Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 27 de septiembre de 2019

Ánimas errantes (Serie mis cuadros - 37)

Cáceres

En la antigua ciudad amurallada, cuando el ocaso dora las fachadas renacentistas, los ancianos se recogen, los comercios cierran sus puertas, los viandantes se resguardan en sus casas, los turistas beben en las numerosas tabernas, las cigüeñas vuelven a las espadañas, y los jóvenes se ocultan en los recovecos del casco antiguo o llevan la algarabía a la Plaza Mayor.
Poco a poco la noche se va adueñando del espacio, las calles quedan vacías, los portales despiden a las parejas, las luciérnagas que iluminan la cena en cada casa se apagan y el silencio, roto solo por las campanas de la Concatedral, se enseñorea en loas rincones.
Entonces salimos nosotras a deambular por las calles sombrías. Sin que nadie nos vea paseamos, nos reunimos, jugamos o simplemente nos contamos como ha ido el día. Lo único que nos preocupa es que la luz una farola, de unos faros, o el neón de una tienda nos descubra. Siempre hay alguien que nos ve, quizás algún noctámbulo, un borracho, el sereno o un vagabundo, y grita que ha visto un fantasma. Nosotras nos sentimos mal, no nos gusta que nos confundan las otras sombras, con las que han quedado vagando desde que la muerte cogió a su amo desprevenido al atardecer. Esas sí son fantasmas.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Despertar (Serie mis cuadros - 36)

Campo de girasoles

Ayer un árbol,
            párpado inquieto, intermitente, imprevisible
guiñaba a la luna
            clara, solemne, insolente
al cerrar la noche
            temerosa, confusa, impenetrable
ante mis ojos
            imprevisibles,
            insolentes,
            impenetrables.

Mañana el girasol,
            pausado, amable, previsible
viraba para alcanzar el día
            perfecto, impreciso, irrepetible,
y volvía a desperezar el sueño
             añorado, perdido, irrecuperable.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Equilibrio (Serie mis cuadros - 35)

Villa Nervofitos


Antonio, era muy cafetero, pero los pequeños e inquietos nervofitos lo traían por la calle de la amargura. Eran traviesos, hacían carreras de natación, saltos de trampolín desde el fino de la taza, e incluso practicaban surf aprovechando las olas de la espuma creadas por la cuchara. Bailaban, reían, cantaban y, cuando iban a ser absorbidos, se agarraban a su bigote, a las gafas o al pelo, dándole tirones y evitando el descanso de la siesta.

No pudo aguantar más y decidió pasarse al descafeinado. Al principio le fue bien, pero los nescafitos, con esa pachorra que los caracteriza, incapaces de moverse ni siquiera cuando se los iban a tragar; le terminaron contagiando hasta el punto de encerrarse en la casa, entre la cama y el sofá, sin otra actividad que no fuera cambiar la cadena de la televisión.

Villa Nescafitos
Pensó que la mezcla de  nervofitos y nescafitos podría ser una solución. Comenzó a mezclar el café con el descafeinado. Notó que cuando echaba más del primero se ponía muy nervioso y cuando era mayor la cantidad del segundo, se abatía. Por mucho que lo intentó no encontraba la armonía que buscaba.

Le aconsejaron que dejara el café. Él hizo caso y optó por el té y la manzanilla, hasta que aparecieron los tenervitos y los flemanenses.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Fondo de armario (Serie mis cuadros - 34)

Feria de Sevilla (fondo de armario) 

Era día de feria. Había que aprovecharlo y se reunieron todos en casa de Mamá Osa para arreglarse.

Mamá Osa sacó el traje beige de otros años.
Sus dos hijas, Osita y Oseznita, se vistieron respectivamente con el rojo ribeteado en encaje blanco, y el celeste bordado.
La perrita Pompa se puso el rojo liso y la gatita Misela el naranja.
María, la niña mimada del quinto, insistió en que le dejaran el granate y no paró hasta que lo consiguió.
Una bombera que pasaba por allí después de haber apagado el fuego de la caseta de la Asociación de Cacharritos Contra el Cambio Climático (ACCCC), pidió permiso para asearse y le ofrecieron el traje verde para que fuera a la feria con ellas, lo que aceptó conmovida.
El traje rojo con lunares blancos se lo ofrecieron a Barbie, una joven que montaba a una yegua morada, para la que habían reservado el amarillo a juego. 
Dos gemelas de largas pestañas, que solo se diferenciaban por el color de sus ojos y de su ropa, pidieron uno que hiciera juego con su mirada, y les dieron el azul de lunares y el verde.
Una astronauta recién llegada de Marte pidió el traje rojo que quedaba. Tenía morriña.
Los Tres Cerditos que, como podemos ver en los dibujos eran unisex, se pidieron el azul, naranja y granate, y el lobo, para confiarlos y poder comérselos en la trastienda, se disfrazó con el naranja que estaba al final del armario.

Se lo pasaron estupendamente. Rieron, cantaron, bailaron, bebieron y disfrutaron hasta el amanecer.

A la mañana siguiente, todo volvió a la rutina. Mamá Osa castigó a Osita y Oseznita, por traviesas. Pompa se cansó de perseguir a Misela, y ésta se escondió bajo la falda de María, rasgando la tela. La bombera, siempre fiel a su obligación, intentaba mantener el orden, pero se desató un nuevo fuego en la ACCCC y tuvo que irse, para lo que se montó en la yegua del traje amarillo, dejando tirada a Barbie, que lloraba, y era consolada por las dos gemelas y la astronauta. Alrededor del grupo los tres cerditos corrían en círculo huyendo del lobo.

Cuando su madre dio un grito y alzó la mano, las pequeñas guardaron la caja de Playmobil en el armario y se fueron a hacer los deberes.