Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

domingo, 31 de julio de 2016

Cuaderno de bitácora. Fin del viaje

DÍA TREINTA Y UNO DE JULIO, VIERNES: FERDICEL.

Fuimos a Ferdicel, adonde los llevé yo, Ferdicel.
Directamente los subí al castillo que coronaba la montaña sobre cuya ladera se asentaba la ciudad, y lo hice cuando empezaba a anochecer.
Les expliqué que en la ciudad, Capital del Santo Libro la llamaban, solo vivían escritores y que se dedicaban a escribir las veinticuatro horas del día. Escribían poesía, novela, relatos, ensayos, enciclopedias, libros de ciencia, historia, cocina, etcétera, y lo hacían sin descansar ni durante el día  ni de noche, de ahí el espectáculo que les quería enseñar: una ciudad sumida en el silencio y solo iluminada por la luz que sale de las ventanas de cada una de las miles de casas que bajan desde el castillo hasta el valle. Pero me encontré con una sorpresa, solo tres o cuatro casas estaban iluminadas, las demás, como toda la ciudad permanecían en silencio y a oscuras.
Le pregunté al guarda del castillo. En la ciudad solo había tres personas que no escribían —nos contó apesadumbrado—, el encargado de traer la comida, el que recogía la basura y el que traía el papel. El primero murió, pero los habitantes lo solventaron recogiendo comida de sus huertos, el segundo faltó sin dar explicaciones y la basura se fue acumulando en la calle, pero eso no impidió que la gente siguiera escribiendo, pero cuando falló el tercero, la ciudad quedó sumida en una profunda tristeza y apatía y la mayoría de sus habitantes emigraron. Solo quedan  diez o doce personas —continuó diciendo—, que habían hecho acopio de papel, pero que en poco tiempo tendrán que marcharse como los demás.
Al acabar la visita, y, con ello nuestro viaje, nos despedimos y cada uno volvió a su casa y a sus labores habituales. Yo, antes de volver, me desvié a un almacén, compré todo el papel disponible, volví al castillo, se lo entregué al guarda y me quedé a dormir. Al amanecer, cuando me disponía a partir, observé que eran muchas las ventanas iluminadas.

Terminada mi aventura de vacaciones y este cuaderno de viaje, volví al trabajo y la rutina. No he vuelto a ver a Carlián, Jostelio, Faltín, Jon Malien, Barlino ni a Luerio, pero nunca los olvidaré de la misma forma que estarán siempre presentes en mi memoria los maravillosos lugares que, gracias a ellos, he conocido.

Pueblo de noche morada, de Pipo Jost Nicolas

sábado, 30 de julio de 2016

Cuaderno de bitácora - VII

DÍA TREINTA DE JULIO, SÁBADO: LUERIO

Fuimos a Luerio, adonde nos llevó Luerio.
Luerio en una ciudad rodeada totalmente por una alta muralla azul atravesada por una única puerta. Antes de cruzar la puerta Luerio nos subió a la torre a la que se accede por una empinada escalera y desde allí pudimos ver la ciudad.
En la ciudad todo es azul, del mismo color y tono que la muralla que, al ser tan alta, impide que el sol perfile con sus rayos y sus sombras las siluetas de los edificios o el movimiento de las personas.
Luerio nos llevó por el adarve a otra torre y allí nos facilitó ropa azul y nos dio unos aerosoles con puntura azul, con la que cubrimos nuestra piel y pelo, condición indispensable para entrar en la ciudad, a la que accedimos desde la misma torre, por una puerta interior de la muralla.
Una vez dentro me tuve que mover a tientas, al igual que mis compañeros. Me era imposible distinguir las paredes o los escalones, a las personas que se movían por las calles, e incluso a mis amigos, aunque sus palabras y avisos nos orientaban y Luerio, con la habilidad propia del que conoce el terreno, nos llevó y enseñó orgulloso lo que ninguno podíamos ver. Alcé la vista y no fui capaz de distinguir por encima de la muralla el cielo que era del mismo color azul que nos rodeaba, de la misma forma que era incapaz de ver mis manos, que se movían ansiosas palpándome la cara, el tronco o los pies. En algún momento de silencio, sentí una tremenda soledad, como si fuera parte de la nada.

No habían pasado diez minutos, o al menos eso creí, cuando le pedí  a Luerio que me sacara de la ciudad.

Monocromo, de Yves Klein



viernes, 29 de julio de 2016

Cuaderno de bitácora - VI

DÍA VEINTINUEVE DE JULIO, VIERNES: BARLINO

Fuimos a los Lagos de Barlino, adonde nos llevó Barlino.
La capital de Barlino, de igual nombre, se levanta sobre un inmenso entramado de lagos. En el centro de cada uno de ellos hay una isla con huerto, un jardín y una casa, habitada por una familia. Barlino nos llevó a ver el amanecer en los lagos e insistió en que volviéramos por la noche para ver el ocaso. El juego de colores y sombras es impresionante en ambos momentos. Durante el día nos explicó que la vida tranquila de los habitantes de los lagos nunca se ve alterada. Se levantan al amanecer y todos miran al este en espera de que salga el sol, recogen las frutas y verduras de sus huertos, arreglan el jardín, pescan lo necesario para comer y se encierran en sus casas hasta que, al final de la tarde, salen todos a mirar al oeste.

De vez en cuando se hunde una isla y se produce una gran pesadumbre entre sus vecinos, pero al poco tiempo resurge del fondo del lago y otra familia ocupa su lugar.

La casa del lago, de Luis Fernández Hebrero

jueves, 28 de julio de 2016

Cuaderno de bitácora - V

DÍA VEINTIOCHO DE JULIO, JUEVES: JON MALIEN

Fuimos al bosque de Jon Malien, adonde nos llevó Jon Malien.
El bosque se encuentra en el centro de un paraje devastado por un terremoto, que destruyó todo en miles de kilómetros a la redonda. Pasado el tiempo solo el bosque renació, pero los árboles y toda la vegetación crecieron al revés —nos explicó Jon Malien mientras observábamos asombrados el bosque. Las copas de los árboles con sus frutos, y de los pequeños arbustos, están en el suelo y dan una gran belleza y alegría al paisaje, pero si miras al cielo, solo puedes ver una extraña empalizada de madera que termina en una red de ramas y raíces de aspecto sombrío.
Las ardillas son felices correteando por el suelo, con todo el alimento a su altura sin tener que saltar de rama en rama, al igual que los venados y los cervatillos. Los pájaros lo tienen peor, porque tienen que bajar a ras de suelo para hacer sus nidos y son presas fáciles de los depredadores, aunque éstos, por comodidad, poco a poco se han hecho herbívoros y rara vez los tocan.

Los pobladores del bosque —terminó de contarnos Jon Malien— han construido sus casas en lo alto de las raíces y disfrutan de la situación, ya que tienen a su alcance todo tipo de frutas y animales, pero no quieren acostumbrarse pues saben que pronto se repetiría el terremoto y todo volverá a la normalidad.

En el bosque, de Narcisse Virgilio Diaz De La Pena

miércoles, 27 de julio de 2016

Cuaderno de bitácora - IV

DÍA VEINTISIETE DE JULIO, MIÉRCOLES: FALTÍN

Fuimos a Faltín, adonde nos llevó Faltín.
Faltín es una pueblo grande, con mucha animación, tanto de día como de noche, y con hermosos edificios y grandes parques, pero lo que más llama la atención es su calle principal, la Calle de los Muertos.
En esa calle no se ve pasear nunca a nadie, pero es la principal atracción del pueblo. Siempre hay curiosos que, desde el principio, el final o desde las calles aledañas, admiran sus construcciones. En ella coexisten casa bajas con rascacielos, edificios humildes con suntuosos palacios y conventos e iglesias con estadios deportivos y centros comerciales. Contra lo que se pueda pensar, la Calle de los Muertos es luminosa y alegre y nadie tiene miedo a vivir cerca, aunque no entren en ella ni la crucen. Los vecinos de la Calle de los Muertos —nos explicó Faltín—, conviven alegremente y han hecho muchas amistades entre ellos, por ejemplo su tía, monja y fundadora, que entró en la calle hace diez años, ahora es íntima amiga de santa Teresa, o John Lennon, que al entrar en la calle se encontró con Chopin y desde entonces mantienen largas conversaciones sobre la música actual, generalmente muy destructivas, o Franco que ahora resulta que es pareja de dominó y de Manuel Azaña, con el que comparte una tertulia a la hora del café, o Lorca y Góngora, que han están terminado un largo poema épico que y, según dicen, esperan que el viento lo saque de la calle para que todos disfruten de su poesía, aunque nunca se sepa el autor.

Todo eso que nos refirió Faltín, se lo han contado a él gente a la que también se lo han contado, porque ni él, ni nosotros, ni nadie conocido que haya entrado en la Calle de los Muertos, ha vuelto a salir.

Calle de la Muerte, azulejo en la actual Calle Susona de Sevilla

martes, 26 de julio de 2016

Cuaderno de bitácora - III

DÍA VEINTISEIS DE JULIO, MARTES: JOSTELIO

Fuimos a la Meseta de Jostelio, adonde nos llevó Jostelio.
La meseta es un extenso promontorio que se levanta en el centro del Valle de la Música o de los Adioses, y está habitada por un reducido número de personas, todas ellas dedicadas a la composición e interpretación musical.
Jostelio nos presentó a todos aquellos que fue encontrando. Eran muy amables y nos atendieron con extrema cortesía. Conocimos a don Marcial, un hombre rígido , de piel amarillenta y voz metálica, a don Ramón, grande y rechoncho, con una voz grave que solo utilizaba para decir "no" o "voy", a don Serafín, de voz atildada y aspecto de niño sabelotodo, a doña Mercedes, siempre sentada  y con una voz muy fina que, al contrario de don Ramón, solo utilizaba para reír y decir "sí", a don Tancredo, que no hablaba nunca, solo daba órdenes con decididos golpes de mano, y a la familia Cornelio, jóvenes y mayores, altos y bajos, inquietos o tranquilos, pero que siempre hablaban en grupo.

La visita fue curiosa aunque algo aburrida, ya que con ninguno de ellos, por mucho que intentaron agasajarnos, pudimos tener una conversación lógica. Lo mejor de la jornada fue la despedida, momento en que todos acudieron y Joseltio levantó la mano mirándolos fijamente y todos juntos nos dijeron adiós con una magnífica sinfonía.

Die Philharmoniker, de Max Oppenheimer

lunes, 25 de julio de 2016

Cuaderno de bitácora - II

DÍA VEINTICINCO DE JULIO, LUNES: CARLIÁN

Fuimos al País de Carlián, adonde nos llevó Carlián.
En el centro del País hay una montaña rodeada de cinco mares de distinto color —nos explicó Carlián,  delante de un mar de un vistoso color amarillo—, conocidos como el mar rojo, el azul, el amarillo, el blanco y el negro, y ello se debe al color de los seres que los habitan e impregnan. Hace cientos de años  —continuó—, millones de seres diminutos de llamativos colores llegaron aquí, procedentes del extrarradio del universo, y se distribuyeron por los cinco mares. Eran muy pequeños, en vez de manos y pies tenían aletas y conservaban el aspecto humano salvo por el estridente color de su piel y el tamaño. En poco tiempo, se dividieron por colores y ocuparon los cinco mares y, para evitar conflictos, rodearon cada mar de un potente ejército, y así siguen desde entonces.
No es que sean enemigos, al contrario, son muy amigos y se comunican por carta o a través de emisarios, nunca ha habido una pelea e incluso colaboran entre ellos y hacen pigmentos que luego venden a los humanos, con los que mantienen una excelente relación desde que se prohibió la pesca deportiva en los cinco mares, que a punto estuvo de diezmar la población por su afán coleccionista.

El motivo de la separación lo tienen muy claro: Hay que evitar que se mezclen, no pueden permitir que de la unión de un rojo y un amarillo nazca un naranja o que un azul y amarillo procreen un verde. Solo hay cinco mares para los cinco colores.

Puesta de sol sobre un lago, de J.M.W. Turner

Cuaderno de bitácora - II

DÍA VEINTICINCO DE JULIO, LUNES: CARLIÁN

Fuimos al País de Carlián, adonde nos llevó Carlián.
En el centro del País hay una montaña rodeada de cinco mares de distinto color —nos explicó Carlián,  delante de un mar de un vistoso color amarillo—, conocidos como el mar rojo, el azul, el amarillo, el blanco y el negro, y ello se debe al color de los seres que los habitan e impregnan. Hace cientos de años  —continuó—, millones de seres diminutos de llamativos colores llegaron aquí, procedentes del extrarradio del universo, y se distribuyeron por los cinco mares. Eran muy pequeños, en vez de manos y pies tenían aletas y conservaban el aspecto humano salvo por el estridente color de su piel y el tamaño. En poco tiempo, se dividieron por colores y ocuparon los cinco mares y, para evitar conflictos, rodearon cada mar de un potente ejército, y así siguen desde entonces.
No es que sean enemigos, al contrario, son muy amigos y se comunican por carta o a través de emisarios, nunca ha habido una pelea e incluso colaboran entre ellos y hacen pigmentos que luego venden a los humanos, con los que mantienen una excelente relación desde que se prohibió la pesca deportiva en los cinco mares, que a punto estuvo de diezmar la población por su afán coleccionista.

El motivo de la separación lo tienen muy claro: Hay que evitar que se mezclen, no pueden permitir que de la unión de un rojo y un amarillo nazca un naranja o que un azul y amarillo procreen un verde. Solo hay cinco mares para los cinco colores.

Puesta de sol sobre un lago, de J.M.W. Turner

domingo, 24 de julio de 2016

Cuaderno de bitácora - I

INTRODUCCIÓN

Invité a sentarse y presenté a los seis invitados: Carlián, Jostelio, Faltín, Jon Malien, Barlino y Luerio. Cada uno, como es preceptivo, me saludó cortésmente y saludó a los demás. Terminada la ronda me presenté yo, Ferdicel, y expuse el proyecto para el que los había convocado: No os conocéis de nada ni tampoco os conozco yo —les dije— pero todos habéis respondido a mi llamada y aquí estamos, alrededor de esta mesa, para atar los últimos flecos antes de iniciar mañana, día veinticinco de agosto, nuestro viaje de vacaciones. Vistos los proyectos de cada uno, he hecho una ruta de siete días y, en cada unos de esos días, uno de nosotros será el guía que nos ilustrará sobre el destino que ha elegido. El orden será el mismo que he seguido al presentaros, empezaremos, por tanto, por Carlián, que nos llevará al mar. Nos vemos mañana a las siete de la mañana en la puerta de esta casa. Como sabéis no os hace falta equipaje y el transporte corre por mi cuenta.


Así empezó la aventura que, para entretenimiento de lectores y para conservar mis recuerdos, escribiré punto por punto en este cuaderno de bitácora.

Maletas, de Ricardo Renedo

viernes, 22 de julio de 2016

Pena de muerte

Tenía derecho a un último deseo y pidió abandonar la cárcel. Al salir, desde la torre vigía, los guardias ejecutaron la sentencia y pudo morir en libertad.

El presidiario, de Eduardo Chicharro

Futuro

Rescatados quinientos emigrantes ilegales de una nave encontrada a la deriva en el espacio exterior del planeta x28wM.

Las estrellas fugaces, de Jean Francois Millet

viernes, 15 de julio de 2016

Vidas

Él cada mañana, a las ocho en punto, se ponía su mandil y su manopla y preparaba las tenazas, los hierros, el burro y otras herramientas necesarias para remendar y arreglar todos los zapatos que ocupaban las paredes de su pequeño establecimiento. Trabajaba sin parar, salvo por un tentempié que tomaba a las doce de la mañana y el descanso del almuerzo y la siesta, que hacía en el propio local bajando algo la persiana metálica. Por la tarde seguía su labor hasta terminar los encargos pendientes y recoger los de los clientes que se acercaban a la tienda a lo largo del día.

Ella trabajaba, de lunes a sábado, en horario de mañana y aprovechaba las tardes para leer, una hora de gimnasia, hacer punto y salir de compras antes de que anocheciera, siguiendo un estricto orden, que ella misma se había puesto y tenía escrito en su agenda, en la que anotaba cuidadosamente cualquier cambio o incidencia.

Una tarde, era martes, camino del gimnasio, Ella tuvo la mala suerte de meter el pie en una alcantarilla, torciéndose el tacón del zapato, pero con la fortuna de que el accidente ocurriera justo en la puerta de la zapatería. Él la atendió solícito y arregló el problema en pocos minutos, lo que permitió a Ella continuar su jornada, solo con un leve retraso. El martes siguiente, Ella tropezó con el bordillo de la acera, cerca de donde tuvo el accidente previo. Él arregló el zapato nuevamente. Una semana más tarde, un martes también, Ella se torció el tobillo y rompió el tacón. Él, ya sin mediar palabra, se lo arregló otra vez.

A partir de entonces, cada semana, Él tenía que arreglar el tacón del zapato que Ella le llevaba, y Ella lo apuntaba religiosamente en su agenda.

Él nunca supo renunciar a su trabajo.

Ella nunca pudo renunciar a su rutina.

El zapatero en la ventana, de Ferdinand Holder

Fin del camino

Recorrió la ciudad con una pequeña caja de cartón entre sus manos, llegó al puente, la abrió y la arrojó al río, dejando que sus pensamientos y sus secretos, se escaparan y volaran arrastrados por el viento, se subió a la baranda y esperó tranquila a una ráfaga de aire favorable.

'Una chica indigente se lanza desde un puente. Su vida, arruinada por el alcoholismo'. Ilustración de una revista inglesa de 1848

viernes, 8 de julio de 2016

Trueqe

Estaba triste Dolor sentado en una mesa en el rincón más oscuro del bar cuando vio entrar a Seca muy abatida.  Dolor la invitó a sentarse con él.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó Dolor tras saludarla.
—No, gracias —respondió Seca sin levantar la cabeza.
—¿Te pasa algo? Te veo triste.
—Tampoco a ti se te ve muy feliz.
—Se me ocurre algo, te doy mi "D" ¿la quieres? —le dijo Dolor para intentar animarla y un poco harto de cargar con su pena.
—¡Vale! te la cambio por mi "C" —contestó Seca ilusionada.

Y así, Color y Seda, tras tomar unas copas, salieron del bar satisfechos con su nueva identidad.

Nighthawks, de Edward Hopper

Hoja de personaje

Al acercarse al fuego, tras haber pasado la noche bajo el puente, recogió el papel que un desconocido le había tirado: "Sucio, maloliente, huraño, siempre cogiendo colillas del suelo y rebuscando en los contenedores".

Lo tiró y se durmió tranquilo mientras un grupo de jóvenes buscaba al protagonista de su macabro juego de rol.

El mendigo, de José Luis García Pascual