La adoración de los Reyes Magos, de Giotto di Bondone |
El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí una cerveza con su correspondiente tapa, que dejé a mi derecha mientras leía el periódico. Me llamó la atención el ruido que había en la zona de comedor y le pregunté a Ezequiel, el camarero. Me dijo que hacía horas que habían entrado tres camellos y que estaban hartándose de agua de tal forma que las jorobas parecía que iban a estallar.
Me acerqué a verlos por curiosidad y ante su mirada
interrogativa, por educación y para entablar una conversación que me sacara del
aislamiento, me presenté. Ellos me contestaron diciéndome sus nombres —Rohclem, Rapsag y Rasatlab—, y sin que nadie se lo
pidieran comenzaron a quejarse de su suerte. Me dijeron que todo el reino
animal sabía que algo importante había pasado en las lejanas tierras de Judea y
que burros, bueyes, ovejas, gallinas, cerdos y otras especies se dirigieron
allí para ver el prodigio y que ellos los siguieron con la misma intención.
Rohclem, el mayor de los tres y de piel muy blanca, se quejó de que un tal
Melchor se le había subido encima en un descuido, Rapsag, rubiasco y algo
impertinente, me dijo lo mismo de Gaspar, y que Rasatlab,
el más joven y de curtido pelo negro que los acompañaba, tuvo que cargar con un
tal Baltasar.
Cuando llegamos a la aldea —me siguió contando Rasatlab
con su peculiar acento etíope— íbamos rodeados de mucha gente y no quisimos
seguir. Dejamos allí a los tres polizones que no hacían otra cosa que adorar a
un recién nacido y organizar y cargar todos los paquetes con los presentes que
iban llegando.
Yo les dije, y Ezequiel lo rubricó, que habíamos escuchado
la historia y que a Melchor, Gaspar y Baltasar los conocía todo el mundo, y de
eso precisamente se quejaron, de que en realidad esos supuestos magos o reyes
solo fueron tras advenedizos que se subieron en su lomo y siguieron al resto de
los animales montados en sus chepas y que ni se habían dado cuenta de la
brillante estrella que nos llevó hasta Belén.
Intenté tranquilizarlos y les dije que algún día Rohclem, Rapsag y Rasatlab, al igual que Toby, Laika, Chita, Lassie, Dolly,
Rocinante o Babieca, serían reconocidos y admirados, pero mi opinión no les sirvió.
—No tenemos nada que regalar —dijo Rohclem.
—Nadie
escucha a los animales, y menos a un camello —sentenció Rapsag.
—¿Qué
vamos a hacer ante reyes o magos? —se preguntó Rasatlab.
Yo no
supe que decirles y vi cómo se levantaban y salían cantando y tambaleándose por
el peso de las jorobas.
Ezequiel me dijo que era la primera vez que veía a nadie emborracharse con agua y yo los disculpé recordándole que era Navidad.
Yo tampoco he visto a nadie emborracharse con agua. Todo lo más irse de vareta.
ResponderEliminarPero en Navidad todo se permite.
A veces basta sentir para que la emoción nuble nuestra vista.
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