Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

domingo, 2 de enero de 2022

Conversaciones en la barra de un bar - III: Los camellos

La adoración de los Reyes Magos, de Giotto di Bondone

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí una cerveza con su correspondiente tapa, que dejé a mi derecha mientras leía el periódico. Me llamó la atención el ruido que había en la zona de comedor y le pregunté a Ezequiel, el camarero. Me dijo que hacía horas que habían entrado tres camellos y que estaban hartándose de agua de tal forma que las jorobas parecía que iban a estallar.

Me acerqué a verlos por curiosidad y ante su mirada interrogativa, por educación y para entablar una conversación que me sacara del aislamiento, me presenté. Ellos me contestaron diciéndome sus nombres Rohclem, Rapsag y Rasatlab—, y sin que nadie se lo pidieran comenzaron a quejarse de su suerte. Me dijeron que todo el reino animal sabía que algo importante había pasado en las lejanas tierras de Judea y que burros, bueyes, ovejas, gallinas, cerdos y otras especies se dirigieron allí para ver el prodigio y que ellos los siguieron con la misma intención. Rohclem, el mayor de los tres y de piel muy blanca, se quejó de que un tal Melchor se le había subido encima en un descuido, Rapsag, rubiasco y algo impertinente, me dijo lo mismo de Gaspar, y que Rasatlab, el más joven y de curtido pelo negro que los acompañaba, tuvo que cargar con un tal Baltasar.

Cuando llegamos a la aldea —me siguió contando Rasatlab con su peculiar acento etíope— íbamos rodeados de mucha gente y no quisimos seguir. Dejamos allí a los tres polizones que no hacían otra cosa que adorar a un recién nacido y organizar y cargar todos los paquetes con los presentes que iban llegando.

Yo les dije, y Ezequiel lo rubricó, que habíamos escuchado la historia y que a Melchor, Gaspar y Baltasar los conocía todo el mundo, y de eso precisamente se quejaron, de que en realidad esos supuestos magos o reyes solo fueron tras advenedizos que se subieron en su lomo y siguieron al resto de los animales montados en sus chepas y que ni se habían dado cuenta de la brillante estrella que nos llevó hasta Belén.

Intenté tranquilizarlos y les dije que algún día Rohclem, Rapsag y Rasatlab, al igual que Toby, Laika, Chita, Lassie, Dolly, Rocinante o Babieca, serían reconocidos y admirados, pero mi opinión no les sirvió.

            No tenemos nada que regalar —dijo Rohclem.

            —Nadie escucha a los animales, y menos a un camello —sentenció Rapsag.

            —¿Qué vamos a hacer ante reyes o magos? —se preguntó Rasatlab.

            Yo no supe que decirles y vi cómo se levantaban y salían cantando y tambaleándose por el peso de las jorobas.

            Ezequiel me dijo que era la primera vez que veía a nadie emborracharse con agua y yo los disculpé recordándole que era Navidad. 

2 comentarios:

  1. Yo tampoco he visto a nadie emborracharse con agua. Todo lo más irse de vareta.
    Pero en Navidad todo se permite.

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    1. A veces basta sentir para que la emoción nuble nuestra vista.

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