Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 29 de noviembre de 2019

Creando amistades (Serie mis cuadros - 46)

Portón, Guareña

Juana era una mujer laboriosa y de costumbres sencillas. Su principal labor era pasar las tardes en casa viendo la televisión mientras hacía punto. Era tal su afición y habilidad que medio barrio tenía un chaleco o una toquilla hecha por ella.
Aquella mañana en que cambió su vida había ido a la mercería de Teresa, y comprado una gran cantidad de ovillos de lana de todos los colores y texturas. Llenó la despensa con lo necesario para su sustento, y se encerró para hacer lo que sería su gran obra.
Primero extendió por el suelo un ovillo de lana azul, formando una especie de red alargada, y posteriormente hizo otra red paralela, ésta con lana roja, y unió a ambas en el centro, a unos ciento cincuenta centímetros del extremo más corto y un metro sesenta del más largo, haciendo un ovillo bicolor. Después, más o menos a la mitad, utilizó ovillos granates, ocres, grises, amarillos y verdosos, distribuidos unos de forma simétrica, otros anárquicamente. Para el vértice superior utilizó una madeja marfil de lana muy gruesa, con la que realizó minuciosas y preciosistas curvas y recovecos. Para terminar, dispuso de una lana crudita muy almidonada, que serviría de sustento a toda su obra.
Tras asegurarse de que todo estaba en orden puso su obra en pie sobre sus dos extremidades inferiores, con los brazos, tronco y cabeza perfectamente realizados, y un añadido de lana elástica entre las piernas. Descansó satisfecha por el final  de su trabajo que, sin duda, le serviría para hacerle la vida más cómoda y satisfactoria.
 Poco a poco le fue enseñando las funciones básicas del cuerpo de casa: limpiar, cocinar, acompañarla mientras ve la televisión, tender la ropa, cocinar y hacer la cama que, gracias al apéndice elástico, con frecuencia amanecía muy alborotada.
Pero Pedrito Lanudo, que así lo llamó, fue tomando confianza, abandonó sus faenas y se dejó llevar por la pereza y la abulia. Juana empezó a impacientarse y, viendo que no respondía a sus peticiones, se olvidó de él, que desde ese momento permaneció adormilado sobre la cama. Pasado el tiempo sin que se solucionara el problema, decidió darle una solución, aprovechó una tarde en que su Frankestein Lanudo, dormía profundamente, y sujetó un punto suelto que vio a la altura de un dedo del pie, como el hilo que queda en el calcetín puesto al revés, y así, tirando tirando, fue recogiendo toda la lana en madejas, hasta que hizo desaparecer a su Pedrito, del que tanto tiempo había disfrutado y ahora de aburría.
Sin descanso, se sentó a ver la televisión, volvió a sus quehaceres y, con los ovillo de distintos colores que recogió del suelo comenzó su nueva obra, un perrito de lana, de más o menos un año de edad, para que ya estuviera crecidito y educado, y le diera compañía.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Ráfagas (Serie mis cuadros - 45)

Patio sevillano

Los días pasan como las hojas de un periódico roto arrastradas por el viento, y ahora me envuelve la quietud. Nací, como Mercedes, en una familia acomodada, en una casa sevillana, entre jazmines y libros —niñez dulce y serena—. Mis padres insistieron en que estudiara, pero yo solo quería escribir, y logré éxito y bonanza económica, gracias a unos mentores y al apoyo de una editorial que publicó mi primer poemario, y así disfruté organizando tertulias en las noches de luna, y me divertí incluso cuando las cosas empezaron a ir mal —juventud, flor abierta—. En mis postreros años de penuria —ancianidad triste y sombría—, me quedaba sin cenar, remendaba mi ropa y me calentaba al fuego de mis queridos libros, pero siempre estuve rodeada del cariño de los que lloraban, reían o soñaban conmigo.
Hoy descanso entre cipreses, bajo la lápida cubierta de flores marchitas, en la que mis amigos, fieles a su promesa, hicieron grabar su poema:

No me dejéis siempre sola
en mi sepulcro escondido,
porque me espanta la ola
quieta y mansa del olvido.

 En memoria de Mercedes de Velilla y su tertulia de la calle Manteros.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Historia de amor (Serie mis cuadros - 44)

Faro de Rota


El camino era corto y el destino estaba muy cerca. Nada más cruzar el arco, entre pequeñas embarcaciones y alguna que otra taberna, se alzaba imponente el faro.
Juande había decido subir esa noche y sabotear el motor para que la luz quedara fija en la pintada que había hecho en un muro cercano. Decía «PEPA, CHULI ¿KIERES CASARTE CONMIGO?»
Pepa no lo dudó, escaló el faro y movió el foco un poco más a la derecha, donde había escrito en mayúsculas «NO, TÍO, DÉJAME YA».
El hermano de Pepa, hizo lo mismo y escribió «¿ERES TONTO O QUÉ?
Juande contestó «¡NO TE METAS TÍO!».
El foco siguió girando a la derecha conforme las pintadas crecían.
—«ES MI HERMANA».
—«YO LA QUIERO».
—«¿LA QUIERES DE VERDAD».
—«SÍ, CON TODA MI ALMA».
Entonces llegó una grúa, dejó caer un contenedor en el muro del muelle, y tapó muchos de los mensajes. A cada lado ya solo se podía leer «PEPA, CHULI ¿KIERES CASARTE CONMIGO?» y « SÍ, CON TODA MI ALMA».
Pepa cedió ante la evidencia y hoy son felices, la grúa se llevó el contenedor, el faro volvió a girar y Juande limpió el muro cuidadosamente.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Vuelta a empezar (Serie mis cuadros - 43)

Parroquia de Nuestra Señora de la O. Rota


En una sociedad desacralizada y en plena crisis económica, los poderes eclesiásticos terrenales optaron por abandonar el empobrecido Vaticano. Alquilaron una furgoneta para hacer un porte con los escasos bienes que le quedaban, repartir los de más valor, y trasladar a Dios y su corte celestial a su nuevo destino.
El evento se organizó un Viernes Santo en Lamia Huta, capital de un pequeño y pobre país africano en el desierto de Calazumbra. Asistieron el jefe de la tribu, el consejo de ancianos, los habitantes del pueblo y cuatro escritores, que pronto comenzaron a extender la buena nueva.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Mirando al mar (Serie mis cuadros - 42)


La Caleta, Cádiz
Era un restaurante muy reconocido, con mucha luz y grandes ventanales que daban a la playa. Hacía un año que se conocieron y él quería agasajarla en un día que consideraba muy especial. Al entrar rompieron el silencio del local con sus risas; la llevaba en brazos y con los ojos tapados mientras le silbaba Ahora bésala, su canción favorita y ella respondía con besos y grandes carcajadas.

—Su mesa está preparada —dijo el camarero al recibirlos.
—Gracias Grimsby, sírvame una copa de vino para mí y traiga agua para ella.
—Enseguida señor. Buenas tardes, señorita.
—¡Espere, por favor! —interrumpió la joven—, ¿Me podría traer un barreño lleno de agua natural?
—Enseguida, señorita.

La mirada de él no dejaba dudas de sus intenciones en ese día, sin embargo ella era incapaz de levantar la cabeza, sumida en sus pensamientos.

—Estás muy callada ¿qué te pasa?
—Verás, quería hablar contigo.
—No, espera, hoy no quiero escuchar problemas ni malas noticias, y tu cara es reflejo de que algo no va bien.
—Es que…
—Espera, te he dicho, antes tengo que decirte algo. Hace un año que salimos y…

En esto llegó el camarero con el barreño.

—¿Quiere probar a ver si la temperatura es la adecuada?
—Está bien, gracias.
—¿Se lo pongo aquí? —preguntó.
—No, mejor debajo de la mesa. Perdone tanta molestia.
—Al contrario, es un placer atenderla.
—Bueno, como te decía —retomó la conversación, al tiempo que ella intentaba comenzar—, hace un año que…
—¡Espera! —gritó ella decidida, con lágrimas en los ojos—, estoy muy avergonzada, pero tengo que pedirte algo que para mí es muy importante en este momento. Quiero que seamos felices juntos.
—No hables del futuro, somos felices ya, y lo que vengo a pedirte es que compartamos esa felicidad toda la vida.
—No, eso no es así, eres muy bueno —dijo ella entre llantos—, pero para seguir juntos necesito dinero, mucho dinero, del que no dispongo.
—Yo te daré lo que necesites.
—¿Ochenta mil euros? ¿Tienes ochenta mil euros? —gritó ante la mirada de todos los clientes del restaurante y del camarero.
—¿Para qué quieres tanto dinero?
—Me cuesta mucho tomar esta decisión, y no lo hago solo por mí, es por nuestro futuro en común. Sin ese dinero, tendremos que separarnos. No quiero sufrir más ni condicionarte tu futuro.

Se secó las lágrimas y apretó la mano de Eric, mientras lo atendía el camarero.

—Sírveme otra copa, Grimsby, por favor. Y llena el barreño otra vez, que se está quedando seco.
—Enseguida, y perdone mi despiste, no he estado atento.
—Tranquilízate —insistió Eric con verdadera compasión—, buscaremos el dinero, pero ¿para qué lo necesitas?
—Tengo que operarme, no podemos seguir así, tu vida ha cambiado, no sales ya con nadie, nos miran por donde vayamos; observa la mirada sin disimulo de todos los clientes del restaurante, hasta el pinche de la cocina.

—Le traigo más agua para el barreño, señorita —interrumpió Grimsby—, pero tenga cuidado, por favor, está salpicando a los señores de la mesa de al lado.

—A mí eso me da igual, cariño —continuó Eric.
—Pero a mí no ¿Te imaginas cuando seamos mayores y no puedas cargar conmigo?
—Bien, vamos a hablarlo ¿Has encontrado un cirujano dispuesto?
—Sí, el doctor Facilier. No tiene mucha fama de honesto, pero está dispuesto y es bueno en su oficio, según dicen. Es mi decisión, Eric, me he despedido de Sebastián y de mis hermanas. Solo quiero poder andar, no dejo de pensar el día en que entre caminando de tu brazo en la catedral, para unir nuestras vidas y nuestro futuro.
—Te quiero Ariel, conseguiré el dinero.

Se besaron emocionados, y los comensales de la mesa de al lado se apartaron para evitar las salpicaduras que Ariel producía moviendo la cola en el barreño.