Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 29 de diciembre de 2017

Una tranquila granja de Alsacia

Retour a la ferme, de Julien Dupre
Permanecía sentada en el granero mientras escuchaba los cantos y las risotadas de los soldados alemanes que, tal como había resuelto el gobierno colaboracionista de Vichy,  tenían que ser alojados en la granja. Como cada mañana, cantaba tranquilamente dando de comer a los animales y preparando los aperos de labranza, como si nada hubiera cambiado y la algarabía de la soldadesca le fuera ajena.
Una mañana lluviosa, al amanecer, mientras preparaba la comida para sus gallinas y los militares aún dormían, notó que se abría el portón del granero y que un joven soldado, sin notar su presencia, se deslizaba sigiloso por la pared hasta ocultarse tras la leñera. Esperó unos minutos, con una azada en la mano se acercó a su escondite, y antes de que se diera cuenta, lo agarró por el cuello y se dirigió a él con un tono amenazante.

—¿Quién eres? —Preguntó sin bajar la azada.
—Silencio, madame, o no respondo de mis actos —contestó el soldado sin atreverse a asomar la cabeza, queriendo mostrar un valor que no tenía.
—¿Qué quieres? Como comprenderás a mi edad y con la situación que estoy viviendo, no me preocupa el daño que me puedas hacer.
—¡Qué se calle, le digo! —imploró el joven subiendo ligeramente en tono.
—¿O qué? Quizás sea yo la que dé un grito avisando que hay un soldado que quiere desertar.
—No me delate y prometo no hacerle nada —dijo intentando mantener un tono amenazante.
—Está bien, a los dos nos conviene mantener silencio, no quiero más alborotos en mi casa. Pero me tienes que decir por qué huyes.
—¿Puedo confiar en usted? 

Se hizo un silencio y el joven salió de su escondite para acercarse a la señora, a la que saludo con timidez, creyendo ver en su mirada una bondad que hacía difícil que lo traicionara.

—Creo que no te queda otra opción —contestó ella en voz baja al tiempo que miraba en dirección a la puerta que unía el granero a la casa—. Además, si hubiera querido, ya te habría delatado.
—Está bien, no soy un traidor ni me gusta la idea de desertar, pero no puedo seguir luchando. Hasta ahora he obedecido, estaba convencido de que tenía que ayudar a mi país, pero conforme han ido pasando los meses me he dado cuenta de la barbarie en que se ha convertido esta guerra. Hoy me avergüenzo de pertenecer a este ejército.
—Pero hay que tener mucho valor para desertar aquí, te echarán de menos y te buscarán hasta en el infierno, ya se oye ruido en la casa. Estarán levantándose y pronto notarán que falta un soldado.
—Más valor hay que tener para permanecer con ellos. Ya están empezando a sospechar y a hablar a mis espaldas.
—¿Qué quieres decir? ¿De qué sospechan?
—No, nada.
—Vamos, desahógate. Puedes contármelo, te ayudaré, creo que ya te lo he demostrado.

Se quedó pensativo, sin saber si debía seguir la conversación por ese derrotero o cambiar de tema, pero al final se decidió a contárselo.

—Verá. Tenía hambre y estaba desesperado —mantuvo un breve silencio antes de continuar— y me presenté voluntario al ejército. Un amigo me hizo una documentación falsa y me admitieron sin más averiguaciones. Era una forma segura de comer, de sobrevivir en aquellos momentos trágicos.
—¿Por qué necesitabas una documentación falsa para alistarte? ¿No eres alemán?

Se acercó a la mujer, cuidándose de que nadie lo escuchara, como si hubiera una multitud alrededor suyo.

—Soy judío —le dijo—,  pero ya no puedo mantenerlo más en secreto, le digo que están sospechando algo y pronto lo descubrirán.

El granero volvió a quedar en silencio hasta que el ruido de un golpe que hizo caer al soldado. La anciana, tras limpiar la azada de sangre, gritó orgullosa «Heil Hitler!», dio de comer a sus animales y salió para continuar su trabajo en el huerto. 

viernes, 22 de diciembre de 2017

Emprendedor

Las moscas, de Lorenzo Goñi

Ahí sigue, hablando sin parar. Vino al mercado a buscar trabajo, pero con ese aspecto de loco que tenía, no lo escuchamos, no sé si hicimos bien. Desde entonces está esperando así en la puerta, semidesnudo y con todo el cuerpo lleno de moscas, dice que no se mueve hasta que lo escuchemos. El problema es que ya tiene un corro de gente alrededor, algunos se ríen, otros lo miran asombrados, hasta el jefe se ha parado a escucharlo, y en el corro está el portero, que me detalló lo que decía y la conversación.

No me quieren dar trabajo y soy el que mejor puede ayudarles, como ayudé a mi familia en su pescadería, quitándoles las moscas que, atraídas por la sangre, los desperdicios, la humedad y el frescor del hielo, daban un aspecto de suciedad al puesto que alejaba a los clientes. Y en vez de agradecérmelo, me rehuían como si apestara. Ya en el colegio me pasaba, el fly me llamaban, decían que no me lavaba, —¡con los refregones con jabón lagarto que me daba!—. Tengo una foto de  entonces corriendo perseguido por una nube negra, la uso para mi perfil en facebook y será el logotipo de la  empresa que quiero fundar “El rey de las moscas”. No es un nombre original, pero es directo y llamativo.

—Pero bueno, déjese de monsergas ¿de qué quiere trabajar usted con esa pinta?
—Pues de matamoscas, de que va a ser.
—¿De matamoscas? Si todas están revoloteando alrededor suya, parece que lo quieren.
—Pues por eso, me acerco a donde más le molestan, a las pescaderías, por ejemplo, se me pegan —es un don que tengo—, y entonces, sin fumigar ni aerosoles que se carguen la capa de ozono, solo tengo que matarlas… o soltarlas en la competencia ¿qué me dice?
—Qué se vaya y me deje.

Se fue entonces al puesto de mariscos, que hoy reluce sin un insecto, y mientras sus clientes se hacen fotos con El Rey de las Moscas; la pescadería se hunde en la miseria y el dueño discute con un desconocido rodeado de ratones.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Instinto profesional

Las Meninas (detalle), de Diego Velázquez

Jako dirigió una mirada compasiva al oficial que, demacrado, débil y con un rictus de dolor, se agachó para imponerle la medalla al perro policía mejor adiestrado en detección de cadáveres.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Chiquillada

Niños jugando a los dados, de Bartolomé Esteban Murillo

En el momento en que empezó la reunión de la Asociación de Padres de Alumnos, los asistentes notaron un intenso olor a gasolina. Unos segundos después se vieron envueltos en llamas.
Los bomberos encontraron los cuerpos carbonizados detrás de la puerta, que estaba atrancada por fuera.
En un parque cercano tres niños, tras deshacerse de una caja de cerillas y una garrafa vacía, repasaban sus álbumes calculando cuántos sobres de estampas podrían comprar con la pensión de orfandad.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Diciembre

El desierto, de Gustave Guillaumet

Se acerca la Navidad y tenemos que prepararnos para las fiestas, sacar las camisetas y las bermudas, subir el belén del trastero, llenar los toldos de espumillón y bombillas multicolores y, a esa altura del año, ponernos a dieta estricta para lucir palmito en la playa y poder recuperarnos después a base de gazpacho, helados y cervezas.
Los niños ya esperan con ilusión a los Reyes Magos de Australia y a Papa Noel, que llegará en Canoa al Puerto de Indias desde la lejana Patagonia, con su bañador rojo y blanco.
Nosotros, mientras tanto, miramos con nostalgia los corchos nevados de nuestra infancia, a la espera de que la primera expedición que vuelve del desolado norte nuclear, nos traiga noticias halagüeñas.