Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 28 de junio de 2019

Notas de un alma ausente (Serie mis cuadros - 24)

Plaza del Pósito. Jaén.

El cálido tiempo invernal invitaba a sentarse en los bancos de la plaza vacía, repleta de presencias que disfrutaban de las conversaciones de los tertulianos. Las copas de los árboles, recién podados, servían de soporte a nidos de gorriones muertos por el frío y la contaminación. El trino era incesante y melodioso. La oscuridad se adueñaba cada día de las sombras, desde la salida del sol hasta el ocaso. Los cigarros descansaban mortecinos entre los labios inertes, sin llegar a consumirse nunca. Había tanto bullicio que la sensación de soledad era apabullante. La algarabía reinante permitía concentrarse en lo que cada momento se quería ofrecer, sin llegar a conseguirlo. El orden y el caos descansaban en perfecta armonía.
Yo recuerdo haber estado allí, hace muchos años, dos veces, antes de haber nacido y después de morir. Es una experiencia curiosa. Nadie sabe de ti, siendo como eres, omnisciente. Nunca le he contado nada a nadie, pero he dejado pistas, por si alguien aprendiera a leer y quisiera escribir un libro.

viernes, 21 de junio de 2019

Guerra de supervivencia (Serie mis cuadros - 23)

Dársena del Guadalquivir. Sevilla.

El agua comenzó a subir, de acuerdo con las predicciones, y fue inundando el puerto fluvial, las atarazanas, el arenal, Triana, la Alameda y otros barrios aledaños al río. Poco a poco los habitantes de la ciudad abandonaron los locales, las tiendas y las plantas más bajas, para acomodarse en terrazas y pisos altos. Llegó el momento en que en la ciudad solo se veían la cúpula de la Torre del Oro, algunos campanarios, la Giralda y los rascacielos de los barrios periféricos.
Con el paso del tiempo, la población se acomodó a su nuevo hábitat. Los primeros síntomas fueron la aparición de branquias y desarrollo de sindactilia, con lo que pudieron volver a ocupar las casas inundadas. Desarrollaron las aletas dorsal y caudal, y cubrieron su piel de escamas plateadas, Llego el momento en que no eran distinguibles de los albures que tanto abundaban en el río.
Cuando, con el cambio de ciclo, las aguas volvieron a bajar, los habitantes de los pisos altos, conocidos como monos, intentaron volver a tierra, los albures, se negaron a abandonar los terrenos conquistados y se inició una lucha desigual en la que los últimos perdieron la batalla ante el potente ejército de hombres armados con toda clase de cañas de pescar, redes y otros aparejos de pesca.

viernes, 14 de junio de 2019

Ausente (Serie mis cuadros - 22)

Playa de la Costilla, Rota.

Un ligero temblor, casi imperceptible, precedió al desastre que se avecinaba. En pocos segundos, una gran ola arrasó el pequeño pueblo pesquero. El faro cayó como si fuera una construcción de papel, el paseo marítimo y la playa desaparecieron, el espigón dejó paso al embravecido océano, que arrastró a todas las embarcaciones, la gasolinera del muelle explotó, las casas cercanas se derrumbaron por la deflagración y la fuerza del oleaje, y se produjeron cientos de muertos y desaparecidos.
A la mañana siguiente todo volvió a  la normalidad. Los barcos se mecían al ritmo del suave viento de poniente, al faro se alzaba en el espigón, ancianos se reunían en el paseo marítimo y parejas jóvenes tomaban el sol en la playa vigilando a sus niños que chapoteaban en la orilla.
Solo faltaba yo, que me quedé en el pasado.

viernes, 7 de junio de 2019

Sitting on the dock of the bay (serie is cuadros - 21)

Muelle de Rota
A Otis Redding

Perfectamente simétricos, inmóviles, salvo un ligero bamboleo de los dedos jugueteando con el agua, destacan sobre la oscuridad del mar. La pulsera del tobillo izquierdo, rompe el equilibro y da un toque ambiguo que me produce cierta desazón. No debo moverme, puede que debajo de la superficie haya vida que esté mirando con apetito mis dedos.
Así pensaba tras su largo paseo diario, sentada en la escollera, escuchando música en su walkman. Un leve repunte del oleaje, algo mayor de lo que el espigón permitía, le llamó la atención. Se quedó inmóvil, como si esperara que subiera la marea  hasta limpiarle los pies y el ánimo. Vio como el agua se ennegrecía, los barcos buscaban el horizonte y el graznido de las gaviotas se tornaba amenazador. El nivel del mar subió, sin que nunca llegara a mojarlo, a pesar de que el agua cubrió sus pies, rodillas y hombros, hasta sumergirlo en el profundo silencio que acompaña al ocaso.
El viento arreciaba y sintió frío. Se levantó silbando unas notas de despedida. Cuando la canción acabó, habían pasado cincuenta años.