Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 21 de octubre de 2016

Hamman al-Walad

Al entrar en el vestíbulo de los Baños Árabes, la recepcionista me avisó: Faltan solo tres minutos para la hora de cierre, si quiere puede pasar pero cerramos en punto. Se lo agradecí pero entré, ya que esa misma tarde me marchaba de viaje. Eché un rápido vistazo a la Sala Fría para detenerme en la segunda sala,  al-bayt al-wastani, mucho más monumental con sus ocho columnas y los restos de las tenerías, y en ese momento escuché un fuerte portazo y se apagaron todas las luces. El silencio, una tremenda soledad y la oscuridad de la sala, solo rota por dos pequeñas luceras de la Sala de Calderas se apoderaron de los Baños y de mi ánimo.
Me dirigí a la Sala de Calderas y al pasar el arco que la separaba de la Sala Templada me encontré con dos fornidos subsaharianos que, con el pecho descubierto, atizaban el fuego y echaban agua a las rudimentarias tuberías. Al verme, con un lenguaje incomprensible comenzaron a gritarme y yo, asustado reculé para caer en una cisterna llena de pieles, entre las risotadas de varias mujeres que, dispuestas a salir de su rutina en la curtiduría, se dedicaron a volcarme los pigmentos de distintos colores con los que trabajaban las pieles.
En la sala se arremolinaba un concurrido grupo de hombres que, enojados por la algarabía que se había montado, me increparon y amenazaron con llamar a la guardia si no respetaba las normas. Avergonzado pasé entonces a la Sala Caliente, donde tres ancianos de aspecto noble, solo cubiertos con una toalla y empapados en sudor me miraron de tal manera que, tras pedirles perdón por la forma en que había entrado, me di la vuelta y salí en dirección de otra dependencia. Tampoco allí fui bien recibido, ya que sin darme cuenta pisé, rompí y dispersé cientos de pequeños fragmentos de cerámica que un grupo de jóvenes, intentaban ordenar y catalogar. El mayor de ellos, me dio una bofetada y volví a caer en la cisterna y allí sí hubo acuerdo: las curtidoras, rodeadas de todos los que disfrutaban de los baños, los jóvenes arqueólogos y hasta los esclavos de las calderas, salieron dispuestos a pegarme.
Yo me escondí entre un grupo de turistas a los que no había visto antes y que parecía que iban a salir del recinto, pero desparecieron en el vestíbulo sin que pudiera alcanzarlos ni escucharan mis gritos. Los esclavos se dirigieron hacia mí y, con intención de tirarme a las calderas, me cargaron atravesando la Sala Templada entre los gritos de todos los que allí estaban. Entonces todo se paró.
El tremendo ruido de una maquinaria por encima de las bóvedas, hizo temblar la el suelo y abrió unas nuevas luceras que, con su forma de estrella permitieron que entrara la luz y pude ver los rostros de varios obreros que comentaban algo sobre un impresionante e inesperado hallazgo. El ruido se hizo ensordecedor, una gran excavadora entró a la Sala Fría y comenzaron a caer cascotes de las bóvedas. Yo volví a esconderme en la Sala de Calderas, donde ya no había nadie, y el calor y la humedad que allí sentí, me hicieron sentir que me desmayaba hasta casi perder el conocimiento, pero entonces sentí que alguien me tocaba la espalda y una voz suave de mujer me decía: Vamos ya han pasado los tres minutos y es hora de cerrar.

Salí tras ella y al mirar atrás vi como se apagaban las luces y los Baños se quedaban en silencio y oscuros, iluminados solo por dos pequeñas luceras de la Sala de Calderas.

Serie: Mis cuadros

Jaén, Baños Árabes, de Ezequiel Barranco Moreno

4 comentarios:

  1. Hay lugares monumentales o históricos que te llevan a un tiempo en que tú no estabas, pero ellos sí.
    Otros lugares no son tan monumentales, como una gran puerta doble de madera por la que se entra a un portal en el que se puede oír el agua a través de una reja en el suelo. Son lugares -para nosotros- históricos que nos llevan a un sitio y a un tiempo en el que sí estábamos

    ResponderEliminar
  2. Qué tres minutos más biena provechados. Olé

    ResponderEliminar