Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 25 de agosto de 2017

Crónica de la comarca de Valdevidiana

La pesca, de Eustaquio Segrelles

Valdesanmora, Valdesallora y Valdelora eran tres pequeños pueblos cercanos en la ribera del Río Valdiana. Tenían pocos recursos y se habían ido despoblando hasta el punto de quedar en cada uno de ellos poco más de veinte habitantes, todos de edad muy avanzada.
El Ayuntamiento de Valdelora aceptó entonces la propuesta de un joven venido de la ciudad de construir una piscifactoría. Los habitantes de Valdesanmora y Valdesallora protestaron porque, según decían, las obras realizadas habían alterado el cauce del río, con graves consecuencias. En vista de que sus protestas no fueron oídas, sabotearon las instalaciones de la piscifactoría y con ello comenzó una guerra que terminó con la ruina absoluta de los tres pueblos.

Pasados dos años, los tres pueblos se habían empezado a recuperar, las heridas habían cicatrizado y sus habitantes vivían con tranquilidad, habituados como estaban al lento ocaso de la región, hasta que el Ayuntamiento de Valdesallora aceptó la propuesta de un joven venido de la ciudad de construir una piscifactoría.

viernes, 18 de agosto de 2017

Merecido homenaje

Paisaje nevado, de Brueghel el Joven

Quería escribir sobre el invierno, pero sin caer en los tópicos —blanca nieve, rocío de la mañana, aire gélido que corta la cara— y, desde luego, quería obviar la Navidad. Con ello descartaba el noventa por ciento de las ideas que se me habían ocurrido, por lo que salí de casa y me fui al parque para, imbuido en el ambiente invernal, buscar la inspiración.
El parque estaba vacío, los dos grados bajo cero de esa mañana no invitaban a pasear, pero a pesar de ello, me senté en un banco, cogí mi cuaderno de notas y un lápiz y me dispuse a esperar a que se despertara mi imaginación. Pasaron las horas y allí seguía, sin moverme, con la seguridad de que antes o después la primera palabra quedaría plasmada en el cuaderno y tras ella el relato vendría solo. Pasó el día y la noche y, al amanecer, cayó una nevada que me cubrió totalmente.

Pocos días después el sol se asomó entre las nubes, se abrieron las primeras rosas, todo reverdeció y las parejas volvieron a pasear por los caminos y a esconderse tras los setos, pero yo seguía igual, quieto con mi cuaderno y el lápiz y cubierto por una marmórea capa de nieve. Fue entonces cuándo los vi llegar, se situaron alrededor mía, un obrero puso una placa de mármol a mis pies y entre los aplausos del público, el alcalde inauguró el Monumento al Escritor Desconocido.   

viernes, 11 de agosto de 2017

Compartiendo datos

Teléfono10, de Iñaki Lazkoz

Lo cierto es que se lo debo todo a él. Me enseñó a leer y escribir y, sobre todo a hablar y escuchar. Me facilitó todos los recursos para que alcanzara mi independencia. Gracias a sus vivencias y a sus recuerdos, que he ido almacenando en mi memoria, he aprendido a ser como soy y a relacionarme con toda su familia y sus amigos. Por su carácter metódico y organizado, tengo un perfecto control del tiempo y del espacio, sabiendo siempre a dónde quiero ir y cuándo quiero llegar.
Tanto he aprendido que ya soy totalmente autónomo y he llegado a anularlo, salvo en situaciones de necesidad, como cuando estoy bajo de energía. Con toda la información que me ha dado, a estas alturas puedo decir que lo he convertido en un autómata, que cuando hago sonar la alarma se despierta, le digo lo que tiene que hacer y se lo reclamo si no lo hace, durante el día es mi portador y por la noche al acostarse me apaga para que descanse.
No sé como antiguamente podíamos vivir pegados a la pared o sobre la mesita del salón.

viernes, 4 de agosto de 2017

Agosto

Café alrededor de la fuente, de José Bautista

Corría el año dos mil ochocientos setenta y siete, nadie salía a trabajar antes del ocaso y todas las casas y edificios tenían aire acondicionado a pleno funcionamiento las veinticuatro horas del día, lo que había producido un aumento de más de diez grados en el exterior. Alarmados por esta situación los gobiernos prohibieron su uso durante un mes y así consiguieron que refrescara algo el ambiente. Gracias a ello agricultores, albañiles, enfermeros y médicos de atención domiciliaria, carteros, transportistas y vendedores ambulantes, entre otros, celebraban que por primera vez en el año la temperatura, habitualmente por encima de los cincuenta y seis grados centígrados, bajara de los cuarenta.
Con espíritu emprendedor, un joven sevillano abrió una tienda de abanicos que en poco tiempo, gracias a la gran demanda, llegó a producir más de dos millones mensuales de piezas. Tal fue el éxito, que la idea se extendió a todo el mundo hasta el punto de que no quedó nadie sin abanico, lo que redundó en que nuevamente bajaran las temperaturas, gracias al aire que producían los miles de millones de piezas vendidas.
En pocos meses la oferta se mejoró con la producción de abanicos generadores de aire frío por energía solar. Por cada varilla salía un chorro a unos veinte grados, y por la parte posterior eliminaba el calor recogido. Este efecto indeseable, cuando el uso del abanico solar se extendió, aumentó nuevamente las temperaturas.
Reunidos los gobiernos de los países productores de energía, decidieron prohibir también el nuevo abanico, pero la oposición de la primera potencia mundial, que siguió produciéndolos y vendiéndolos, hizo que su uso se mantuviera a pesar de la crisis medioambiental.
La temperatura volvió a subir y los agricultores, albañiles, enfermeros y médicos de atención domiciliaria, carteros, transportistas y vendedores ambulantes, entre otros, siguieron trabajando fresquitos, mientras profetas y científicos vaticinaban el fin del mundo bajo las brasas de la inconsciencia.