Café
alrededor de la fuente, de José Bautista
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Corría
el año dos mil ochocientos setenta y siete, nadie salía a trabajar antes del
ocaso y todas las casas y edificios tenían aire acondicionado a pleno
funcionamiento las veinticuatro horas del día, lo que había producido un
aumento de más de diez grados en el exterior. Alarmados por esta situación los
gobiernos prohibieron su uso durante un mes y así consiguieron que refrescara
algo el ambiente. Gracias a ello agricultores, albañiles, enfermeros y médicos
de atención domiciliaria, carteros, transportistas y vendedores ambulantes,
entre otros, celebraban que por primera vez en el año la temperatura,
habitualmente por encima de los cincuenta y seis grados centígrados, bajara de
los cuarenta.
Con
espíritu emprendedor, un joven sevillano abrió una tienda de abanicos que en
poco tiempo, gracias a la gran demanda, llegó a producir más de dos millones
mensuales de piezas. Tal fue el éxito, que la idea se extendió a todo el mundo
hasta el punto de que no quedó nadie sin abanico, lo que redundó en que
nuevamente bajaran las temperaturas, gracias al aire que producían los miles de
millones de piezas vendidas.
En
pocos meses la oferta se mejoró con la producción de abanicos generadores de
aire frío por energía solar. Por cada varilla salía un chorro a unos veinte
grados, y por la parte posterior eliminaba el calor recogido. Este efecto
indeseable, cuando el uso del abanico solar se extendió, aumentó nuevamente las
temperaturas.
Reunidos
los gobiernos de los países productores de energía, decidieron prohibir también
el nuevo abanico, pero la oposición de la primera potencia mundial, que siguió
produciéndolos y vendiéndolos, hizo que su uso se mantuviera a pesar de la
crisis medioambiental.
La
temperatura volvió a subir y los agricultores, albañiles, enfermeros y médicos
de atención domiciliaria, carteros, transportistas y vendedores ambulantes,
entre otros, siguieron trabajando fresquitos, mientras profetas y científicos vaticinaban
el fin del mundo bajo las brasas de la inconsciencia.
Multiplica el número de automóviles por habitantes más los dichosos abanicos (invento del diablo) y los aires acondicionados -que los habitantes ponían de forma ilegal- y obtendrás un aumentto drástico de temperatura global, que exigirá una intervención inmediata prohibiendo y penando severamente el uso de todos estos utensilios. La gente obedeció, pero moría de calor.
ResponderEliminarDebido a ello hubo escaramuzas, atentados a escala global y luchas internas y entre distints países. En un momento dado, alguién pulsó el botón nuclear y la primera bomba explosionó. a ellas siguieron más y más hasta que la nube radioactiva ocultó el sol y desencadenó un invierno nuclear.
La gente dejó de pasar calor
Fin de segundo episodio.
ResponderEliminarPróximo capítulo: Llegó el invierno.