Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

sábado, 29 de enero de 2022

Crepúsculo

El estudio rojo, de Henri Matisse

A sus ochenta y dos años, con gran esfuerzo, el abuelo Alejandro terminaba el que sería su último cuadro, una copia de El Estudio Rojo, de Matisse. Los juegos de luces, reflejos e incluso estados de ánimo, que este oleo inspiraban, habían sido un reto para él durante sus últimos años de trabajo de copista.

Le asqueaba la simpleza con que denominaban rojo a los que era una verdadera constelación de estímulos: Bermellón, cadmio, amor, granate, amaranto, rubí, fuerza, odio, prohibido, carmesí, escarlata, pasión o rosa. Estaba seguro que Matisse, Munch, Gaugin o Rothko, nunca hablaron de ese color, así, sin matizar, como un analfabeto que mira las letras y es incapaz de desentrañar un texto.

Jamás se desprendió del cuadro y nunca volvió a pintar, hasta un día en que cogió un tubo de blanco de titanio, y fue sobrepintando el suelo, la pared, la mesa y las sillas, el jarrón, las figuras y las flores del lienzo. Cuando tapó todo su trabajo, el mismo día en que se instaló la desmemoria, sobrepuso su nombre en blanco rutilante, que el tiempo termino de mimetizar con el fondo monocromo.

viernes, 28 de enero de 2022

Comunidad de vecinos

Los vecinos, de Hugo Marín

Los gritos de los niños en el patio, las conversaciones cruzadas desde los balcones, el trasiego por las escaleras, y los pregones de los tenderos, vestían de pobreza el edificio blanco y albero de tres plantas y cincuenta años, de las Viviendas Protegidas.

            —Mami, Juana está gritando.

            —Déjalos, hijo, ya se calmarán, como siempre.

            —No quiero oírlos, me da miedo.

            Arriba, el ruido de las canicas y la música machacona del transistor, los viejos visillos algo raídos y el cuadro del Sagrado Corazón.

            —¿No te dije que no te retrasaras? —gritó Ramón implacable, antes incluso de que el vecino de arriba cruzara la puerta y se callaran las canicas— ¿Qué has estado haciendo?

            —Comprar, como siempre —contestó Juana—. Y mucho es, con el poco dinero que me das.

            La puerta del segundo se abrió y dejaba ver la cornucopia con el busto de Camarón. Un portazo fue incapaz de sellar la conversación.

            —¡Ya está bien de gritar! —dijo la anciana vecina del tercero.

            —¡Calle, vieja, métase en sus asuntos!

            —¿Ves, mami? No se callan, a doña Mariana también le ha hablado mal.

            —¡Venga! sígueme: Un elefante se balanceaba sobre la tela…

            Abajo Julián pregonaba su oferta. Era una mañana desapacible, caían algunas gotas y los pocos paseantes que se habían atrevido a salir aceleraban el paso.

            —¡Tres kilos a cinco euros! ¡Vamos, chiquilla, que se acaban!

            —¡Nunca más! ¿Me escuchas? No quiero volver a verte en el bar. El sinvergüenza de Salustiano te está tirando los tejos y tú coqueteando con él, y con cualquiera que se cruce.

            —No he hecho nada, Ramón.

            —¿No, y con quién te has estado gastando mi dinero?

            Varios golpes en la pared intentaron inútilmente frenar la discusión.

            —Dile que deje de gritar, mami, no quiero oírlos.

            —Tranquilo, ven, sigue cantando conmigo. Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, y como veía…

            Las canicas rodaban sin parar. Un cubo lleno de agua apontocaba la puerta entreabierta del segundo izquierdo Desde dentro salía olor a chocolate, y se escuchaba a Toby ladrar a los mellizos del tercero izquierda, que jugaban al coger en la escalera.

            —Si nadie te quiere más que yo ¿no lo entiendes, Juana? Tienes que andar con más recato, los tíos te miran que se les va a salir los ojos, y tú es que los vas provocando. Pareces una puta.

            —¡Déjalo, Ramón, has bebido otra vez!

            —¿Por qué es tan malo, mami? Juana es muy buena, yo la quiero mucho, siempre me da caramelos. 

            —No pasa nada, hijo, toma tu bocadillo. Vamos, sigue: Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, y como veía que no se rompía…

            Un golpe seco paró el tiempo y la discusión. El patio quedó en silencio, Toby se escondió bajo la cama. Las puertas se cerraron. Solo se oía un llanto fino, entrecortado, tremendamente doloroso. Toñín se tapaba los oídos y se abrazaba a su madre.

            —Le va a pegar, no quiero que le haga daño, como papá cuando llegaba a casa y me escondías.

            Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, y como veía que no se rompía fue a llamar a otro elefante…

            Lo recogió en su regazo y siguió cantando la canción que tanto le gustaba, Toñín se tapaba la cabeza, y Juana, acurrucada en un rincón oscuro del salón de su piso, se balanceaba ronroneando una vieja canción infantil, aprisionada en una cruel tela de araña.


martes, 18 de enero de 2022

Todo habría sido distinto

Adán y Eva (detalle), de Alberto Durero

El gusano llevaba tiempo en el gimnasio y, cuando se vio en forma, inició su aventura más arriesgada. Entró en una manzana y esperó mientras se alimentaba y fortalecía. El día en que la mujer, herida por el mortal veneno de la serpiente, se la ofreció al incauto humano, y este la mordió, el miserable helminto contraatacó. Le mordió la lengua y continuó por el esófago y estómago, disfrutó con la consistencia blanduzca de los pulmones, la mousse del hígado, la casquería, y con el sabor dulzón del sexo. Al terminar, dejó la piel vacía como único vestigio de la historia de la humanidad.

viernes, 14 de enero de 2022

Final abierto

Samurai, de de Utagawa Toyokuni

El sorprendido turista. Se despertó en el centro de un gran salón, con un taparrabos de piel de leopardo, un hacha en la mano que manejaba con evidente torpeza y rodeado por una serie de curiosos personajes a los que no conocía. Frente a él, unas mellizas idénticas, salvo que una era rubia y otra morena, vestidas de amazonas, con un pecho descubierto y un arco con cinco flechas en su carcaj, a su izquierda un joven imberbe que no paraba de girar una honda, y a la derecha un caballero medieval montado a caballo con una ballesta en la mano. Cerraba el círculo a su espalda un japonés blandiendo un nunchaco y una katana.

FINAL 1:

El turista entonces levantó el hacha. Las mellizas, sin pensarlo y al unísono, dispararon sus flechas, con la mala suerte de que erraron e hirieron sin querer error al joven imberbe, que acababa de liberar su honda, impactando la piedra en la frente del caballero, el cual cayó al suelo, se golpeó en la nuca y falleció. El caballo, asustado por el ruido, coceó al japonés justo en el momento en que rebanaba con su katana el cuello del turista, que terminó así su viaje.

FINAL 2:

El turista entonces levantó el hacha. El joven imberbe liberó su honda, impactando la piedra en la frente del caballero medieval, el cual cayó al suelo, se golpeó en la nuca y falleció. El caballo, asustado por el ruido, coceó al japonés justo en el momento en que rebanaba con su katana el cuello de las mellizas, que antes de caer, dispararon sus flechas e hirieron de gravedad al turista, que terminó así su viaje.

FINAL 3:

El turista entonces levantó el hacha. El caballero medieval no pudo controlar a su desbocada montura, cayó al suelo y falleció a consecuencia del golpe. El caballo, asustado por el ruido, coceó al japonés justo en el momento en que rebanaba con su katana el cuello de las mellizas, que antes de caer, dispararon sus flechas e hirieron por error al joven imberbe, que acababa de liberar su honda, impactando la piedra en la frente del turista, que terminó así su viaje.

FINAL 4:

El turista entonces levantó el hacha. El japonés, sorprendido, intentó contraatacar rebanando el cuello de las mellizas que habían disparado sus flechas, hiriendo por error al joven imberbe, el cual acababa de liberar su honda, impactando la piedra en la frente del caballero medieval, que cayó al suelo, se golpeó en la nuca y falleció. El caballo, asustado por el ruido, coceó al turista, que terminó así su viaje.

FINAL 5:

El turista entonces levantó el hacha. Las mellizas, el joven imberbe, el caballero medieval y el japonés, comenzaron a bailar al ritmo de la música con la que comenzaba la fiesta de disfraces de bienvenida al turista un millón.

FINAL 6:

El turista entonces levantó el hacha y... 

domingo, 2 de enero de 2022

Conversaciones en la barra de un bar - III: Los camellos

La adoración de los Reyes Magos, de Giotto di Bondone

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí una cerveza con su correspondiente tapa, que dejé a mi derecha mientras leía el periódico. Me llamó la atención el ruido que había en la zona de comedor y le pregunté a Ezequiel, el camarero. Me dijo que hacía horas que habían entrado tres camellos y que estaban hartándose de agua de tal forma que las jorobas parecía que iban a estallar.

Me acerqué a verlos por curiosidad y ante su mirada interrogativa, por educación y para entablar una conversación que me sacara del aislamiento, me presenté. Ellos me contestaron diciéndome sus nombres Rohclem, Rapsag y Rasatlab—, y sin que nadie se lo pidieran comenzaron a quejarse de su suerte. Me dijeron que todo el reino animal sabía que algo importante había pasado en las lejanas tierras de Judea y que burros, bueyes, ovejas, gallinas, cerdos y otras especies se dirigieron allí para ver el prodigio y que ellos los siguieron con la misma intención. Rohclem, el mayor de los tres y de piel muy blanca, se quejó de que un tal Melchor se le había subido encima en un descuido, Rapsag, rubiasco y algo impertinente, me dijo lo mismo de Gaspar, y que Rasatlab, el más joven y de curtido pelo negro que los acompañaba, tuvo que cargar con un tal Baltasar.

Cuando llegamos a la aldea —me siguió contando Rasatlab con su peculiar acento etíope— íbamos rodeados de mucha gente y no quisimos seguir. Dejamos allí a los tres polizones que no hacían otra cosa que adorar a un recién nacido y organizar y cargar todos los paquetes con los presentes que iban llegando.

Yo les dije, y Ezequiel lo rubricó, que habíamos escuchado la historia y que a Melchor, Gaspar y Baltasar los conocía todo el mundo, y de eso precisamente se quejaron, de que en realidad esos supuestos magos o reyes solo fueron tras advenedizos que se subieron en su lomo y siguieron al resto de los animales montados en sus chepas y que ni se habían dado cuenta de la brillante estrella que nos llevó hasta Belén.

Intenté tranquilizarlos y les dije que algún día Rohclem, Rapsag y Rasatlab, al igual que Toby, Laika, Chita, Lassie, Dolly, Rocinante o Babieca, serían reconocidos y admirados, pero mi opinión no les sirvió.

            No tenemos nada que regalar —dijo Rohclem.

            —Nadie escucha a los animales, y menos a un camello —sentenció Rapsag.

            —¿Qué vamos a hacer ante reyes o magos? —se preguntó Rasatlab.

            Yo no supe que decirles y vi cómo se levantaban y salían cantando y tambaleándose por el peso de las jorobas.

            Ezequiel me dijo que era la primera vez que veía a nadie emborracharse con agua y yo los disculpé recordándole que era Navidad.