Al
entrar en el vestíbulo de los Baños Árabes, la recepcionista me avisó: Faltan
solo tres minutos para la hora de cierre, si quiere puede pasar pero cerramos
en punto. Se lo agradecí pero entré, ya que esa misma tarde me marchaba de
viaje. Eché un rápido vistazo a la
Sala Fría para detenerme en la segunda sala, al-bayt al-wastani, mucho más monumental con sus ocho columnas y
los restos de las tenerías, y en ese momento escuché un fuerte portazo y se
apagaron todas las luces. El silencio, una tremenda soledad y la oscuridad de
la sala, solo rota por dos pequeñas luceras de la Sala de Calderas se
apoderaron de los Baños y de mi ánimo.
Me dirigí a la Sala de Calderas y al pasar el arco que la
separaba de la Sala
Templada me encontré con dos fornidos subsaharianos que, con
el pecho descubierto, atizaban el fuego y echaban agua a las rudimentarias
tuberías. Al verme, con un lenguaje incomprensible comenzaron a gritarme y yo,
asustado reculé para caer en una cisterna llena de pieles, entre las risotadas
de varias mujeres que, dispuestas a salir de su rutina en la curtiduría, se
dedicaron a volcarme los pigmentos de distintos colores con los que trabajaban
las pieles.
En la sala se arremolinaba un concurrido grupo de
hombres que, enojados por la algarabía que se había montado, me increparon y
amenazaron con llamar a la guardia si no respetaba las normas. Avergonzado pasé
entonces a la Sala
Caliente , donde tres ancianos de aspecto noble, solo
cubiertos con una toalla y empapados en sudor me miraron de tal manera que,
tras pedirles perdón por la forma en que había entrado, me di la vuelta y salí
en dirección de otra dependencia. Tampoco allí fui bien recibido, ya que sin
darme cuenta pisé, rompí y dispersé cientos de pequeños fragmentos de cerámica
que un grupo de jóvenes, intentaban ordenar y catalogar. El mayor de ellos, me
dio una bofetada y volví a caer en la cisterna y allí sí hubo acuerdo: las
curtidoras, rodeadas de todos los que disfrutaban de los baños, los jóvenes
arqueólogos y hasta los esclavos de las calderas, salieron dispuestos a
pegarme.
Yo me escondí entre un grupo de turistas a los que
no había visto antes y que parecía que iban a salir del recinto, pero
desparecieron en el vestíbulo sin que pudiera alcanzarlos ni escucharan mis
gritos. Los esclavos se dirigieron hacia mí y, con intención de tirarme a las
calderas, me cargaron atravesando la
Sala Templada entre los gritos de todos los que allí estaban.
Entonces todo se paró.
El tremendo ruido de una maquinaria por encima de
las bóvedas, hizo temblar la el suelo y abrió unas nuevas luceras que, con su
forma de estrella permitieron que entrara la luz y pude ver los rostros de
varios obreros que comentaban algo sobre un impresionante e inesperado
hallazgo. El ruido se hizo ensordecedor, una gran excavadora entró a la Sala Fría y comenzaron a caer
cascotes de las bóvedas. Yo volví a esconderme en la Sala de Calderas, donde ya no
había nadie, y el calor y la humedad que allí sentí, me hicieron sentir que me
desmayaba hasta casi perder el conocimiento, pero entonces sentí que alguien me
tocaba la espalda y una voz suave de mujer me decía: Vamos ya han pasado los
tres minutos y es hora de cerrar.
Salí tras ella y al mirar atrás vi como se apagaban
las luces y los Baños se quedaban en silencio y oscuros, iluminados solo por
dos pequeñas luceras de la Sala
de Calderas.
Serie: Mis cuadros
Jaén, Baños
Árabes, de Ezequiel Barranco Moreno
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Hay lugares monumentales o históricos que te llevan a un tiempo en que tú no estabas, pero ellos sí.
ResponderEliminarOtros lugares no son tan monumentales, como una gran puerta doble de madera por la que se entra a un portal en el que se puede oír el agua a través de una reja en el suelo. Son lugares -para nosotros- históricos que nos llevan a un sitio y a un tiempo en el que sí estábamos
Son lugares que quedan indisolublemente unidos a la persona.
EliminarQué tres minutos más biena provechados. Olé
ResponderEliminarLa medida del tiempo siempre es muy relativa y personal.
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