Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 30 de diciembre de 2016

Año Nuevo

El escribano. Codex Manesse
La presencia de un cronista avezado es necesaria en este mundo real tan nuestro, el de enterradores laberintólogos que disfrutan montando en velocípedo, y corazoneros fracasados por el mal de amores; este mundo en el que los filósofos disfrutan mirando cielos anaranjados y violetas, sin pensar en nada más que en la cintura de su pareja; en el que un zumbido son palabras de amor, un general confiesa estar cansado de guerras y hay mujeres decididas a acabar con los enanos que nos quieren convertir en hombres duros.
Es necesario un cronista capaz de hacernos envidiar al sol, que copula desaforadamente con la tierra, mientras la luna, desnuda sobre un árbol, espera su turno. Un cronista que sepa interpretar los sentimientos desgarradores que una joven dejó en la superficie nevada del planeta y que un avispado periodista descubre en el sexo burbujeante de una inmigrante venida del hielo.

Y ahora sería el momento de reconocer su labor y rogarle que desde el repique de la última campanada de este año mortecino, nos siga describiendo como es nuestro mundo, para que no nos dejemos arrastrar por otras noticias que nos venden como reales y que, aunque lo sean, no pueden hacernos abandonar nuestros sueños.

Intento fallido

Sello de Navidad. Guyana
Todos estaban alrededor del reloj cuando empezaron a sonar las primeras campanadas y, entre risas y bromas, Blancanieves y sus pequeños amigos se fueron comiendo una a una las uvas de la suerte, ante la mirada curiosa de los animales del bosque. Gruñón, escupía las uvas protestando, Sabio las tomaba sin los huesos, Vergonzoso se había escondido detrás de un árbol para comerlas y Perezoso iba por la tercera uva cuando ya solo quedaba una campanada, y en esto, ante la sorpresa de todos, Mudito gritó: "No te la comas, un pájaro negro me ha dicho que hay una envenenada". Al escucharlo, Blancanieves tiró la única uva que le quedaba, una ardilla la cogió y quedó inmediatamente dormida.

En una cueva cercana, la madrastra, lejos de desanimarse, ahorcó al cuervo traidor, recogió una manzana roja, la limpió con esmero y llamó al cazador.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Esta noche nace el Niño...

Serie efemérides - 24 (final)

Abro la ventana del día veinticuatro, en la que se ve a María, a José y al Niño, a la mula y al buey.

La iglesia destrozada, recupera su esplendor bizantino. La regenta, aún por nacer, llora impotente. El Rey Prudente perdona y los gobernadores mueren en tierras lejanas. El fuego destroza y alumbra. Vuelan los dedos del pianista. Guerras y más guerras. Motines. Capirotes blancos siembran el miedo negro. La música acuática cruza el océano. Voces de todo el mundo piden paz a oídos sordos y poderosos. Nacen reyes, políticos, poetas, músicos, maestros, médicos, albañiles, profesores, deportistas, escritores y pintores de ambos sexos y mueren reyes, políticos, poetas, músicos, maestros, médicos, albañiles, profesores, deportistas, escritores y pintores de ambos sexos. Se acerca el fin de los meses, del año, y el comienzo de los días, de los meses, del año.

José y María llenan el hatillo, cogen al niño y cargan el burro para emigrar a Egipto.

Los pastores se preparan para emprender la vuelta.

Los Reyes Magos y su séquito esperan en la esquina de debajo de la derecha, a que Gloria Fuertes les escriba.

Todas las ventanitas están abiertas.

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

¡Feliz Navidad!

viernes, 23 de diciembre de 2016

Legado

Serie efemérides - 23

Abro la ventanita del día veintitrés, en la que un niño camina hacia jardines lejanos.

Un recién nacido soñaba con un burrito, tan blando por fuera, que se diría todo de algodón. Su madre le daba el pecho y él imaginaba arias tristes, poemas agrestes y libros de amor.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Reencuentro

Serie efemérides - 22

Abro la ventanita del día veintidós, en la que se ven familias abrazándose en el camino.

Una puerta entreabierta deja pasar aíre limpio y treinta años de abrazos.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Santa María

Serie efemérides - 21

Abro la ventanita del día veintiuno, en la que se ve el patio de un colegio.

El salitre se mezcló con el llanto de hombres, mujeres y niños, los pupitres fueron ataúdes y la escuela, fosa común. 

martes, 20 de diciembre de 2016

Un hito en el camino

Serie efemérides - 20

Abro la ventanita del día veinte, en la que se ve una paloma volando.

Entre el avión y el Río de la Plata, un pañuelo blanco se convierte en bandera.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Tierra siena y rojo cadmio

Serie efemérides - 19

Abro la ventanita del día diecinueve, en la que solo se ven campos yermos.

Con sangre, lodo y podredumbre, se termina de pintar el cuadro más devastador del siglo veinte.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Vísperas de Navidad

Serie efemérides - 18

Abro la ventanita del día dieciocho, en la que se ve un árbol de Navidad adornado con muñecos de madera.

Un soldado con casaca roja y brutales heridas baila, al son de la celesta, templando el frío y el ánimo del Zar.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Navidad victoriana

Serie efemérides - 17

Abro la ventanita del día diecisiete, en la que un libro abierto descansa en la mesa de una sobria estancia.

Los fantasma de Navidad se acercan al avaro y el cronista nos abriga el ánimo con el espíritu.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Natalicios

Serie efemérides - 16

Abro la ventanita del día dieciséis, en la que se ve una orquesta y un coro cantando y también a una paloma, que se ha equivocado de ventana.

Se abre al mundo la perfección en las emociones, para que los siglos las disfruten y el genio las imagine en su soledad.

Las palomas siguen errando.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Leyendas

Serie efemérides - 15

Abro la ventanita del día quince, en la que una princesa duerme rodeada de pajarillos y habitantes del bosque.

Un ratón sabelotodo, un perro con calzones rojos, un pato tartaja, siete enanos y millones de niños lloran.

Una tumba helada mantiene el legado en espera de nuevas aventuras.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

La meta deseada, la meta alcanzada

Serie efemérides - 14

Abro la ventanita del día catorce, en la que se ve un trineo tirado por cincuenta y dos perros.


El frío vivió la lucha encarnizada de hombres, perros, hambre y muerte, para pisar lo inalcanzable. 

martes, 13 de diciembre de 2016

Bajo inspiración divina

Serie efemérides - 13

Abro la ventanita del día trece, en la que discuten los Doctores de la Iglesia.

Solo siglos separan acuerdos de guerra y paz, concilios de muerte y firmas de paz bajo la misma batuta.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Sobre el mar en calma

Serie efemérides - 12

Abro la ventanita del día doce, en la que un joven da la buena nueva a un grupo de pastores.

Vuelan las palabras sobre los peces, las aguas y la brisa y ya nada podrá detenerlas. 


domingo, 11 de diciembre de 2016

Palabras

Serie efemérides - 11

Abro la ventanita del día once, en la que varios magos escriben alrededor de un caldero.

Decenas de firmas estampadas en papeles inertes vuelan por encima de todos los niños del mundo e intentan construirles un nido al refugio de guerras, abusos y el hambre.


sábado, 10 de diciembre de 2016

Firmas

Serie efemérides - 10

Abro la ventanita del día diez, en la que una pluma descansa sobre dos libros.


La unión de las naciones crea la esperanza de un mundo mejor, la firma de la poeta, lo transforma. El mundo sigue esperando y los poetas siguen cantando.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Desmembramiento

Serie efemérides - 9

Abro la ventanita del día nueve, en la que, bajo un cielo rojo, se ve un ocaso en tierra de promisión.

Me levanto para ver amanecer y me encuentro con el ocaso en la tierra de las esperanzas, de las promesas incumplidas, de la igualdad en la miseria, del miedo y el hambre. Tierra roja que colonizó nuestras mentes para convertirse en nuestra guía y nuestro desengaño. 
Tierra amarga creadora de monstruos y destructora de hombres, hundida bajo el terremoto de tus mentiras, descansa para siempre bajo el peso del olvido y el lodo de la gangrena de la ceguera y los abusos.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Dogmas

Serie efemérides - 8

Abro la ventanita del día ocho, en la que unos pies pisan media la luna nueva.

La bandera de la infalibilidad esgrimida como esperanza les hizo mirar al cielo y olvidar la tierra, mirar las estrellas y olvidar el pan.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

En nombre de la justicia

Serie efemérides - 7

Abro la ventanita del día siete, en la que un médico se equivoca en su camino a Belén.


El más civilizado de los países, justifica la muerte vistiéndola con una bata blanca y la bata blanca, de la mano de la toga negra, cae en el engaño de la ley, y aun sigue sin despertar.

martes, 6 de diciembre de 2016

Requiem

Serie efemérides - 6

Abro la ventanita del día seis, en la que una cruz está plantada en un campo inerte.

Los que se acercan a ese cementerio en busca de una música celestial, quedan sobrecogidos por un quejido armónico y suplicante que nace perdido entre las tumbas.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Summis desiderantes affectibus

Serie efemérides - 5

Abro la ventanita del día cinco, en la que una pistola y una tiara papal formaban una cruz.

Con la claridad que da ser infalible, la caza de brujas y el dedo acusador dieron pie a la masacre y convirtieron a la intransigencia en bandera universal. 

domingo, 4 de diciembre de 2016

Identidad

Serie efemérides - 4

Abro la ventana del día cuatro, en la que ondea una bandera.

Una mancha de sangre intenta silenciar el grito de más de dos millones de personas.

La mancha y el grito solo existen en el recuerdo.

sábado, 3 de diciembre de 2016

El fruto rojo

Serie efemérides - 3

Abro la ventanita del día tres, en la que un campesino lleva a Belén el fruto de su cosecha.


Lo cogió con mimo y lo arrancó de aquel campo inerte, lo replantó en un terreno fértil y, cuando empezó a latir, abrió un camino lleno de esperanza.

viernes, 2 de diciembre de 2016

La corona que cayó del cielo sin que el cielo lo supiera

Serie efemérides - 2

Abro la ventanita del día dos, en la que una corona dorada destaca sobre el cielo azul.

Complacido y complaciente, frente a todos los santos y demonios, recibió la corona. Con la mano derecha se aliviaba el fuego y con la izquierda asía el bastón de mando del siglo. 

jueves, 1 de diciembre de 2016

Las alas negras del Fin de la Tierra


Serie efemérides - 1

Abro la ventanita del día uno, en la que un ave inmóvil mira hacia Belén. 

Más de doscientas mil almas alzaban sus manos limpias, mientras los fariseos las enseñaban orgullosos ocultando sus almas, tan negras como la mirada confusa de las gaviotas.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Navidad

Serie efemérides - 0

Es el último día de noviembre y ya hemos comprado, como cada año, el calendario de Adviento, con sus veinticuatro ventanitas y la veinticinco, más grande, con la sagrada Familia, la mula y el buey, dispuestas para ser abiertas. El calendario tiene un fondo azul, con algunas casas blancas y un camino que conduce al portal. Las ventanitas se distribuyen aleatoriamente y en cada una de ellas se guarda una historia, un cuento o una adivinanza, y se representa un ángel, un objeto, un pastor, un animal o cualquier otra cosa que haga referencia a Belén y a los personajes que vivieron allá hace más de dos mil años. Arriba, de color oro, la estrella y sobre ella, la leyenda "Navidad 2016". Abajo, entre las casas y ajenos a lo que ocurría, hilanderas, panaderos y carpinteros, y a la derecha, asomando desde la nada, los tres Retes Magos con su séquito.
En el Salón, las cajas con el árbol de Navidad y el Belén y los adornos propios de esos días señalados. De fondo, un villancico: La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va… y rodeándolo todo, la rutina y cierto desasosiego por lo que ya ha pasado y lo que está por venir, como cualquier día del mes, como la Navidad de cualquier año.

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

Mañana abriré la primera ventanita. 

La Natividad, de El Greco.

viernes, 25 de noviembre de 2016

La Antigua Pensión de las Letras

23 de noviembre, Día Internacional de la Palabra

El Hotel de las Letras, antigua pensión, es famoso por estar considerado el más antiguo del mundo y haber hospedado a los más famosos e influyentes escritores de la historia.
El último visitante ilustre fue don Gabriel García Márquez, que en paz descanse. Ocurrió hace algo más de dos años y la visita fue francamente desagradable. Es cierto que el hostal estaba algo abandonado, pero estaba pendiente de rehabilitación cuando lo recibimos. Se quejó principalmente de la falta de limpieza y, para demostrarlo dejó sobre el mostrador algunos objetos que había encontrado entre los cajones y bajo la cama de su habitación: un yelmo de barbero, una carta de amor, un puñal de plata, una rosa eterna, una carta de navegación, una guirnalda de pensamientos y unas semillas de baobabs. Le pedimos disculpas pero, por muchas explicaciones que le dimos, se mostró inflexible y se marchó.

Cuando limpiamos el cuarto tras su partida, encontramos que, sobre la mesilla de noche, se había dejado olvidado un mapa de Macondo.

Naturaleza muerta, con pipa, vela y libros, de John Frederick Peto

Una noche cualquiera de invierno

25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Había bebido mucho la noche anterior y se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Se bebió un vaso de agua y se lavó la cara en silencio, evitando hacer cualquier ruido para no despertarla. El   salón estaba iluminado por la luz trémula de una única vela que,  llenaba de sombras las ruinosas y llenas de humedades. Las corrientes de aire gélido, la suciedad y el abandono hacían de la estancia un lugar totalmente inhóspito.

—Enciende la chimenea, hace frío.
—No hay leña, sigue durmiendo.
—Pues cómprala.
—¡Cállate y vuelve a dormir! No hay dinero, ya lo sabes.
—¡Cómo voy a dormir con este frío! Si no hay leña busca cualquier madera y si no hay dinero es porque te lo has bebido.
—Bebido o no, no hay.
—¡Venga, tengo frío!

Daba vueltas y se tapaba los oídos en un intento vano de dejar de escuchar la canción de cada día.

—Levántate, haz tú algo, y deja de mandar, todo el día en la cama.
—¿Qué quieres que haga? borracho, no me puedo mover y bien sabes que es por tu culpa.
—Si me hubieras querido algo o me hubieras cuidado como Dios manda, no estaríamos así.
—¿Cuidarte, quererte? ¡Habértelo merecido!
—Me voy a ir y no volveré a saber de ti, ni tú de mí.
—Por mucho que te vayas siempre estaré contigo, es tu maldición, juntos para siempre, estés donde estés.

El frío era cada vez más intenso, comenzó a distinguir en las sombras de las paredes, arañas, ratones y otras alimañas, y rebuscó entre montones de botellas de vino vacías hasta que pudo encontrar una llena que abrió inmediatamente.

—Eso es, bebe, vuelve a beber, siempre lo resuelves igual.
—Déjame, déjame en paz de una vez, no puedo escucharte más.
—Cada día una borrachera y si te sobraba dinero, de putas, esa ha sido tu vida y mi desgracia.
—Nunca me has querido, jamás me ayudaste, si bebo es por tu culpa.
—Y bien me lo has hecho pagar, pero ahora eres tú la víctima.

Hacía años que se había encerrado en la casa de la que solo salía para comprar lo necesario y no hablaba con nadie. Sentía que lo miraban mal.
A veces entraba en un extraño mutismo o se golpeaba contra las paredes. Pero otras veces se pasaba las horas hablando solo, peleándose no se sabe con quién.

—Ahora eres tú la víctima, recuerda, es tu maldición, ya no me puedes hacer más daño.
—Déjame, ya he pagado con creces el daño que hice.
—Nunca te dejaré.
—Estaba borracho, no sabía lo que hacía.
—Como cada día, borracho o dormido, que es como mejor estabas.
—No pude parar, mandaba el alcohol, no era yo, y tú, como siempre, gritándome. Se me fue la mano, te he pedido perdón mil veces.
—Cargarás con ello toda tu vida, borracho.
—¡Déjame, déjame, déjame ya en paz!


Terminó la botella y cayó en la cama borracho, junto al esqueleto de su mujer, desaparecida hace años.

Borracho, de Leonardo Aalenza y Nieto

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Aquel nefasto día

Día 23 de noviembre. Día Internacional de la Palabra

Desde lo de la torre de Babel no eran capaces de entenderse, las dos tribus habían sufrido una extraña alteración en el lenguaje, como si Yavé se hubiera quedado sin idiomas y repartiera entre las dos tribus —jurameos y alcazotes— el último que le quedaba, dándole a una las vocales y a otra las consonantes.

    ¿Cm sts?— saludaba un jurameo.
    Ie, aia — contestaba un alcazote.

En las reuniones de gobierno siempre tenían a un escriba experto en idiomas que juntaba las letras a modo de jeroglífico, lo que a veces era fácil:

    ¿Cómo estás?
    Bien, gracias.

Pero cuando las frases eran complejas, el trabajo se complicaba y no era posible traducirlas.

    Prc q h v llvr, nq l clr s sfcnt y l sl qm, en jurameo.
    Ue o, o i aao aio i eia ua oa, en alcazote.

O se producían graves confusiones:

    U ua ae —decía el alcazote.
    Tu puta madre —traducía el escriba.

Y  elcazote, que había querido ayudar al jurameo, que andaba perdido, diciéndole "Tu ruta vale", recibía una bofetada sin saber por qué, y el escriba volvía a liarla al traducir "ee aaoe" con un "eres carajore" en vez del "Seré carajote" con que el Alcazote se despedía.

Así pasaron los años hasta que los jefes de ambas tribus decidieron casar a sus hijos, el jurameo Mr, con la alcazota Aía. Fruto del feliz matrimonio fueron sus dios hijos, que por consejo del escriba se llamaron Mario y María y que heredaron de sus progenitores el conocimiento de vocales y consonantes, lo que les permitió mejorar el lenguaje, aunque con algunas irregularidades en la construcción de las palabras:

    ¿Cmóo stseá? —saludaba Mario.
    Iebn aiagrcs —contestaba María.
    ¿Cómo estás? Bien, gracias, volvía a tener que traducir el escriba.
    Prcaee que hoy va a llvroe, nqaue le clrao se sfcntooae y le slo qmuea —decía Mario.
    Ueobn, oy opr is aaocs aiotrg im eiapllz y uan oagrr —lo tranquilizaba María.
    Ni idea —se decía el escriba, que se mantenía pensativo y callado.

Las siguientes generaciones fueron distribuyéndose por el mundo y haciendo nuevas variaciones en el lenguaje. y así llegamos a la actualidad, con idiomas propios, filólogos y traductores en vez de escribas y nuevos medios de comunicación, lo que nos permite entendernos mejor, aunque con claras limitaciones:

    ¿Cómo estás?
    How are you?
    Wie geht es dir?
    Comment ça va?
    Come stai?

Sin embargo, a pesar de los avances, los conflictos siguen y aún es peligroso decir "U ua ae", no vaya a malentenderse.



Nota del autor: Hay un premio (el de la autosatisfacción) para el que sepa traducir el diálogo "Prc q h v llvr, nq l clr s sfcnt y l sl qm. Ue o, o i aao aio i eia ua oa". 

La Torre de Babel, de Lucas Van Valckenborch

viernes, 18 de noviembre de 2016

Tiempo

El sereno cantó la hora: "las doce en punto y lloviendo". En mis largas noches de insomnio recibía su pregón como la voz de un amigo. Había calculado que pasaba cada cuarenta minutos exactos hasta las tres en punto, en que o él se acurrucaba en algún portal en espera de las palmas de algún despistado que se había olvidado las llaves o pasaba en silencio respetando el sueño de los vecinos, que yo no podía disfrutar. Esa noche lo oí por última vez pasadas las dos —las dos y veinte y sereno— y seguí en la cama esperando la ronda de las tres, pero no llegó, ni a su hora ni más tarde.
Sin poder dormir, me asomé al balcón. Era la primera vez que fallaba y eso me impidió conciliar el sueño. Estuve mirando la calle, hacia la esquina de la perfumería por la que siempre aparecía, pero pasaron minutos, horas, sin que nada se moviera en la calle. Era una noche muy oscura y el silencio era total, lo que era lógico a esas horas de la noche, pero que empezó a llamarme la atención cuando al amanecer seguía sin oírse nada. Me vestí y salí a la calle, comenzaba a clarear y nada se movía, recorrí la calle, llegué hasta la Catedral y a la puerta del mercado, donde normalmente a esa hora debía de haber mucha actividad, pero tampoco había nadie.
Al salir el sol me volví a casa a escuchar las noticias. Comenzaba  a hacer calor, era un día agradable de principios del verano, y la ciudad permanecía dormida. La calle continuaba vacía y silenciosa, pero parecía que algo había cambiado,  oía gritos de niños, las voces del mercado, ruido de coches y la música de la radio que salía de algunas ventanas. Me llamó la atención sobre todo, la luz y el color de las fachadas, de rótulos luminosos de las tiendas y de los escaparates, habitualmente tan grises.

Entré en casa y, como cada día, arranqué la hoja del calendario de pared y me preparé un café. Me senté en el sillón y me quedé adormilado mientras las hojas del calendario caían al suelo ante mis ojos, una a una, hasta llenar la habitación. Las últimas estaban impresas en color.

La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí

Policántropo

Cada mañana, al amanecer, se mira al espejo y vestido informalmente, con pantalón vaquero y camisa blanca sin corbata, comienza su labor con discursos y promesas de cambio.

Al acostarse, sueña que las siguientes elecciones coincidan con una noche de luna llena.

Lycaon convertido en lobo, de P. P. Rubens

viernes, 11 de noviembre de 2016

Pájaros

En la esquina de mi casa se ponía un joven a hacer malabares cuando el semáforo estaba en rojo. Su especialidad era la cascada con cinco mazas, pero cada vez que tiraba una por encima de los tres metros, se convertía en paloma y desaparecía volando. Cuando se quedó sin ellas, siguió haciendo sus malabares con pelotas, pero se fueron transformando en gorriones al llegar a la misma altura. Probó con bastones, que se hicieron jilgueros y finalmente con un diábolo, que se alejó con el vuelo majestuoso de la gaviota.

Harto de perder todos sus instrumentos, optó por dejar el malabarismo y se hizo acróbata, con bailes, contorsiones, piruetas y saltos. Su especialidad era el gran salto mortal, que hacía desde lo alto de un contenedor cercano. El último que le vi hacer, a principios de otoño,  fue espectacular. Hoy vuela con otras cigüeñas, camino de tierras más templadas.

El malabarista o el juglar (detalle), de Remedios Varo


Compañeros de colegio

El profesor desarrollaba el tema del día cuando algo me llamó la atención: bajo su mesa asomaban ocho zapatos y, al dirigirse al encerado, comprobé que se desplazaba sobre otras tantas piernas mientras mis compañeros, ajenos a mi observación, continuaban escuchándolo sin inmutarse.

Al terminar la clase y ver que todos salían del aula avanzando sobre sus ocho patas, me quedé en una esquina, mirándome en silencio los dos pies.

Silencios, de Pedro Muiño

viernes, 4 de noviembre de 2016

Los otros

Era rubio, de un metro setenta centímetros de altura y complexión atlética, buen estudiante y de carácter afable. Se movía entre chicos rubios, de un metro setenta centímetros de altura y complexión atlética, buenos estudiantes y de carácter afable. Siempre se sintió como un extraño, por lo que decidió viajar por distintas ciudades, en las que solo se juntó con chicos rubios, de un metro setenta centímetros de altura y complexión atlética, buenos estudiantes y de carácter afable. Tampoco allí encontró su lugar, por lo que volvió a su ciudad donde notó como cada uno de sus compañeros, chicos rubios, de un metro setenta centímetros de altura y complexión atlética, buenos estudiantes y de carácter afable, lo miraban como alguien con el que era imposible relacionarse.

Golconda, de René Magritte

Justa correspondencia

Yo, Satán, por la presente, exijo el número de horas lectivas que me corresponden en las clases de religión.

San Wolfgang y el diablo, de Michael Pacher

viernes, 28 de octubre de 2016

Oliverio del Olmo y el campo de amapolas

Cada semana aparecía un cadáver en la orilla del río y Oliverio del Olmo, detective perspicaz de métodos expeditivos,  fue contratado para que esclareciera el caso y detuviera a los asesinos.
La labor era ardua, ya que todos los habitantes del campo de amapolas eran enanos, de menos de veinte centímetros y siempre vestían de rojo, pero Oliverio lo tuvo claro, tras trazar en el mapa una perfecta cuadrícula entró en el campo con un saco, pisoteó todas las pequeñas parcelas que había delimitado y en cada una de ellas aplastó a unos seis enanos, por lo que al final de la jornada se pudo presentar en el pueblo con el saco lleno y, tras entrar en el ayuntamiento decirle alcalde: Aquí tiene usted al asesino, ya no habrá más muertos.

El campo quedó desolado y meses después comenzaron a plantar girasoles. En julio, al comenzar la cosecha, encontraron un cadáver vestido de amarillo en la orilla del río.

Serie: Mis cuadros

Campo de amapolas, de Ezequiel Barranco Moreno

Oliverio del Olmo y el campo de girasoles

Cada semana aparecía un cadáver en la orilla del río y Oliverio del Olmo, detective perspicaz de métodos expeditivos,  fue contratado para que esclareciera el caso y detuviera a los asesinos.
La labor era ardua, ya que todos los habitantes del campo de girasoles eran enanos, de menos de veinte centímetros y siempre vestían de amarillo, pero Oliverio lo tuvo claro —arrancad todos los girasoles y dejad limpio el campo, dijo— y hecho esto, observó los movimientos de cada uno de los enanos hasta que encontró al asesino y lo dejó bajo la custodia del alcalde del pueblo. Ya no habrá más muertos, le dijo.

Meses después en el descampado comenzaron a crecer amapolas y apareció un nuevo cadáver vestido de rojo en la orilla del río.

Serie: Mis cuadros

Campo de girasoles, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 21 de octubre de 2016

Hamman al-Walad

Al entrar en el vestíbulo de los Baños Árabes, la recepcionista me avisó: Faltan solo tres minutos para la hora de cierre, si quiere puede pasar pero cerramos en punto. Se lo agradecí pero entré, ya que esa misma tarde me marchaba de viaje. Eché un rápido vistazo a la Sala Fría para detenerme en la segunda sala,  al-bayt al-wastani, mucho más monumental con sus ocho columnas y los restos de las tenerías, y en ese momento escuché un fuerte portazo y se apagaron todas las luces. El silencio, una tremenda soledad y la oscuridad de la sala, solo rota por dos pequeñas luceras de la Sala de Calderas se apoderaron de los Baños y de mi ánimo.
Me dirigí a la Sala de Calderas y al pasar el arco que la separaba de la Sala Templada me encontré con dos fornidos subsaharianos que, con el pecho descubierto, atizaban el fuego y echaban agua a las rudimentarias tuberías. Al verme, con un lenguaje incomprensible comenzaron a gritarme y yo, asustado reculé para caer en una cisterna llena de pieles, entre las risotadas de varias mujeres que, dispuestas a salir de su rutina en la curtiduría, se dedicaron a volcarme los pigmentos de distintos colores con los que trabajaban las pieles.
En la sala se arremolinaba un concurrido grupo de hombres que, enojados por la algarabía que se había montado, me increparon y amenazaron con llamar a la guardia si no respetaba las normas. Avergonzado pasé entonces a la Sala Caliente, donde tres ancianos de aspecto noble, solo cubiertos con una toalla y empapados en sudor me miraron de tal manera que, tras pedirles perdón por la forma en que había entrado, me di la vuelta y salí en dirección de otra dependencia. Tampoco allí fui bien recibido, ya que sin darme cuenta pisé, rompí y dispersé cientos de pequeños fragmentos de cerámica que un grupo de jóvenes, intentaban ordenar y catalogar. El mayor de ellos, me dio una bofetada y volví a caer en la cisterna y allí sí hubo acuerdo: las curtidoras, rodeadas de todos los que disfrutaban de los baños, los jóvenes arqueólogos y hasta los esclavos de las calderas, salieron dispuestos a pegarme.
Yo me escondí entre un grupo de turistas a los que no había visto antes y que parecía que iban a salir del recinto, pero desparecieron en el vestíbulo sin que pudiera alcanzarlos ni escucharan mis gritos. Los esclavos se dirigieron hacia mí y, con intención de tirarme a las calderas, me cargaron atravesando la Sala Templada entre los gritos de todos los que allí estaban. Entonces todo se paró.
El tremendo ruido de una maquinaria por encima de las bóvedas, hizo temblar la el suelo y abrió unas nuevas luceras que, con su forma de estrella permitieron que entrara la luz y pude ver los rostros de varios obreros que comentaban algo sobre un impresionante e inesperado hallazgo. El ruido se hizo ensordecedor, una gran excavadora entró a la Sala Fría y comenzaron a caer cascotes de las bóvedas. Yo volví a esconderme en la Sala de Calderas, donde ya no había nadie, y el calor y la humedad que allí sentí, me hicieron sentir que me desmayaba hasta casi perder el conocimiento, pero entonces sentí que alguien me tocaba la espalda y una voz suave de mujer me decía: Vamos ya han pasado los tres minutos y es hora de cerrar.

Salí tras ella y al mirar atrás vi como se apagaban las luces y los Baños se quedaban en silencio y oscuros, iluminados solo por dos pequeñas luceras de la Sala de Calderas.

Serie: Mis cuadros

Jaén, Baños Árabes, de Ezequiel Barranco Moreno

Detalles

Esa escena la viví yo hace muchos años —le dije al pintor que, una vez terminada su obra de disponía a recoger su maletín—, es como si usted hubiera estado presente ese día. Yo venía de desayunar y de comprar la prensa y me paré frente a ese quiosco. Lo recuerdo porque a la vendedora, que estaba sentada en la sillita roja, le pedí unas semillas del expositor, y ella se levantó muy malhumorada, como si le molestara. Hacía un día muy bueno, aunque había amanecido lloviendo y era el día del cumpleaños de mi mujer por lo que, aparte de las semillas, iba comprar un ramo de flores, pero decidí irme a otro sitio. Detrás de mí venía paseando su hermana con una amiga, la esperé para saludarla, pero se volvió hacia un joven que las llamó para preguntarle algo. Yo me quedé parado mientras volvía la vendedora, apoyado en el respaldar de la silla, leyendo el cartel que anunciaba en el quiosco un festival de coplas, al que terminé yendo esa misma noche. Tengo un gran recuerdo de ese día y por eso retengo tantos detalles y me he permitido entretenerle. Es que hasta el chaquetón verde, que aún conservo aunque no me pongo, es igual al que usted ha plasmado en el lienzo. Sé que no es posible, pero se podría decir que usted me pintó ese día de hace ya cerca de veinte años, si no fuera porque entonces yo no llevaba bastón.

Serie: Mis cuadros

Granada, Plaza  Bib-Rambla, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 14 de octubre de 2016

Mi último cigarro antes de acostarme

En las noches sin luna, solo el faro, en sus destelladas, permitía dilucidar algo aparte de las antiguas casas encaladas de la orilla de la playa o el lejano fulgurar de la ciudad. Yo pasaba las horas mirando el ir y venir de las olas e intentando descubrir lo que se movía en la oscuridad. Así, en los breves segundos que el faro iluminaba el mar, distinguía las cabezas de unos niños que iniciaban sus aventuras en la noche, veía saltar peces voladores, a sirenas que se acercaban a la orilla en busca de algún incauto o botellas con menajes que llegaban después de un largo viaje, y en la arena, siempre parejas de jóvenes paseando o tumbados observando el cielo, mirándose o correteando en busca de los peces voladores, las sirenas o los mensajes. El resto del tiempo, cuando la luz del faro se alejaba, me entretenía con las estrellas y veía con osos, dragones, guerreros levantando su espada y cometas cargadas de viajantes que, en visita pacífica, me devolvían la mirada con curiosidad.

Eso recuerdo hasta que un año decidieron, por seguridad y para atraer turismo, encender unos grandes focos. Desde entonces todo lo veo con claridad. Veo agua y arena.

                             Serie: Mis cuadros

Rota, Playa de la Costilla, de Ezequiel Barranco Moreno

Reencuentro (almas gemelas)

Cada día atravesaba el puente con mi maletín, camino de la consulta médica en la que trabajaba, y siempre me paraba a echarle unas monedas al anciano que, con frío o calor, lloviendo o bajo un sol abrasador, tocaba su acordeón. Él me lo agradecía con la mirada y yo le devolvía una sonrisa.

Así fue durante meses, quizás años, sin que nunca fallara, hasta que una mañana no lo vi. Tenía las monedas en la mano y, puede que por instinto o como pequeño homenaje, las tiré al río y me quedé parado mirando como caían. Recuerdo que al llegar el agua me pareció que me devolvían un eco con las primeras notas del vals corazón corazón, que siempre tocaba el viejo acordeonista.

Pasados los años, un día, en el mismo lugar, me encontré un joven que al acercarme, me miró y me sonrió mientras sacaba su violín. Esa mirada, a pesar de la edad y aspecto informal del músico, me recordó al del acordeonista y, puede que por ello, le di las monedas. Al alejarme oí las primeras notas de corazón corazón.

Una vez cruzado el puente, me detuve para encender un cigarro, y en el cristal del escaparate de una tienda cercana, pude verme, joven y descarado, sujetando mi bicicleta y, junto a mí, muy desdibujado, el reflejo de un hombre que, con aspecto cansado y aislado en sus pensamientos, iba camino del trabajo con su maletín y una mirada perdida, quizás en otro tiempo.

                                                                   Serie: Mis cuadros


Sevilla, Puente de Triana (detalle), de Ezequiel Barranco Moreno.