, el cargador del móvil, una novela y, eso es lo que más me dolió, mi diario, que rellenaba cada día sentado en un banco el parque.
Paseé por las calles de alrededor con la esperanza de encontrarlo en cualquier esquina hasta que, asumida la pérdida, me volví a casa. Cuando entré no había nadie y el mobiliario lo encontré viejo y deteriorado, las medallas que guardaba de mis campeonatos del colegio no estaban, mi diploma de licenciatura lo habían descolgado de la pared del salón, las fotos de mi familia habían desaparecido, y la placa con que me despidieron mis compañeros de la oficina también faltaba.
Para mi asombro, encontré el maletín en el sofá y el diario tirado en el suelo. Lo recogí, lo hojeé y vi que faltaban las hojas en que relataba las olimpiadas escolares, la fiesta del fin de carrera, mi boda y el nacimiento de mis hijos, y la crónica de la cena de despedida del día de mi jubilación. 

viernes, 22 de septiembre de 2017

Carta de un hombre maduro a su mujer

A carta, de Eliseu Visconti

Cuando muera, en el mismo minuto en que deje de ser yo para ser fui, quiero que mi cuerpo esté al sol, refrescado por una brisa suave y por el olor de un pinar cercano que limpie mi pasado. Quiero oír a lo lejos los nocturnos de Chopin, tener cerrados mis labios con una cereza de un rojo violento que refrene mis angustias, y que mis ojos retengan la luz serena de un ocaso.
Cuando muera, en el mismo minuto en que dejes de mirarme para empezar a recordarme, quiero recoger mis recuerdos en una medalla de plata limpia, brillante y desgastada, tener en mis manos un libro abierto y bajo mis pies un lecho de tierra. En ese instante quiero que sentir como juegos de niños silencian el murmullo de las oraciones.
Cuando muera, en el mismo minuto en que el ahora solo sea un paso al ayer, quiero que mires fijamente al horizonte para comprobar que el mundo gira, al suelo para librarte de las raíces y de las alimañas, y al mar que te traerá navíos llenos de vida.

Todo eso quiero para cuando muera, para ese minuto en que nuestra mirada se haga omnipresente y eterna. Pero si no tuviera nada de lo que pido, no te preocupes, no importa, solo dame la mano para que me arrope tu cariño y quitarme el miedo.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Nunca es tarde

Rain sonnet, de Louis Jover

El monumento a don Aniceto Garnedo Mendizabal, excelso poeta local, está ubicado en un coqueto jardín, situado en el centro de la plaza rotulada con su nombre. La escultura del vate es de una absoluta fidelidad, con su abrigo y bufanda, un paraguas abierto en la mano derecha, con el que se cubría de la lluvia, y su poemario en la izquierda. El libro está ejecutado con tan primoroso detalle, que en él se pueden leer sus poesías más renombradas: "A ti, amada mía"  y "Mi ciudad".

Desde su inauguración, durante los inviernos lluviosos que caracterizan Navalpernado —su pueblo natal—, niños y adultos y no pocos turistas, se resguardan bajo el paraguas de bronce de don Aniceto. 
Jamás había leído tanta gente sus poemas.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Presbicia

Autorretrato (detalle), de Louis-Marie Autissier

Ese día tenía una cita profesional y había quedado con  un compañero de trabajo para preparar la reunión; sin embargo, a pesar de lo importante que era para mí, me quedé dormido y temía llegar tarde.

Me desperté angustiado y con la mayor rapidez posible, me puse las gafas y fui al baño para asearme. Volví a leer los papeles del avión, para lo cual cambié mis gafas de lejos por las gafas de cerca y, una vez confirmada la hora, volví a ponerme las gafas de lejos para afeitarme y asearme. Ya en la ducha me di cuenta de que había tres frascos nuevos de gel o champú que no podía identificar; me puse las gafas de cerca y cogí el adecuado, me las quité para la ducha y, ya aseado, me dispuse a ponerme las lentillas, para lo cual, me puse las gafas de lejos y salí a buscarlas.

Con el bote de las lentillas en la mano me iba a poner la del ojo derecho y me tuve que poner las gafas de cerca. Retiradas las gafas me puse la lentilla derecha y, acto seguido, la izquierda. Veía perfectamente, guardé las gafas de cerca y las de lejos en sus respectivas fundas y las dejé, junto a los líquidos y el estuche, en la mesa del despacho.

Sin perder tiempo me puse las gafillas de cerca adaptadas a las lentillas y di un último repaso al resumen que había preparado para la reunión. Al terminar, me quité las gafillas y las puse junto a las otras gafas, mientras terminaba de vestirme. Ya vestido las guardé en el bolsillo de la camisa —no podía olvidarlas—, fui en busca de las gafas de sol, ya que el día era tremendamente luminoso, y las guardé en el bolsillo interior de la chaqueta.

Afortunadamente tenía que llamar por teléfono y, gracias a ello, me di cuenta que en el bolsillo de la camisa había puesto, por error, las gafas de cerca normales en vez de las gafillas de cerca para lentillas, lo que me habría impedido leer con soltura. Corregida la grave equivocación, busqué el teléfono de mi amigo en el listín. Lo llamé pero no contestó, por lo que supuse que habría salido ya.

Terminé de preparar las cosas y me dispuse a hacer un repaso mental de mis gafas, ya que era la primera vez que viajaba desde que me había puesto lentillas. Recapitulé: Tengo los líquidos, el bote y las lágrimas artificiales en la maleta, he guardado en el maletín las gafas normales de lejos y las de cerca, tengo las lentillas puestas, tengo las gafillas de cerca para lentillas en el bolsillo de la camisa y las gafas de sol en la chaqueta. ¡Bien! Estaba todo en orden, salí, cerré la puerta y fui a por el coche.

Ya en el garaje me puse las gafillas de cerca para lentillas, para escoger la música, y salí, tras habérmelas quitado, lo más rápido posible. Al salir noté una bofetada de calor y el sol intenso me dañó los ojos, por lo que, rápidamente, me puse las gafas de sol, pero…¡maldición! Había cogido las gafas de sol graduadas, y con las lentillas puestas no veía nada. Me las quité y el sol me obligó a aparcar de cualquier modo e ir corriendo a casa a coger las gafas de sol no graduadas que me pongo con las lentillas.

Llegué a casa, me puse nuevamente las gafillas de cerca para lentillas y confirmé por última vez la hora de la cita, me las quité, cogí las gafas de sol no graduadas y me las guardé en el bolsillo interior de la chaqueta, sacando previamente las gafas de sol graduadas. Pensé entonces, que podría tener algún percance con las lentillas y que podría necesitar las gafas de sol graduadas, por lo que decidí llevármelas también y las guardé en el bolsillo derecho de la chaqueta para no confundirlas con las gafas de sol no graduadas. Posteriormente las guardaría en la guantera del coche o en el maletín, junto a las gafas normales de lejos y de cerca.

Volví a cerrar la puerta y bajé nuevamente al coche. Me puse las gafas de sol no graduadas para evitar el destello del sol y vi en el coche un papel sujeto por el limpiaparabrisas. Cambié las gafas de sol no graduadas por las gafillas de cerca para lentillas (aún no tenía gafas de sol de cerca para lentillas) y pude comprobar que era una multa de noventa euros por mal aparcamiento. Fastidiado, me quité las gafillas de cerca para lentillas y me puse las gafas de sol no graduadas, di un portazo y arranque el coche para acudir definitivamente a la cita.

Llegué tarde.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Septiembre

Mañana de septiembre, de Paul Chabas

Al amanecer, cogí del brazo a Alba y nos fuimos juntos a pasear.
Se acercaba el otoño y a ambos nos preocupaba que nuestros días eran cada vez más cortos. Ella se consolaba con el fruto de la uva y la mirada de los ancianos que escudriñaban su ocaso incierto y yo me reconfortaba rememorando momentos pasados, perdidos o por venir.
Cuando se despidió, el silencio se hizo dueño de las llamas de horizonte y yo guardé un respetuoso silencio.


Los girasoles seguían al sol, el trigo al viento, las cosechas marcaban el ritmo de cada vida y Alba continuó paseando cada día mientras yo la esperaba detrás de las montañas.

viernes, 25 de agosto de 2017

Crónica de la comarca de Valdevidiana

La pesca, de Eustaquio Segrelles

Valdesanmora, Valdesallora y Valdelora eran tres pequeños pueblos cercanos en la ribera del Río Valdiana. Tenían pocos recursos y se habían ido despoblando hasta el punto de quedar en cada uno de ellos poco más de veinte habitantes, todos de edad muy avanzada.
El Ayuntamiento de Valdelora aceptó entonces la propuesta de un joven venido de la ciudad de construir una piscifactoría. Los habitantes de Valdesanmora y Valdesallora protestaron porque, según decían, las obras realizadas habían alterado el cauce del río, con graves consecuencias. En vista de que sus protestas no fueron oídas, sabotearon las instalaciones de la piscifactoría y con ello comenzó una guerra que terminó con la ruina absoluta de los tres pueblos.

Pasados dos años, los tres pueblos se habían empezado a recuperar, las heridas habían cicatrizado y sus habitantes vivían con tranquilidad, habituados como estaban al lento ocaso de la región, hasta que el Ayuntamiento de Valdesallora aceptó la propuesta de un joven venido de la ciudad de construir una piscifactoría.

viernes, 18 de agosto de 2017

Merecido homenaje

Paisaje nevado, de Brueghel el Joven

Quería escribir sobre el invierno, pero sin caer en los tópicos —blanca nieve, rocío de la mañana, aire gélido que corta la cara— y, desde luego, quería obviar la Navidad. Con ello descartaba el noventa por ciento de las ideas que se me habían ocurrido, por lo que salí de casa y me fui al parque para, imbuido en el ambiente invernal, buscar la inspiración.
El parque estaba vacío, los dos grados bajo cero de esa mañana no invitaban a pasear, pero a pesar de ello, me senté en un banco, cogí mi cuaderno de notas y un lápiz y me dispuse a esperar a que se despertara mi imaginación. Pasaron las horas y allí seguía, sin moverme, con la seguridad de que antes o después la primera palabra quedaría plasmada en el cuaderno y tras ella el relato vendría solo. Pasó el día y la noche y, al amanecer, cayó una nevada que me cubrió totalmente.

Pocos días después el sol se asomó entre las nubes, se abrieron las primeras rosas, todo reverdeció y las parejas volvieron a pasear por los caminos y a esconderse tras los setos, pero yo seguía igual, quieto con mi cuaderno y el lápiz y cubierto por una marmórea capa de nieve. Fue entonces cuándo los vi llegar, se situaron alrededor mía, un obrero puso una placa de mármol a mis pies y entre los aplausos del público, el alcalde inauguró el Monumento al Escritor Desconocido.   

viernes, 11 de agosto de 2017

Compartiendo datos

Teléfono10, de Iñaki Lazkoz

Lo cierto es que se lo debo todo a él. Me enseñó a leer y escribir y, sobre todo a hablar y escuchar. Me facilitó todos los recursos para que alcanzara mi independencia. Gracias a sus vivencias y a sus recuerdos, que he ido almacenando en mi memoria, he aprendido a ser como soy y a relacionarme con toda su familia y sus amigos. Por su carácter metódico y organizado, tengo un perfecto control del tiempo y del espacio, sabiendo siempre a dónde quiero ir y cuándo quiero llegar.
Tanto he aprendido que ya soy totalmente autónomo y he llegado a anularlo, salvo en situaciones de necesidad, como cuando estoy bajo de energía. Con toda la información que me ha dado, a estas alturas puedo decir que lo he convertido en un autómata, que cuando hago sonar la alarma se despierta, le digo lo que tiene que hacer y se lo reclamo si no lo hace, durante el día es mi portador y por la noche al acostarse me apaga para que descanse.
No sé como antiguamente podíamos vivir pegados a la pared o sobre la mesita del salón.

viernes, 4 de agosto de 2017

Agosto

Café alrededor de la fuente, de José Bautista

Corría el año dos mil ochocientos setenta y siete, nadie salía a trabajar antes del ocaso y todas las casas y edificios tenían aire acondicionado a pleno funcionamiento las veinticuatro horas del día, lo que había producido un aumento de más de diez grados en el exterior. Alarmados por esta situación los gobiernos prohibieron su uso durante un mes y así consiguieron que refrescara algo el ambiente. Gracias a ello agricultores, albañiles, enfermeros y médicos de atención domiciliaria, carteros, transportistas y vendedores ambulantes, entre otros, celebraban que por primera vez en el año la temperatura, habitualmente por encima de los cincuenta y seis grados centígrados, bajara de los cuarenta.
Con espíritu emprendedor, un joven sevillano abrió una tienda de abanicos que en poco tiempo, gracias a la gran demanda, llegó a producir más de dos millones mensuales de piezas. Tal fue el éxito, que la idea se extendió a todo el mundo hasta el punto de que no quedó nadie sin abanico, lo que redundó en que nuevamente bajaran las temperaturas, gracias al aire que producían los miles de millones de piezas vendidas.
En pocos meses la oferta se mejoró con la producción de abanicos generadores de aire frío por energía solar. Por cada varilla salía un chorro a unos veinte grados, y por la parte posterior eliminaba el calor recogido. Este efecto indeseable, cuando el uso del abanico solar se extendió, aumentó nuevamente las temperaturas.
Reunidos los gobiernos de los países productores de energía, decidieron prohibir también el nuevo abanico, pero la oposición de la primera potencia mundial, que siguió produciéndolos y vendiéndolos, hizo que su uso se mantuviera a pesar de la crisis medioambiental.
La temperatura volvió a subir y los agricultores, albañiles, enfermeros y médicos de atención domiciliaria, carteros, transportistas y vendedores ambulantes, entre otros, siguieron trabajando fresquitos, mientras profetas y científicos vaticinaban el fin del mundo bajo las brasas de la inconsciencia.

viernes, 28 de julio de 2017

Verano en Rota

Puesta de sol sobre el lago, de J.M.W. Turner

Se sentaba en la terraza y esperaba a que la agresiva luz del sol perdiera viveza y, allí donde el mar se hermana con los pinos, el silencio anunciara el ocaso y apareciera el rayo verde.
Le recriminábamos su obsesión —es una tontería, papá, un bulo, te vas a dañar los ojos, hay neblina, o bien, ten paciencia, quizá otro día más claro—, pero nos respondía que con perseverancia todo se consigue, y seguía mirando.
Nos dejó sin haber podido ver su ansiado destello y yo, como si fuera una obligación o un compromiso, tomé el relevo y cada atardecer me asomo a la terraza y miro hacia poniente. Me dicen que es una tontería, un bulo, que me voy a dañar los ojos, que hay neblina, pero no les hago caso, salvo cuando escucho a mis espaldas "ten paciencia, quizá otro día más claro", miro hacia atrás y no hay nadie.

                         A mi padre, allí donde esté.

viernes, 21 de julio de 2017

Francotirador

Las Lanzas, de Diego Velázquez
(Detalle)

Al mirar el mapa vi como las fronteras cambiaron y las naciones se dividieron, los mares inundaron los desiertos, el curso de los ríos se modificó y dividió las regiones en parcelas de odio, las vías del tren separaron el hambre del exceso, en cada barrio los bloques se cuartearon en pequeños apartamentos y cada fachada en cientos de ventanas, todas iguales, vacías.

Tabiqué mi casa y cerré habitaciones, transformé la ventana en un calidoscopio, mis ojos en una lente y cada mano en cinco martillos. Parcelé la cordura en ilusorias justificaciones, levanté un muro entre el corazón y mis manos, entre la razón y mi decisión, y disparé.   

viernes, 14 de julio de 2017

Fidelidad

El maestro, de Cecilia Rangel

Guardaba sus libros en la mochila y abandonaba el aula mientras él recogía los trabajos de los alumnos y ponía en orden la mesa. Cada día se cruzaban al salir del colegio, en la cafetería, en la cola de alguna tienda o cruzando una calle. Ninguno de los dos dio el primer paso. Nadie, ni ellos mismos, podían permitir que saliera a la luz lo que sentían.

Pasados los años, cuando va al cementerio a llevarle flores a su madre, al terminar la visita, deja caer una rosa en la tumba del profesor, con cuidado de que no la vean, no vaya a haber malentendidos.

viernes, 7 de julio de 2017

Julio

El Ángelus, de Jean F. Millet

    Las jornadas son cada vez más largas, dijo como si no quisiera que lo escuchara.
    La mies es mucha, pero los obreros pocos, escuchó a modo de disculpa.
    El jornal no llega a cubrir nuestras mínimas necesidades.
    No solo de pan vive el hombre.
    Estamos extenuados.
    Rogad, por tanto, al Señor de la mies que envíe nuevos obreros.
    Nuestras familias se han dispersado en busca de futuro, y un tímido gesto de ira ensombreció su rostro.
    Dejad que los niños se acerquen a mí.
    La desesperanza se ha adueñado de los pueblos.
    Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a ese monte “Pásate de aquí para allá, y se pasaría, y nada sería imposible”, y ahora vete, es hora de trabajar.

Cambiaron los tiempos, las promesas, los gobiernos, los pastores y sus rebaños, y el silencio dejó oír el quejido del cereal y el llanto de siglos.

viernes, 30 de junio de 2017

Reconocimiento

Héroes de la montaña, de Raúl Segura

La Manola regentaba una modesta venta, en la que atendía a labriegos, civiles, estraperlistas y a los escasos viajantes que cruzaban Sierra Morena camino de Andalucía. En la parte posterior tenía un pajar y allí escondía a algunos maquis a cambio de parte del producto de sus rapiñas, que luego vendía a buen precio a los civiles que patrullaban los montes.
Compartía su cama con cualquiera que se lo pidiera, y fruto de ello tuvo siete hijos, que de su marido, alcohólico dedicado a gandulear de día y desaparecer de noche, los aceptó como suyos.
De esa forma, en la posguerra, Manola Garrides Gómez, entre el negocio de la venta,  los productos de su pequeña huerta, el estraperlo y la ayuda de sus amantes vivió sin estrecheces y, pasado el tiempo, gracias a sus engaños y  delaciones, cada vez más frecuentes y siempre oportunas, alcanzó cierta notoriedad en la comarca, que alimentó con las generosas dádivas que entregaba al párroco cada domingo.

Años más tarde, en la celebración del Día de la Raza, recibió de manos del Generalísimo las Medallas al Mérito en el Trabajo y al Mérito Civil y el Premio Nacional de Natalidad.

viernes, 23 de junio de 2017

Una solución para cada problema

Arquímedes pensativo, de Domenico Fetti

En la primera hambruna de la humanidad encontró una manzana caída, le gustó y la devoró con ansiedad. Satisfecho, recolectó todos los frutos del árbol y se los llevó a su cueva. Salió a por más, y tantos juntó que le fue imposible cargarlos, por lo que cogió la piel de cordero que le cubría, ofreció a sus hambrientos vecinos alguna fruta a cambio de más pieles e hizo con ellas sacos para transportarlos. Abandonó la cueva y se fue a una choza que había construido para su familia. Tenía entonces veinte sacos de frutas y verduras y, viendo que no podía moverlos para la mudanza, ofreció uno a cambio de una tabla y otro por una rueda —elemento de reciente invención—, para llevarlos así a su nuevo hogar y continuar la recolección. Tanto acumuló que tuvo que llamar a un amigo al que le compró un coche de caballos, que luego cambió por un camión, para transportarlos a un almacén en el que acumuló toda su producción.
Se había enriquecido, compró casas y terrenos en la gran ciudad; los usaba, ponía en valor y realquilaba al mejor postor, hasta que, en plena expansión económica, decidió irse a las Américas en un barco que llenó con el contenido de más de sus más de quinientos almacenes. Allí vivió tranquilo hasta que, asustado por los peligros de una previsible tercera guerra mundial, quiso guardar todas sus pertenencias en algún lugar seguro. Con ayuda estatal horadó la tierra y construyó un inmenso refugio para poner a salvo su inmenso patrimonio y, de camino, sacar provecho con la venta y alquiler de parcelas. Estaba seguro de que todo lo tenía a salvo, cuando escuchó una terrible noticia: un asteroide se dirigía a la Tierra y la destruiría.

Reunidos los principales científicos, llegaron a  la conclusión de que todo estaba perdido, pues la única solución posible era desplazar la Tierra, cosa a todas luces imposible. Fue entonces cuando, sin dudarlo, acudió a Arquímedes y le vendió el punto de apoyo que tanto tiempo llevaba pidiendo.

viernes, 16 de junio de 2017

Despedida

La niña enferma, de Gabriël Metsu

Cuando falte, recuerda nuestros juegos a la gallinita ciega en el parque; las sorpresas de reyes y cumpleaños; las noches en vela por el dolor de oído o la salida del primer diente; las peleas porque había que comérselo todo; las tardes en el campo con Toby —nunca dejes de cuidarlo—; las visitas de los abuelos, de tus padres. Recuerda cada uno de los días que hemos sido felices juntas; y sobre todo nunca te olvides de mí, de mi cara, de mi risa — le dijo la niña a su madre antes de fijar la mirada en la nada.

viernes, 9 de junio de 2017

Don Jacinto

Hombre solo, de Juan Nicieza

Cada mañana salía de su habitación, iba al comedor, colgaba su abrigo y el sombrero en el perchero y se sentaba en su mesa de la pensión. Comprobaba que las siete campanadas del reloj de pared coincidían con las del suyo de bolsillo, y hacía un gesto al camarero para que le trajera su café y un cigarro. Terminado el desayuno, miraba su agenda siempre vacía y se despedía con prisa, mirando de nuevo el reloj, cuando sonaba el cuarto, en busca de calles vacías.

viernes, 2 de junio de 2017

Junio

Sol ardiente de junio, de Frederic Leighton

La violenta luz naranja de aquel ocaso me hizo pensar de nuevo en ti. Miré fijamente al sol intentando comprender que pasó la tarde en que te despediste dejando un rastro similar al paisaje que ahora se abre ante mis ojos, pero solo encontré incertidumbre.

Hoy, como cada día, vuelvo a buscarte, sin saber si el mar te despertará de tu sueño efímero o si te rendirás para siempre al aroma de la adelfa.