Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Navidad

Serie efemérides - 0

Es el último día de noviembre y ya hemos comprado, como cada año, el calendario de Adviento, con sus veinticuatro ventanitas y la veinticinco, más grande, con la sagrada Familia, la mula y el buey, dispuestas para ser abiertas. El calendario tiene un fondo azul, con algunas casas blancas y un camino que conduce al portal. Las ventanitas se distribuyen aleatoriamente y en cada una de ellas se guarda una historia, un cuento o una adivinanza, y se representa un ángel, un objeto, un pastor, un animal o cualquier otra cosa que haga referencia a Belén y a los personajes que vivieron allá hace más de dos mil años. Arriba, de color oro, la estrella y sobre ella, la leyenda "Navidad 2016". Abajo, entre las casas y ajenos a lo que ocurría, hilanderas, panaderos y carpinteros, y a la derecha, asomando desde la nada, los tres Retes Magos con su séquito.
En el Salón, las cajas con el árbol de Navidad y el Belén y los adornos propios de esos días señalados. De fondo, un villancico: La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va… y rodeándolo todo, la rutina y cierto desasosiego por lo que ya ha pasado y lo que está por venir, como cualquier día del mes, como la Navidad de cualquier año.

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

Mañana abriré la primera ventanita. 

La Natividad, de El Greco.

viernes, 25 de noviembre de 2016

La Antigua Pensión de las Letras

23 de noviembre, Día Internacional de la Palabra

El Hotel de las Letras, antigua pensión, es famoso por estar considerado el más antiguo del mundo y haber hospedado a los más famosos e influyentes escritores de la historia.
El último visitante ilustre fue don Gabriel García Márquez, que en paz descanse. Ocurrió hace algo más de dos años y la visita fue francamente desagradable. Es cierto que el hostal estaba algo abandonado, pero estaba pendiente de rehabilitación cuando lo recibimos. Se quejó principalmente de la falta de limpieza y, para demostrarlo dejó sobre el mostrador algunos objetos que había encontrado entre los cajones y bajo la cama de su habitación: un yelmo de barbero, una carta de amor, un puñal de plata, una rosa eterna, una carta de navegación, una guirnalda de pensamientos y unas semillas de baobabs. Le pedimos disculpas pero, por muchas explicaciones que le dimos, se mostró inflexible y se marchó.

Cuando limpiamos el cuarto tras su partida, encontramos que, sobre la mesilla de noche, se había dejado olvidado un mapa de Macondo.

Naturaleza muerta, con pipa, vela y libros, de John Frederick Peto

Una noche cualquiera de invierno

25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Había bebido mucho la noche anterior y se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Se bebió un vaso de agua y se lavó la cara en silencio, evitando hacer cualquier ruido para no despertarla. El   salón estaba iluminado por la luz trémula de una única vela que,  llenaba de sombras las ruinosas y llenas de humedades. Las corrientes de aire gélido, la suciedad y el abandono hacían de la estancia un lugar totalmente inhóspito.

—Enciende la chimenea, hace frío.
—No hay leña, sigue durmiendo.
—Pues cómprala.
—¡Cállate y vuelve a dormir! No hay dinero, ya lo sabes.
—¡Cómo voy a dormir con este frío! Si no hay leña busca cualquier madera y si no hay dinero es porque te lo has bebido.
—Bebido o no, no hay.
—¡Venga, tengo frío!

Daba vueltas y se tapaba los oídos en un intento vano de dejar de escuchar la canción de cada día.

—Levántate, haz tú algo, y deja de mandar, todo el día en la cama.
—¿Qué quieres que haga? borracho, no me puedo mover y bien sabes que es por tu culpa.
—Si me hubieras querido algo o me hubieras cuidado como Dios manda, no estaríamos así.
—¿Cuidarte, quererte? ¡Habértelo merecido!
—Me voy a ir y no volveré a saber de ti, ni tú de mí.
—Por mucho que te vayas siempre estaré contigo, es tu maldición, juntos para siempre, estés donde estés.

El frío era cada vez más intenso, comenzó a distinguir en las sombras de las paredes, arañas, ratones y otras alimañas, y rebuscó entre montones de botellas de vino vacías hasta que pudo encontrar una llena que abrió inmediatamente.

—Eso es, bebe, vuelve a beber, siempre lo resuelves igual.
—Déjame, déjame en paz de una vez, no puedo escucharte más.
—Cada día una borrachera y si te sobraba dinero, de putas, esa ha sido tu vida y mi desgracia.
—Nunca me has querido, jamás me ayudaste, si bebo es por tu culpa.
—Y bien me lo has hecho pagar, pero ahora eres tú la víctima.

Hacía años que se había encerrado en la casa de la que solo salía para comprar lo necesario y no hablaba con nadie. Sentía que lo miraban mal.
A veces entraba en un extraño mutismo o se golpeaba contra las paredes. Pero otras veces se pasaba las horas hablando solo, peleándose no se sabe con quién.

—Ahora eres tú la víctima, recuerda, es tu maldición, ya no me puedes hacer más daño.
—Déjame, ya he pagado con creces el daño que hice.
—Nunca te dejaré.
—Estaba borracho, no sabía lo que hacía.
—Como cada día, borracho o dormido, que es como mejor estabas.
—No pude parar, mandaba el alcohol, no era yo, y tú, como siempre, gritándome. Se me fue la mano, te he pedido perdón mil veces.
—Cargarás con ello toda tu vida, borracho.
—¡Déjame, déjame, déjame ya en paz!


Terminó la botella y cayó en la cama borracho, junto al esqueleto de su mujer, desaparecida hace años.

Borracho, de Leonardo Aalenza y Nieto

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Aquel nefasto día

Día 23 de noviembre. Día Internacional de la Palabra

Desde lo de la torre de Babel no eran capaces de entenderse, las dos tribus habían sufrido una extraña alteración en el lenguaje, como si Yavé se hubiera quedado sin idiomas y repartiera entre las dos tribus —jurameos y alcazotes— el último que le quedaba, dándole a una las vocales y a otra las consonantes.

    ¿Cm sts?— saludaba un jurameo.
    Ie, aia — contestaba un alcazote.

En las reuniones de gobierno siempre tenían a un escriba experto en idiomas que juntaba las letras a modo de jeroglífico, lo que a veces era fácil:

    ¿Cómo estás?
    Bien, gracias.

Pero cuando las frases eran complejas, el trabajo se complicaba y no era posible traducirlas.

    Prc q h v llvr, nq l clr s sfcnt y l sl qm, en jurameo.
    Ue o, o i aao aio i eia ua oa, en alcazote.

O se producían graves confusiones:

    U ua ae —decía el alcazote.
    Tu puta madre —traducía el escriba.

Y  elcazote, que había querido ayudar al jurameo, que andaba perdido, diciéndole "Tu ruta vale", recibía una bofetada sin saber por qué, y el escriba volvía a liarla al traducir "ee aaoe" con un "eres carajore" en vez del "Seré carajote" con que el Alcazote se despedía.

Así pasaron los años hasta que los jefes de ambas tribus decidieron casar a sus hijos, el jurameo Mr, con la alcazota Aía. Fruto del feliz matrimonio fueron sus dios hijos, que por consejo del escriba se llamaron Mario y María y que heredaron de sus progenitores el conocimiento de vocales y consonantes, lo que les permitió mejorar el lenguaje, aunque con algunas irregularidades en la construcción de las palabras:

    ¿Cmóo stseá? —saludaba Mario.
    Iebn aiagrcs —contestaba María.
    ¿Cómo estás? Bien, gracias, volvía a tener que traducir el escriba.
    Prcaee que hoy va a llvroe, nqaue le clrao se sfcntooae y le slo qmuea —decía Mario.
    Ueobn, oy opr is aaocs aiotrg im eiapllz y uan oagrr —lo tranquilizaba María.
    Ni idea —se decía el escriba, que se mantenía pensativo y callado.

Las siguientes generaciones fueron distribuyéndose por el mundo y haciendo nuevas variaciones en el lenguaje. y así llegamos a la actualidad, con idiomas propios, filólogos y traductores en vez de escribas y nuevos medios de comunicación, lo que nos permite entendernos mejor, aunque con claras limitaciones:

    ¿Cómo estás?
    How are you?
    Wie geht es dir?
    Comment ça va?
    Come stai?

Sin embargo, a pesar de los avances, los conflictos siguen y aún es peligroso decir "U ua ae", no vaya a malentenderse.



Nota del autor: Hay un premio (el de la autosatisfacción) para el que sepa traducir el diálogo "Prc q h v llvr, nq l clr s sfcnt y l sl qm. Ue o, o i aao aio i eia ua oa". 

La Torre de Babel, de Lucas Van Valckenborch

viernes, 18 de noviembre de 2016

Tiempo

El sereno cantó la hora: "las doce en punto y lloviendo". En mis largas noches de insomnio recibía su pregón como la voz de un amigo. Había calculado que pasaba cada cuarenta minutos exactos hasta las tres en punto, en que o él se acurrucaba en algún portal en espera de las palmas de algún despistado que se había olvidado las llaves o pasaba en silencio respetando el sueño de los vecinos, que yo no podía disfrutar. Esa noche lo oí por última vez pasadas las dos —las dos y veinte y sereno— y seguí en la cama esperando la ronda de las tres, pero no llegó, ni a su hora ni más tarde.
Sin poder dormir, me asomé al balcón. Era la primera vez que fallaba y eso me impidió conciliar el sueño. Estuve mirando la calle, hacia la esquina de la perfumería por la que siempre aparecía, pero pasaron minutos, horas, sin que nada se moviera en la calle. Era una noche muy oscura y el silencio era total, lo que era lógico a esas horas de la noche, pero que empezó a llamarme la atención cuando al amanecer seguía sin oírse nada. Me vestí y salí a la calle, comenzaba a clarear y nada se movía, recorrí la calle, llegué hasta la Catedral y a la puerta del mercado, donde normalmente a esa hora debía de haber mucha actividad, pero tampoco había nadie.
Al salir el sol me volví a casa a escuchar las noticias. Comenzaba  a hacer calor, era un día agradable de principios del verano, y la ciudad permanecía dormida. La calle continuaba vacía y silenciosa, pero parecía que algo había cambiado,  oía gritos de niños, las voces del mercado, ruido de coches y la música de la radio que salía de algunas ventanas. Me llamó la atención sobre todo, la luz y el color de las fachadas, de rótulos luminosos de las tiendas y de los escaparates, habitualmente tan grises.

Entré en casa y, como cada día, arranqué la hoja del calendario de pared y me preparé un café. Me senté en el sillón y me quedé adormilado mientras las hojas del calendario caían al suelo ante mis ojos, una a una, hasta llenar la habitación. Las últimas estaban impresas en color.

La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí

Policántropo

Cada mañana, al amanecer, se mira al espejo y vestido informalmente, con pantalón vaquero y camisa blanca sin corbata, comienza su labor con discursos y promesas de cambio.

Al acostarse, sueña que las siguientes elecciones coincidan con una noche de luna llena.

Lycaon convertido en lobo, de P. P. Rubens

viernes, 11 de noviembre de 2016

Pájaros

En la esquina de mi casa se ponía un joven a hacer malabares cuando el semáforo estaba en rojo. Su especialidad era la cascada con cinco mazas, pero cada vez que tiraba una por encima de los tres metros, se convertía en paloma y desaparecía volando. Cuando se quedó sin ellas, siguió haciendo sus malabares con pelotas, pero se fueron transformando en gorriones al llegar a la misma altura. Probó con bastones, que se hicieron jilgueros y finalmente con un diábolo, que se alejó con el vuelo majestuoso de la gaviota.

Harto de perder todos sus instrumentos, optó por dejar el malabarismo y se hizo acróbata, con bailes, contorsiones, piruetas y saltos. Su especialidad era el gran salto mortal, que hacía desde lo alto de un contenedor cercano. El último que le vi hacer, a principios de otoño,  fue espectacular. Hoy vuela con otras cigüeñas, camino de tierras más templadas.

El malabarista o el juglar (detalle), de Remedios Varo


Compañeros de colegio

El profesor desarrollaba el tema del día cuando algo me llamó la atención: bajo su mesa asomaban ocho zapatos y, al dirigirse al encerado, comprobé que se desplazaba sobre otras tantas piernas mientras mis compañeros, ajenos a mi observación, continuaban escuchándolo sin inmutarse.

Al terminar la clase y ver que todos salían del aula avanzando sobre sus ocho patas, me quedé en una esquina, mirándome en silencio los dos pies.

Silencios, de Pedro Muiño

viernes, 4 de noviembre de 2016

Los otros

Era rubio, de un metro setenta centímetros de altura y complexión atlética, buen estudiante y de carácter afable. Se movía entre chicos rubios, de un metro setenta centímetros de altura y complexión atlética, buenos estudiantes y de carácter afable. Siempre se sintió como un extraño, por lo que decidió viajar por distintas ciudades, en las que solo se juntó con chicos rubios, de un metro setenta centímetros de altura y complexión atlética, buenos estudiantes y de carácter afable. Tampoco allí encontró su lugar, por lo que volvió a su ciudad donde notó como cada uno de sus compañeros, chicos rubios, de un metro setenta centímetros de altura y complexión atlética, buenos estudiantes y de carácter afable, lo miraban como alguien con el que era imposible relacionarse.

Golconda, de René Magritte

Justa correspondencia

Yo, Satán, por la presente, exijo el número de horas lectivas que me corresponden en las clases de religión.

San Wolfgang y el diablo, de Michael Pacher