Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 30 de junio de 2017

Reconocimiento

Héroes de la montaña, de Raúl Segura

La Manola regentaba una modesta venta, en la que atendía a labriegos, civiles, estraperlistas y a los escasos viajantes que cruzaban Sierra Morena camino de Andalucía. En la parte posterior tenía un pajar y allí escondía a algunos maquis a cambio de parte del producto de sus rapiñas, que luego vendía a buen precio a los civiles que patrullaban los montes.
Compartía su cama con cualquiera que se lo pidiera, y fruto de ello tuvo siete hijos, que de su marido, alcohólico dedicado a gandulear de día y desaparecer de noche, los aceptó como suyos.
De esa forma, en la posguerra, Manola Garrides Gómez, entre el negocio de la venta,  los productos de su pequeña huerta, el estraperlo y la ayuda de sus amantes vivió sin estrecheces y, pasado el tiempo, gracias a sus engaños y  delaciones, cada vez más frecuentes y siempre oportunas, alcanzó cierta notoriedad en la comarca, que alimentó con las generosas dádivas que entregaba al párroco cada domingo.

Años más tarde, en la celebración del Día de la Raza, recibió de manos del Generalísimo las Medallas al Mérito en el Trabajo y al Mérito Civil y el Premio Nacional de Natalidad.

viernes, 23 de junio de 2017

Una solución para cada problema

Arquímedes pensativo, de Domenico Fetti

En la primera hambruna de la humanidad encontró una manzana caída, le gustó y la devoró con ansiedad. Satisfecho, recolectó todos los frutos del árbol y se los llevó a su cueva. Salió a por más, y tantos juntó que le fue imposible cargarlos, por lo que cogió la piel de cordero que le cubría, ofreció a sus hambrientos vecinos alguna fruta a cambio de más pieles e hizo con ellas sacos para transportarlos. Abandonó la cueva y se fue a una choza que había construido para su familia. Tenía entonces veinte sacos de frutas y verduras y, viendo que no podía moverlos para la mudanza, ofreció uno a cambio de una tabla y otro por una rueda —elemento de reciente invención—, para llevarlos así a su nuevo hogar y continuar la recolección. Tanto acumuló que tuvo que llamar a un amigo al que le compró un coche de caballos, que luego cambió por un camión, para transportarlos a un almacén en el que acumuló toda su producción.
Se había enriquecido, compró casas y terrenos en la gran ciudad; los usaba, ponía en valor y realquilaba al mejor postor, hasta que, en plena expansión económica, decidió irse a las Américas en un barco que llenó con el contenido de más de sus más de quinientos almacenes. Allí vivió tranquilo hasta que, asustado por los peligros de una previsible tercera guerra mundial, quiso guardar todas sus pertenencias en algún lugar seguro. Con ayuda estatal horadó la tierra y construyó un inmenso refugio para poner a salvo su inmenso patrimonio y, de camino, sacar provecho con la venta y alquiler de parcelas. Estaba seguro de que todo lo tenía a salvo, cuando escuchó una terrible noticia: un asteroide se dirigía a la Tierra y la destruiría.

Reunidos los principales científicos, llegaron a  la conclusión de que todo estaba perdido, pues la única solución posible era desplazar la Tierra, cosa a todas luces imposible. Fue entonces cuando, sin dudarlo, acudió a Arquímedes y le vendió el punto de apoyo que tanto tiempo llevaba pidiendo.

viernes, 16 de junio de 2017

Despedida

La niña enferma, de Gabriël Metsu

Cuando falte, recuerda nuestros juegos a la gallinita ciega en el parque; las sorpresas de reyes y cumpleaños; las noches en vela por el dolor de oído o la salida del primer diente; las peleas porque había que comérselo todo; las tardes en el campo con Toby —nunca dejes de cuidarlo—; las visitas de los abuelos, de tus padres. Recuerda cada uno de los días que hemos sido felices juntas; y sobre todo nunca te olvides de mí, de mi cara, de mi risa — le dijo la niña a su madre antes de fijar la mirada en la nada.

viernes, 9 de junio de 2017

Don Jacinto

Hombre solo, de Juan Nicieza

Cada mañana salía de su habitación, iba al comedor, colgaba su abrigo y el sombrero en el perchero y se sentaba en su mesa de la pensión. Comprobaba que las siete campanadas del reloj de pared coincidían con las del suyo de bolsillo, y hacía un gesto al camarero para que le trajera su café y un cigarro. Terminado el desayuno, miraba su agenda siempre vacía y se despedía con prisa, mirando de nuevo el reloj, cuando sonaba el cuarto, en busca de calles vacías.

viernes, 2 de junio de 2017

Junio

Sol ardiente de junio, de Frederic Leighton

La violenta luz naranja de aquel ocaso me hizo pensar de nuevo en ti. Miré fijamente al sol intentando comprender que pasó la tarde en que te despediste dejando un rastro similar al paisaje que ahora se abre ante mis ojos, pero solo encontré incertidumbre.

Hoy, como cada día, vuelvo a buscarte, sin saber si el mar te despertará de tu sueño efímero o si te rendirás para siempre al aroma de la adelfa.