Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 24 de diciembre de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - III: La ovejita

Adoración de los pastores (detalle), de Jacopo Passano

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí una cerveza con su correspondiente tapa, que dejé a mi derecha mientras leía el periódico. Junto a mí una pequeña oveja comenzó a sorber ruidosamente agua y a rumiar el plato que Ezequiel, el camarero, le había servido. Me llamó la atención el aspecto taciturno de su rostro que se acentuaba por el color negro de su lana. Por educación y con algo de curiosidad me presenté y le pregunté si podía ayudarla en algo, ya que la veía preocupada.

            Ella rehuyó mi mirada y negó con la cabeza, pero tras unos segundos se volvió hacia mí y con los ojos llenos de lágrimas me contó su historia: Éramos más de mil ovejas de todas las edades —me refirió con un tono de tremenda tristeza, muy disciplinadas y amigas, que nos dejamos guiar por nuestros pastores y sus traviesos perros hasta llegar a el portal donde, decían, había nacido un niño que cambiaría el mundo. Ya en la cueva a la que nos dirigió una estrella vi que todo era especial allí. Alrededor nuestra, gallinas, patitos, médicos, labradores, fariseos y ganapanes, campesinas, limpiabotas, soldados, marineros, zapateros, escribas, aguadores, maestras, reyes y magos, estudiantes, prostitutas, modistas, plateros, chapineros, prestamistas, toneleros, albañiles, porteros y otros muchos miembros de los más diversos oficios llenaron la explanada que precedía al lugar del nacimiento. Todos cantaban felices —continuó con la mirada baja— hasta que acabó la fiesta y cada uno volvió a su casa o a su faena, y allí me quedé yo, rodeada del resto de las ovejas, y de la mula y el buey. Estos dos últimos, que son los que me han aconsejado este lugar, se fueron pronto, y entonces se estableció una acalorada disputa entre los pastores que terminó cuando todos se pusieron en marcha con su respectivo rebaño y me dejaron a mí atada a un árbol. Lo siento, me pareció leer en los ojos del perrito pastor que me custodiaba —terminó de contarme compungida—, pero nadie quiere a una oveja negra en su rebaño.

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