Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 24 de diciembre de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - III: La ovejita

Adoración de los pastores (detalle), de Jacopo Passano

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí una cerveza con su correspondiente tapa, que dejé a mi derecha mientras leía el periódico. Junto a mí una pequeña oveja comenzó a sorber ruidosamente agua y a rumiar el plato que Ezequiel, el camarero, le había servido. Me llamó la atención el aspecto taciturno de su rostro que se acentuaba por el color negro de su lana. Por educación y con algo de curiosidad me presenté y le pregunté si podía ayudarla en algo, ya que la veía preocupada.

            Ella rehuyó mi mirada y negó con la cabeza, pero tras unos segundos se volvió hacia mí y con los ojos llenos de lágrimas me contó su historia: Éramos más de mil ovejas de todas las edades —me refirió con un tono de tremenda tristeza, muy disciplinadas y amigas, que nos dejamos guiar por nuestros pastores y sus traviesos perros hasta llegar a el portal donde, decían, había nacido un niño que cambiaría el mundo. Ya en la cueva a la que nos dirigió una estrella vi que todo era especial allí. Alrededor nuestra, gallinas, patitos, médicos, labradores, fariseos y ganapanes, campesinas, limpiabotas, soldados, marineros, zapateros, escribas, aguadores, maestras, reyes y magos, estudiantes, prostitutas, modistas, plateros, chapineros, prestamistas, toneleros, albañiles, porteros y otros muchos miembros de los más diversos oficios llenaron la explanada que precedía al lugar del nacimiento. Todos cantaban felices —continuó con la mirada baja— hasta que acabó la fiesta y cada uno volvió a su casa o a su faena, y allí me quedé yo, rodeada del resto de las ovejas, y de la mula y el buey. Estos dos últimos, que son los que me han aconsejado este lugar, se fueron pronto, y entonces se estableció una acalorada disputa entre los pastores que terminó cuando todos se pusieron en marcha con su respectivo rebaño y me dejaron a mí atada a un árbol. Lo siento, me pareció leer en los ojos del perrito pastor que me custodiaba —terminó de contarme compungida—, pero nadie quiere a una oveja negra en su rebaño.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - III. La mula y el buey

El nacimiento de Cristo, de Pedro Berruguete

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí una cerveza con su correspondiente tapa, que dejé a mi derecha mientras leía el periódico. Alertado por el ruido que hicieron la puerta al abrirse y varias sillas y mesas que cayeron al suelo, me volví y vi entrar a la mula y el buey, que se apontocaron en la barra después de haber destrozado todo a su paso por las estrecheces del local.

            Por entablar conversación me presenté y me interesé por su salud, ya que los vi con ojeras y gestos de cansancio. Me respondieron amablemente mientras ella masticaba y él rumiaba el pasto que Ezequiel, el camarero, les había servido.

            Me dijeron que se habían quedado sin trabajo y que estaban buscando un empleo de cualquier cosa con la mantenerse, que aunque ya tenían una edad estaban perfectamente capacitados para trabajar. Yo, aunque no tenía nada que ofrecerles, me interesé y les pregunté sobre su experiencia profesional. Ambos me dijeron que toda su vida habían trabajado en la carga y el transporte, pero me insistieron en que aceptarían cualquier oferta. De hecho, dijeron, su última ocupación había sido calentar el ambiente en una cueva en la que había nacido un niño y me aseguraron que la familia había quedado muy satisfecha.

            Se quejaron de que poco después del nacimiento del pequeño aquello se convirtió en una feria, que allí ya no se podía estar con tanta gente, ricos y pobres, bien y malintencionados, hasta reyes con su séquito vinieron, y que por ello decidieron despedirse. Los padres del pequeño nos dieron las gracias —dijo la mula—, y nos rogaron que esperáramos, que a lo mejor tenían que hacer un viaje a Egipto, pero nosotros preferimos irnos a buscar suerte en otro sitio.

            Luego nos hemos arrepentido —siguió contándome el buey—, porque todos los que estuvieron por allí esos días han alcanzado mucha fama y los conocen por todos lados, pero de nosotros no se acuerda nadie a pesar de que sin nuestra presencia el niño probablemente habría muero de frío.

            Antes de que se fueran les dije que esa historia me sonaba y les enseñé un calendario en que salía su imagen para intentar animarlos, pero fue inútil, los vi salir cabizbajos y solitarios sin despertar la curiosidad de nadie.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - III: La manzana

El Hijo del hombre, de René Magritte

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí un café, que Ezequiel, el camarero, me sirvió diligente. En el salón, una mesa estaba ocupada por un variopinto grupo de comensales que charlaban amigablemente.

Presidiendo la comida estaba el de mayor edad, Mr Newton, que insistía que lo llamaran por su nombre; a su derecha estaba Guillermo y a su izquierda Eva y una vieja enlutada con una gran verruga en la nariz. Don Isaac comía un apetecible pastel de carne, Guillermo y la vieja un goulash y Eva nada, solo se quejaba, desnuda como estaba, de que hacía mucho frío.

Yo, aburrido en la barra, miraba como el almuerzo trascurrió sin incidencias hasta que llegaron los postres, todos pidieron una manzana y el camarero les dijo que solo les quedaba una. A partir de ese momento todo fue un caos. Mr. Newton insistía en que, tras su siesta debajo del manzano, la necesitaba para un experimento; Guillermo aducía que la quería para entrenarse, que tenía un comprimido en el que no podía fallar; y Eva se quejaba de que su plan para atraer a su novio se iba a ir al garete sin la dichosa manzana. Solo la vieja ajena a la discusión le preguntó al camarero que qué otra fruta tenía para contentar a los demás, mientras manoseaba un botecito con un líquido trasparente y espeso y se miraba al espejo.

Estaban a punto de llegar a las manos cuando entró en el bar un nuevo cliente que se sentó junto a mí. Buenas tarde, me dijo al tiempo que se presentaba ―Jobs en mi nombre, me dijo y me preguntó si esa manzana verde que descansaba en un plato en el extremo de la barra era mía―. Yo le dije que no, que era para los contertulios de la mesa. A él le dio igual, la cogió, le dio un bocado, la miró con interés y se marchó sin decir nada.

Al salir se despidió del camarero y éste le respondió: Hasta otro día Mr. Steve.



sábado, 4 de diciembre de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - III: La rata

Dos ratas, de Vicent Van Gogh

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí una cerveza con su correspondiente tapa, que dejé a mi derecha mientras leía el periódico. Cuando me di la vuelta me encontré con una rata que roía uno de los trozos de queso con que Ezequiel, el camarero, me habita obsequiado. Me pareció que el roedor estaba feliz porque movía la cola a mucha velocidad, pero cuando alcé la mano para echarla, ella me amenazó enseñándome los dientes y levantando el rabo hacia mi frente.

            Quise romper el hielo y me presenté —Antonio le dije que me llamaba—, y ella respondió amablemente —Rata es mi nombre, me dijo—. Yo me bebí la cerveza y no quise tomar el queso. Ella insistía, pero yo fui franco y le dije que allí había comido ella y me daba asco.

            Le pregunté que si venía con asiduidad al bar. Me dijo que no, que sabía que no era bien recibida en ninguna parte, por lo que no le gustaba repetir en ningún sitio. Noté entonces como dejaba caer el rabo quieto sobre el mostrador, como si lo adormeciera. Indagué el motivo de su tristeza y se sinceró. Me contó que su mala fama era injusta, que otros animales cargan con sus maldades y así eran reconocidos, como la cabra loca, la sibilina serpiente, en sucio cochino, el vago perro, las putas gallinas y muchos más, pero que a las ratas nadie podía criticarles nada. Bueno quizás sí —apostilló con humildad—, pero solo a las ratas de alcantarilla, aunque esas solo son primas lejanas con las que no me gusta relacionarse.

            Yo le repliqué, le eché en cara que han sido protagonistas de muchas desgracias, la peste por ejemplo, y ella lo reconoció, pero se disculpó porque en realidad no sabían cómo evitarlo, que si lo hubieran sabido probablemente habrían actuado de otra manera, y volvió a dejar caer su rabo inerte sobre el mostrador. Me convenció y, para mostrarme solidario con ella, me inculpé y le dije que nosotros sí habíamos llevado al mundo mucho sufrimiento y, para colmo, muchas veces de forma voluntaria, con las guerras, los asesinatos, el terrorismo o el genocidio, y le hablé con detalle de todo lo que habíamos hecho a lo largo de todo el siglo XX.

            Terminada la conversación, me olvidé de los escrúpulos y, para congraciarme con ella, le di un buche a la cerveza, cogí un trozo de queso y le ofrecí otro a ella, pero me dijo que no, que gracias, pero que ahí había comido yo y le daba asco.


Se bajó de la barra y, al salir, la vi hablar animadamente con un grupo de cucarachas que disfrutaban de los restos de un plato moviendo con alegría sus antenas.

sábado, 27 de noviembre de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - III: Franco

El Generalísimo Franco, de Ignacio de Zuloaga

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Se sentó con esfuerzo en una banqueta en el extremo de la barra y pidió un café que Ezequiel, el camarero, le sirvió diligente. «Buenas tardes» —me saludó su voz atildada nasal—. Volví la cabeza y allí estaba él, como ausente.

Aunque su fama era evidente, se presentó. Me dijo que era militar y que se llamaba Francisco, aunque en su casa lo llamaban como Paco, y me preguntó si lo conocía. Yo, para romper el hielo, le comenté que recordaba haberlo visto en la televisión hace tiempo y que sabía todo sobre su vida.

            Le pregunté si necesitaba algo, si podría ayudarlo, y me dijo que sí, que llevaba mucho tiempo fuera y le sorprendió el tremendo calor que hacía. Me dijo que iba camino de Galicia, a su pazo, que allí se estaba muy fresquito. Acabó el café, se sacó unas monedas del bolsillo y las dejó en la barra, se levantó y se dirigió a la puerta. Antes de que saliera le dije que no me parecía una buena idea, que si no había leído los periódicos, que el pazo ya no era suyo ni de su familia. En un principio no se lo creyó, pero al ver los gestos de asentimiento del resto de los clientes, su gesto cambió, y comenzó a dar golpes y chillar.

            Cogió su bastón, se asomó a la puerta del bar y, con el dedo en alto y amenazante, se dirigió a los pocos vecinos que paseaban o estaban sentados en la terraza, al camarero, a dos policías de ronda, a un vendedor ambulante, a algunos niños que jugaban a la pelota, a un corro de mujeres que hablaban entre ellas, a tres ancianos que tomaban el sol en un banco y a otras personas que iban o venían de sus faenas… pero nadie lo escuchó.

sábado, 20 de noviembre de 2021

Cada quien es cada cual

El gato Murr, de Carl Spitzweg

El sol del atardecer iluminaba la estrecha calle mojada por la lluvia de los últimos días. en una pequeña plazuela, más bien un recodo, se alzaba una jacaranda junto una coqueta fuente con motivos mitológicos coronada por un ganso que miraba al cielo sobre una gran concha, y allí se dirigía, como todos los días, a beber y aliviar su vejiga.

Bebió algunos sorbos del alcorque, olisqueó el tronco de árbol y levantó su pata derecha para orinar orgulloso, mirando a unos perros que ladraban sin dejar de mirarlo encerrados tras la verja del jardín del palacete del Duque de Villasalva, que daba nombre a la plaza.

Los miró desafiante, removió la arena y las hierbas del alcorque y se rascó el lomo con la jacaranda que daba color al recoleto enclave, levantó la cabeza y comenzó a caminar orgulloso en dirección al parterre en que los ladridos se habían convertido en aullidos amenazadores.

Al llegar a la puerta, sin detenerse, esbozó lo que parecía ser una sonrisa, levantó el rabo, encorvó el lomo y maulló burlesco y divertido ante la mirada impotente de la jauría.

sábado, 13 de noviembre de 2021

Ley de vida

Carta de la Baraja Dixit

Doña Garza amonestaba a sus tres hijas —Gracita, Gracielita y Giselita—, porque se negaban a acompañarla en su viaje anual.

—Yo me voy al norte —decía Gracita, siempre sudorosa y acalorada.

—Pues yo al sur —replicaba Gracielita, acurrucada bajo las alas de su madre, para combatir el frío.

—Y yo no voy a ninguna parte, que aquí estoy bien —anunciaba Giselita aferrada a la rama del árbol que la vio nacer.

 

Apesadumbrada, doña Garza agachó su largo cuello, besó a sus hijas y a la tierra, y emprendió el vuelo, con la esperanza de reunirlas una vez al año.

Nunca faltaron a la cita de cada primavera. A doña Garza se le hicieron los cambios en el color del plumaje cada vez más sutiles; y sus tres hijas, a las que seguían sus pequeños retoños, notaron como el gris se enseñoreaba en su cresta, hasta que un año ya no pudo acudir a la cita.

Gracia, Graciela y Gisela agacharon su largo cuello para besar a la tierra y llamaron a sus hijas para de que las siguieran en el vuelo de vuelta.

 —Nosotras nos vamos al norte —dijeron Gracita, Gabrielita y Garbiñita, siempre sudorosas y acaloradas.

—Pues nosotras al sur —replicaron Gracielita, Gildita y Gumersita, acurrucadas bajo las alas de su madre, para combatir el frío.

—Y nosotras no vamos a ninguna parte, que aquí estamos bien —anunciaron Giselita, Guillermita y Gertrudita, aferradas a la rama del árbol que las vio nacer.

 

Apesadumbradas, doña Gracia, doña Graciela y doña Gisela, agacharon su largo cuello, besaron a sus hijas y a la tierra, y emprendieron el vuelo, con la esperanza de reunirlas una vez al año.

sábado, 6 de noviembre de 2021

En la frontera

Los pescadores, de Leon Wyczółkowski

Ateridos de frío en las turbulentas aguas de aquel arroyo limítrofe entre Valdesanmora y Valdesallora, pecaban y miraban de soslayo a los que, con las botas puestas, ojeaban en la orilla opuesta las escasas truchas que luchaban contra la corriente.

Entre los dos grupos, que no se perdían de vista, inmóviles y entumecidos en aquel riachuelo, pasó veloz la trucha hasta perderse camino a su destino. 

domingo, 31 de octubre de 2021

UN DESGRACIADO ACCIDENTE (ZZZZZZZZZZ…)


La enorme pala mecánica parecía haberse vuelto loca en manos del nuevo operario sobre el asfalto, ante los ojos atónitos de don Nicolás, el jefe de obras.

Llevaba años trabajando en la construcción y conocía el riesgo de dejar en manos inexpertas esas máquinas, pero ese nefasto día lo había distraído un viandante curioso que llevaba horas revoloteando alrededor suyo, acercándose y alejándose, sin dejar de hacerle preguntas sobre la obra o el manejo de la pala. Era un hombre alto, desgarbado, de piernas y brazos extremadamente largos en comparación con su cuerpo. Muy delgado, bajo la fina camiseta que lo cubría se insinuaban cada una de sus vértebras y las prominentes escápulas que, en contraste con su encorvado dorso, parecía que quisieran escapar y volar libremente. De tez era verdosa, su rostro enjuto, la nariz picuda, y sus ojos, saltones e inquietos, miraban en todas direcciones, como si escudriñaran lo que pasaba en derredor suya. Su aspecto físico y una natural timidez, lo habían convertido en una persona solitaria, al que rehuían sus vecinos. Solía pasear por el barrio recitando una retahíla incomprensible, como un zumbido constante, al que nadie prestaba atención. Cuando algo le llamaba la atención, intentaba acercarse siguiendo un curioso protocolo. Primero se quedaba mirando fijamente su objetivo, luego empezaba a rodearlo en círculos más pequeños, hasta que por fin se decidía y con alguna excusa —pedir fuego, coger un papel o preguntar una dirección—, lo abordaba y ya no se separaba de la víctima por muchos intentos que esta hiciera, hasta dejarla agotada.

Y así ocurrió ese día. Vio la pala mecánica, se fijó en don Nicolás, dio varias vueltas mostrando una fingida atención, se acercó a pedirle fuego, encendió el cigarro, dio unas vueltas más, volvió a acercarse, le comentó que la pala hacía movimientos más rápidos de lo habitual le preguntó si el operario era nuevo, le ofreció un pitillo, se apartó y, de nuevo, rodeó la obra. Al ir a acercarse otra vez, don Nicolás lo echó con grandes aspavientos, con tan mala fortuna que sus exagerados gestos confundieron al operario, que elevó la pala bruscamente y, en pocos segundos, la dejó caer, sin que le diera tiempo al curioso viandante a apartarse.

Cuando los servicios médicos llegaron, solo pudieron certificar el fallecimiento del curioso impertinente. Al día siguiente, en el lugar del accidente, solo quedaba una discreta mancha oscura sobre el asfalto y algunos restos en la superficie amarilla de la pala.

sábado, 23 de octubre de 2021

Palabras vivas

Sirvienta leyendo en la biblioteca, de Édouard John Mentha

Me han regalado un diccionario, un ejemplar único. Está muy actualizado, con todos los vocablos, nuevos y antiguos, de cualquier idioma, incluidos barbarismos, y hasta onopatopeyas  y faltas ortográficas.

Es especial porque contiene todos los términos imaginables. Están reunidos por orden alfabético, pero a veces se juntan de acuerdo con el día. Así, si estamos en invierno, se agolpan los que se refieren al frío en las páginas centrales, para calentarse; si es un cálido día de verano, se alinean en los bordes de las hojas y pasan las páginas, para abanicarse; y si es de noche se acurrucan bajo las solapas. También están pendientes de nosotros y son capaces de agruparse en frases de ánimo o de duelo, o posicionarse en forma de sonetos y alejandrinos si nos ven inspirados. Pero lo más importante de este curioso glosario es que, cuando lo abrimos, las palabras se esconden para dejar las hojas en blanco y que podamos nosotros rellenarlas. 


sábado, 16 de octubre de 2021

El lápiz siempre a mano

Café de los incoherentes, de Santiago Rusiñol

Me senté en mi rincón favorito de la cafetería. Estaba atardeciendo y los últimos rayos de sol y las luces rojas parpadeantes que atravesaban la ventana desde el exterior, daban a la mesa la calidez que necesitaba para iniciar mi relato.

Estaba poco inspirada y, en espera de mi musa, pedí un café; pero cuando iba a beberlo vi que sobre la espuma flotaba un enorme mosquito que aún movía las alas en un intento desesperado por escapar. Llamé al camarero algo enfadada y éste se volvió, resbaló y dejó caer sobre la mesa la bandeja y un enorme cuchillo que quedó clavado junto a mi mano.

Tras las oportunas disculpas, me trajo otro café. Ya más tranquila saqué mi cuaderno y, tal como me había propuesto, comencé a escribir decidida, como si las palabras salieran solas: «Caía el sol cuando pude ver por la entrada de la cueva que del fondo del lago emergió un dragón que, moviendo enérgicamente las alas, se dirigía a mí. Me quedé quieta, petrificada, esperando que alguien me ayudara y, en ese momento, un caballero escuchó mis gritos y corrió a ayudarme, con tan mala fortuna que cayó dejando caer a mis pies un escudo y una lanza con la que defenderme…».

viernes, 8 de octubre de 2021

Ensoñación (Al otro lado)

La pesadilla, de Johann H. Füssli


Cuando el pequeño despertó, yo aún estaba allí. Su miedo solo era comparable a mi angustia, pero tuve que seguir ahí, inmóvil e impotente, hasta que se dio la vuelta, se tapó la cabeza con la almohada y se durmió.
        Solo entonces conseguí volver a su sueño.

sábado, 2 de octubre de 2021

La casa del árbol

El abuelo cuenta una historia,. de Albert Anker

—Hola, y adiós.
—¿Te vas?
—Sí.
—Espera, mis padres quieren hablar contigo.
—No, me mandarán a la escuela.
—Sí, me temo que sí.
—Y luego a una oficina.
—Supongo que será así.
—No quiero ir a la escuela a aprender cosas serias. No quiero ser mayor. ¡Qué horror si me despertara y me viera con barba!
—Me encantaría verte con barba, Peter.
—Nadie me va a atrapar para convertirme en un adulto.
—Pero ¿Dónde vas a vivir?
—Con Wendy, en la casa que construimos con la ayuda de Campanilla. Las hadas la pondrán en lo alto de la copa del más grande de los árboles en los que duermen de noche.
 
Dos fuertes golpes sonaron en la puerta y al abrirla, la corriente de aire dejó salir por la ventana un polvillo dorado.
 
*
 
—¿Qué haces, pequeñaja?
—Nada, aburrida. ¿Quieres quedarte conmigo a leer o ir a jugar en el jardín?
—Mírame, Bárbara ¿Estoy guapo?
—¿Has quedado con tu Martita?
—Sí, ¿pasa algo?
—Pasa que es insoportable y prefiero que te quedes conmigo.
—Me he afeitado el bigote ¿se nota?
—¡Hala, ya eres mayor!
—Y tú eres una niñata.
—¿A dónde vais?
—A dar un paseo y a la casa que construimos junto al árbol viejo.
—¡Esa es nuestra casa, Pedrito! ¡No quiero que tu Martita ni nadie entre allí!
—Me da igual lo que quieras.
 
La puerta volvió a cerrarse dando un portazo, Bárbara abrió el libro, del que escapó un tenue polvo dorado.
 
*
 
—Vamos al jardín, que se está haciendo tarde.
—¿Salimos mejor a dar un paseo? —preguntó Marta.
—No, ahora no me apetece.
—¿Y qué hacemos sentados todo el día?
—Voy a arreglar la casa del árbol, los niños están por llegar y les gusta jugar allí. La verdad es que la tenemos muy abandonada. Además, este fin de semana viene mi hermana a verme y hace mucho que no estoy con ella, me gustaría dar un paseo con Bárbara hasta la casita, sé que le hará ilusión verla bien conservada.
—Está bien, pero sabes que no me agrada la presencia de tu hermana. Siempre me ha estado ridiculizando, desde que tú y yo salíamos en el instituto, con su "Martita".
—Déjala, ella es así. Pasaremos la tarde jugando con los niños. Ya te he preparado el disfraz de Wendy, a Marta le he hecho el de Campanilla y a los niños, el de indios.
—Tú, como siempre, supongo que de Peter ¿no? No madurarás nunca, Pedro.
—Eso dice mi hermana. Cada día os parecéis más.
 
Se oyó un golpe en la puerta y aparecieron los gemelos, a los que seguía una estela de polvo dorado.
 
*
 
—¡Jau Jefe Indio, jau Trigrilla! Vamos a comer que tenemos muchas cosas que hacer antes de que anochezca —gritó al verlos venir corriendo a ver quién llegaba antes a la casa.
—¡Hola Peter! —canturrearon los pequeños al ver a su padre con el inconfundible traje verde.
—¡Hola pequeñaja!
—¡Nunca cambiarás! —dijo Bárbara a su hermano al bajarse del coche.
 
Ya era de noche cuando Bárbara se despidió, los niños se acostaron y Pedro y Marta se fueron a descansar. La noche era magnífica, el cielo estaba despejado y una ligera brisa arrastró un polvo dorado por delante de la ventana de los pequeños.
 
 
—Y así fue como se hizo esa casa—le cuenta el abuelo sentado en su mecedora, en el porche de la casa, a los pequeños—, y en ella disfrutaron mis padres, luego la pequeña Bárbara, tu abuela y yo, vuestro padre y ahora vosotros. Yo me sigo afeitando, no quiero parecer mayor, Marta no me lo permitiría, ¿la veis brillar allí? Es la segunda estrella de la derecha, la que apunta al amanecer. ¿Y veis a la tía Bárbara?, es otra más pequeñita que está junto a ella. Parece que parpadean y que se van a apagar. No dejéis de mirarlas, o nunca más volverán a brillar.
—Sí, ahí están —respondieron los niños.
—Cada tarde me acerco a la casita y miro las estrellas. Con suerte, algunas tardes despejadas, junto a ellas, veo a las que desaparecen y a las más jóvenes, las que todavía no tienen los ojos vidriosos y hablan, y puedo oír su voz entre el canto de las sirenas que trae el levante.
—Buenas noches, abuelo.
—Buenas noches.
 
Pedro se quedó solo, dormido en su mecedora y soñó que un cometa bajaba con una enorme cola dorada y él lo seguía.

sábado, 25 de septiembre de 2021

Bruno, Bosco, Buda, Brita y Beth

Perros de traílla, de Francisco de Goya

Bruno tenía cuatro perros: Bosco, Buda, Brita y Beth.

Para su can más amado, Bosco, un gran bóxer, era muy especial Buda, un beagle juguetón, que siempre procuraba acercarse a Brita, un pequeño bulldog, que solo quería que el travieso Beth, un bichón frisé, lo dejara tranquilo.

Una noche Beth descubrió Bruno no despertaba por mucho que lo zarandeara y le ladrara.

Pasaron días y llegó el hambre, Bosco le dio un tímido bocado al lomo de Bruno. Los demás, lo imitaron y en pocos minutos se estaban dando un festín.

Semanas más tarde, terminadas las provisiones, Bosco atacó a Beth ante las protestas de Buda y Brita que, no obstante, también disfrutaron del ágape, y más terde convenció a Buda de que, sin el pequeño bichón, solo les quedaba Brita, que no pudo defenderse. 

Sin Bruno, y muertos Beth y Brita, Buda vigilaba constantemente a Bosco, pero éste, aprovechando un descuido, acabó con él para su avituallamiento.

Con la tranquilidad de que nadie lo amenazaba, Bosco murió de soledad entre los huesos de sus amigos.

sábado, 18 de septiembre de 2021

Cine de verano IV: Exigencias del guion

Psicosis, Fotograma

El casting para Psicosis resultó especialmente difícil por las exigencias de Hitchcock de alcanzar el máximo realismo. Tras probar con las mejores aspirantes y más de setenta apuñalamientos, Janet Leigh sobrevivió.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Cine de verano III: El francotirador

Shooter. El tirador. Fotograma

Desde su atalaya vio dividirse a las naciones en parcelas de odio, como las ciudades de cuarteaban en minúsculos barrios, cada uno de ellos en bloques formados por pequeños apartamentos, y cada fachada en cientos de ventanas, todas iguales, vacías. Tabicó su casa, cerró habitaciones, transformó sus ojos en una lente, su mirada en un caleidoscopio, y su mano en cinco martillos. Se encendió entonces una luz, respiró, parceló su cordura en ilusorias justificaciones, levantó un muro entre el corazón y sus manos, entre la razón y su decisión, acechó a su presa y disparó.

             Un rictus de dolor y, quizás, arrepentimiento en su rostro exánime fue el postrero mensaje que dejó el último superviviente que se conoce de la cruel guerra fraticida.


sábado, 4 de septiembre de 2021

Cine de verano II: Quema de libros

El nombre de la rosa. Fotograma

Ninguno de nosotros dudaba de la sabiduría del abad, que se obcecaba en enseñarnos la verdad escondida en el misterio de la palabra escrita. Nos habló de la providencia, de nuestros ancestros, del cielo y del infierno, pero nunca nos dijo nada del motivo de su presencia. Solo nos pedía que le prestáramos atención y que recordáramos cada frase, porque, decía, nunca podrá olvidar la escena dantesca del fuego adueñándose de las palabras para borrar el pasado y así dominar el futuro.

            Todos lo escuchamos atención mientras, al fondo, alguien buscaba agazapado un resquicio para quemar el presente.

jueves, 12 de agosto de 2021

Cine de verano I: Casting en Los Ángeles

Thriller. Fotograma

Nada más verme, John Landis me llamó y me contrató como extra para Thriller. La grabación fue fácil, no necesité aprenderme el guion ni un vestuario especial, solo tenía que caminar en el grupo y hacer algún paso de baile.

Terminada la jornada abandoné los estudios y desaparecí.

El hijo descarriado (venganza)

Superman.Comic

Fruto de la relación de Clark con Lois nació Johnny. Viva imagen de su padre, solo necesitó unos meses para levantar la cuna con una mano, saltar desde la terraza a la piscina o ayudar a su madre haciendo las faenas de la casa en pocos segundos.

Se había roto el secreto de la identidad real de Superman, y la familia Kent gozaba de una gran consideración entre sus vecinos, que comenzaron a llamar al retoño Supernene. Fuera por culpa de las malas compañías o por su carácter irreflexivo, con cinco años ya era conocido en los peores ambientes del barrio, cumplidos los diez era el cabecilla de una banda de atracadores y con quince fue contratado como sicario por los principales capos mafiosos. Encarcelado en repetidas ocasiones, siempre lograba escapar, hasta que lo encerraron en una celda rodeada por totas partes de kryptopnita, lo juzgaron y lo condenaron a pena de muerte.

Clark pidió clemencia, prometió que lo reeducarían y que cambiaría, incluso amenazó a jueces y gobernantes, pero todo fue inútil, y una inyección con el líquido verde fluorescente acabó con la vida de Johnny.

Pocos días después Superman, volaba hacia Metrópolis con una bomba de neutrones sobre sus espaldas. 

Proyecto de familia

El acuerdo matrimonial, de William Hogarth

Los Duques de Canard celebraban el proyecto de unión con la noble familia alemana de los Wolf-Meyer, e incluso habían fantaseado con un escudo heráldico común en el que aparecerían las armas de ambas familias: Un lobo por parte de la familia de ella y un ánade, emblema de los duques.

Terminada la cena fueron al jardín en busca de sus respectivos vástagos, y se encontraron al perrito de peluche de la pequeña Katrina, pisando la cabeza rota del patito de goma del duquesito. El acuerdo nunca llegó a firmarse.

sábado, 7 de agosto de 2021

Un día en la vida

The Beatles, de Andy Warhol

Desde su adolescencia había sido un obsesivo admirador de los Beatles, se hizo músico, se casó y fue a Liverpool de luna de miel. Tuvo cuatro hijos —Pablo, Juan, Jorge y Ricardo—, a los que matriculó en el conservatorio al cumplir los cuatro años.

Los dos mayores se hicieron científicos, el tercero médico y el benjamín arquitecto. A pesar de que todos alcanzaron notoriedad en su trabajo, nunca pudo perdonarles lo que consideraba una traición. 

Tanto fue su desprecio que se fueron alejando y dejaron de verlo hasta su ochenta cumpleaños. Querían que ese día fuera especial. Se presentaron en su casa vestidos a la usanza de los sesenta, con las guitarras, el bajo y la batería. Le dedicaron una versión más que digna de A day in the live, su canción favorita. Terminada la actuación observaron como balbuceaba en su silla de ruedas y, con el dedo índice apuntando al techo, contaba los cuatro mil agujeros de Blackburn.


domingo, 1 de agosto de 2021

Bar Melody

Paris Society, de Max Beckmande 

Mientras la esperaba fumando como cada día un cigarrillo, el camarero me trajo un Martini sobre un disco roto de Pablo Abraira que usaba de bandeja. Nada había cambiado: carátulas adornando las paredes, música melódica, álbumes como salvamanteles y una pátina de humo sobre las luces rojas de neón que daba al espacio el valor de la remembranza.

Me tapó los ojos, pero la suavidad de sus manos y el inconfundible olor a Jabón Lux la delataron. La besé, el camarero nos sirvió otro vermú, cayó la colilla a la moqueta y volvió a sonar la sirena de los bomberos.

sábado, 24 de julio de 2021

Llantos

Inmigrantes, de Jesús Serrano Francés

Maysa lloraba al despedir a Nazir, que la abrazaba y le juraba que arreglaría los papeles y volvería a por ella. Ninguno de los dos pudo contener el llanto viendo como el horizonte se convertía en una línea divisoria entre el ayer y el mañana. Mientras, en la orilla, se arremolinaban mujeres y hombres desesperados que con lágrimas en los ojos intentaban buscarse un hueco en alguna embarcación.

El llanto de niñoos asustados aumentaba la tragedia que se estaba viviendo.

Nazir, ya en altamar y con la barcaza a la deriva tras ser abandonada por el patrón, sollozaba de impotencia al ver alejarse el cuerpo de un compañero muerto de frío, hambre y desesperación.

Alcanzada la tierra prometida, un voluntario intentaba arrancar de los brazos de la madre a un niño que había fallecido en la travesía. Sus lágrimas se mezclaron en un abrazo con las de la madre.

Tras meses en un refugio Nazir fue deportado y volvió deshecho en llanto ante la pérdida de su única esperanza.

Un miembro de la Cruz Roja lo acompañó hasta el embarcadero.

Ese mismo día la imagen de un pequeño medido por las olas en la playa sobrecogió a los veraneantes presentes, que no pudieron contener las lágrimas.


Tanto fue el lloro, tantas las lágrimas de Maysa, de Nazir, de las madres y los niños, de hombres y mujeres fuertes y decididos, de los voluntarios, de los veraneantes, de las almas desesperadas de los emigrantes y acomodadas del primer mundo, que el Mediterráneo se desbordó y una inmensa ola de dolor inundó ciudades, países, conciencias y alma.


sábado, 17 de julio de 2021

Celebración

Borracho, de Charles Groux

Ese día cumplía ochenta años y no estaba dispuesto a pasarlo solo. Lo preparó todo con mucho esmero en su casa de campo, repasó la mesa en la que había puesto su mejor vajilla y unos entremeses, y se sirvió una copa: No había invitado a nadie, pero tenía la esperanza de que se acordaran del día y acudieran a celebrarlo.

Ya anochecía y aún seguía solo, por lo que se sirvió otra copa y otra y una cuarta, y por fin vio entrar a su mujer con sus cuatro hijos. Les ofreció vino, brindó con ellos y se sirvió para acompañarlos. Vinieron más tarde sus compañeros de trabajo y otros amigos, para los que abrió una nueva botella que se fue bebiendo alegremente mientras lo escuchaban. Llegaron algunos miembros de su pandilla del colegio, varios actores, futbolistas, incluidos los de la Quinta del Buitre, las fulanas con las que perdió la virginidad, y otros personajes entrañables de su juventud. Con todos compartió cervezas, vino y licores.

Empezó a entrar gente desconocida, pero a él no le importaba, hablaba con todos y brindaba con ellos con el güisqui que había reservado para la ocasión. Les enseñaba los animales que estaban entrando por las ventanas, búhos parecían, y las arañas que surcaban el techo, y se reía viendo como reptaban algunas serpientes, y jugueteaban entre las piernas de los invitados unas fichas de ajedrez.

Comenzó a sentirse mareado, se sentó, se sirvió otra copa y se quedó dormido.

A la mañana siguiente, el salón estaba vacío y él tenía un terrible dolor de cabeza. 

lunes, 12 de julio de 2021

Sincronía

Autorretrato con la muerte, de Arnold Böcklin

Con un “FIN” escrito con letra torpe, prácticamente ininteligible, coronó el escritor su autobiografía. 

viernes, 9 de julio de 2021

Hemisferios

Cerebro humano, de Leonardo da Vinci

Siempre vivía en guerra conmigo mismo, era como si cada decisión que tomara, por muy razonada que estuviera, tuviera que ser supervisada e inmediatamente censurada por mi otro yo. Tan difícil llegó a ser la situación que opté por dividirme verticalmente en dos partes. No fue muy problemático ya que la mayoría de los órganos vitales eran dobles. El problema se planteó básicamente en el hígado y en el corazón, únicos y claramente lateralizados. Para poder hacer una vida más o menos independiente nos adaptamos juntándonos cada poco tiempo para que mi hígado pudiera limpiar su parte y su corazón bombeara mi sangre. Los periodos de separación, que llamábamos libres, gracias a una perfecta planificación y entrenamiento, eran cada vez más prolongados, pero nunca pudimos estar separados más de media hora, lo que incidía en nuestras relaciones y en nuestro trabajo. Eso hizo que, probablemente debido a estructuras comunes del cerebro y tronco del encéfalo, entráramos al mismo tiempo en una profunda depresión. Pensamos en suicidarnos pero, aunque nuestro odio era cada vez mayor, sabíamos que si lo llevábamos a cabo, la muerte de cada uno condicionaría el fallecimiento de la otra parte, ya que ni él podría vivir sin mi hígado ni yo sin su corazón.

Tan grande era nuestro sufrimiento que quedamos un día para hablar e intentar solucionarlo de la forma que fuera. Nos reunimos una tarde y, tras unirnos y volver a estar limpia y bien bombeada la sangre, volviendo a ser uno solo, aflorando como siempre el odio y no encontrando solución, decidimos llevar a cabo el suicidio y, para no sentirnos culpables de la muerte de la otra mitad, nos fundimos en un prolongado abrazo con el juramento de no separarnos. Tras tomar la cicuta, acunado por mi yo emocional y mi opuesto racional, fallecí.

viernes, 25 de junio de 2021

La estación


A modo de aperitivo para los que no lo tengan o les apetezca leerlo, estando pendiente la segunda presentación el próximo lunes 28 de junio en la Botica de Lectores, os adjunto un enlace en el que podéis leer uno de los cuento de LA BUFANDA DE LANA Y OTROS RELATOS DESGARRADOS. 

https://www.edicionespangea.com/producto/la-bufanda-de-lana-y-otros-relatos-desgarrados/

sábado, 19 de junio de 2021

Efeméride

Joven tocando el piano, de Gustave Caillebotte

La sala de conciertos se abrió para un grupo selecto de aficionados que, como cada año, se reunían para el acontecimiento.

Solo las velas de los candelabros del piano iluminaban el escenario. La banqueta de terciopelo verde aún permanecía vacía cuando llegó la hora del inicio del concierto. El profundo silencio se hizo entonces más intenso al sonar las notas del Nocturno de Debussy, que impregnó de nostalgia la sala.

Cuando el concierto terminó, una leve corriente de aire apagó las velas y no se oyeron aplausos ni nadie se movió de los asientos. Todos quedaron absortos mirando ese piano que, cada año, sin que nadie lo tocara, terminaba la pieza que quedó inconclusa el día del bombardeo.

jueves, 17 de junio de 2021

Visión de futuro

Don Quijote. Ilustración de Gustave Doré

—¡Ay, Señor de Avellaneda! ¿Cómo quiere que le publique esta historia del hidalgo y su escudero?

—Usted edítelo y calle, que dentro de poco tiempo nadie se acordará de ese tal don Miguel y nosotros nos haremos ricos y famosos.