Puesta de sol sobre el lago, de J.M.W. Turner |
Se sentaba en la terraza y esperaba a que la agresiva luz del sol perdiera viveza y, allí donde el mar se hermana con los pinos, el silencio anunciara el ocaso y apareciera el rayo verde.
Le recriminábamos su obsesión —es una tontería, papá, un bulo, te vas a dañar los ojos, hay neblina, o bien, ten paciencia, quizá otro día más claro—, pero nos respondía que con perseverancia todo se consigue, y seguía mirando.
Nos dejó sin haber podido ver su ansiado destello y yo, como si fuera una obligación o un compromiso, tomé el relevo y cada atardecer me asomo a la terraza y miro hacia poniente. Me dicen que es una tontería, un bulo, que me voy a dañar los ojos, que hay neblina, pero no les hago caso, salvo cuando escucho a mis espaldas "ten paciencia, quizá otro día más claro", miro hacia atrás y no hay nadie.
A mi padre, allí donde esté.
Existe el rayo verde.
ResponderEliminarExistirá mientras exista nuestro padre y él existirá mientras esté en nuestro recuerdo.
Así es, sin duda.
EliminarMuy bonito Eze
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