Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 24 de marzo de 2017

Pluriempleo

El Sumpul, de Carlos Cañas
Hoy vas a tener faena —le dijo el francotirador al sepulturero, que acababa de llegar a la ciudad sitiada, tras terminar su jornada de trabajo en primera línea de tiro a las órdenes del ejército invasor.

jueves, 16 de marzo de 2017

El valor de la palabra dada

Estudio de un anciano, de Jan Lievens
˗˗Yo era pequeño, —contaba Bisabito al terminar la comida, rodeado de su numerosa familia- pero nunca olvidaré el día que fallecieron mis padres y me fui a vivir a casa de mis abuelos, ni cuando éstos murieron y me acogió mi otra abuela. Poco después fueron unos tíos míos los que me llevaron a su casa, y así siguió mi vida hasta que, huérfano y sin familia terminé en un orfanato. Al cumplir la mayoría de edad y encontrar un trabajo pude, por fin, rehacer mi vida y fundar una familia y, el mismo día en que tuve mi primer hijo, prometí públicamente que jamás permitiría que ni él ni los que estaban por llegar, pasaran por lo que yo tuve que pasar, que jamás los dejaría solos, y os obligué a todos a repetirlo en el momento en que tuvierais descendencia.
˗˗Y así lo hicimos, contestaron todos al unísono, levantando la copa.

˗˗Hoy, rodeado de mis hijos, nietos, biznietos y tataranietos —terminó orgulloso el discurso—, celebro mi cumpleaños, apagando las ciento setenta velas de esta tarta.

viernes, 10 de marzo de 2017

Caperucita Roja

Caperucita Roja, de Elías Salaverría

Ana no era ajena a la situación de gravedad de su marido, pero estaba convencida de que en cuanto bebiera y comiera algo, a pesar de lo que los médicos pronosticaban, mejoraría. Seguía insistiendo con su cuchara y su pajita, se desesperaba cuando no conseguía que abriera la boca, y celebraba cada toma como si fuera un gran festín.

Un día, dándole ánimos, la enfermera le explicó que los ancianos muchas veces se vuelven como niños, y que como tales hay que tratarlos.

    Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
    Son para verte mejor —dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
    Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!...

viernes, 3 de marzo de 2017

Noche de carnaval

Combate entre don Carnaval y doña Cuaresma, de Pieter Brueghel
La charanga anunciaba la inminente llegada de la gran cabalgata, y  el público ya abarrotaba las gradas con un aire festivo. Tras la banda llegó la primera carroza con un gran meteorito rodeado de hombres y mujeres que se contoneaban al ritmo de tambores y despertaban el entusiasmo de todos los asistentes. A continuación, cien mujeres vestidas con una toga, diez músicos tocando el arpa y la carreta de la bacanal. Detrás, grupos de bárbaros tiraban piedras a las romanas para regocijo de bretones y vikingos que se peleaban por comer los muslos del león que habían matado en la carroza del circo. Con palmas y campanas desfilaban niños cantando Hosanna seguidos de mujeres recién paridas y hombres barbudos montados en burros, que precedían a una austera carroza con una cruz, llevada por cientos de prominentes. El ambiente volvió a caldearse cuando Venus apareció saliendo de una gran piscina sobre dos conchas mientras el viento intentaba quitarle el pelo y dejar al aire sus vergüenzas. La música desenfrenada de las dulzainas acompañaba a la escena y hacía bailar a jóvenes que, sin pudor y solo un velo despertaban la concupiscencia de los asistentes. Hubo parte del público que intentó abalanzarse sobre ellas, pero la guardia del la Carroza del Duce se lo impidió. Todo volvió a la calma con los monjes y sus cantatas, que aunque seleccionaron las más animadas, no llegaron a gustar a un público ya borracho. Una inmensa catedral gótica a través de cuyas ventanas se veían curas y abades corriendo detrás de las monjas y delante de los demonios devolvió el ánimo a los asistentes que llegaron al éxtasis con la presencia de indígenas, hombres y mujeres desnudos, traídos de todo el mundo y numerados para una rifa que se celebraría a final de la cabalgata.
La fiesta recuperó todo su apogeo con la banda de la bacanal. En la carroza hombres y mujeres mezclaban sus cuerpos sudorosos e invitaban a los asistentes a sumarse a la fiesta, mientras ninfas, faunos y elfos se subían a las gradas y hacían partícipe de la fiesta a quien quisiera sumarse a la orgía. Tanto fue el alboroto que tuvo que intervenir la policía, aunque ésta también sucumbió a la tentación.  Un grupo de comensales borrachos rodeaban una mesa rodeada y destrozaban a dentelladas una vaca asada y pastores y agricultores, repartían vino en abundancia. Una banda de pulcros caballeros vestidos de chaqueta y corbata obsequiaban billetes y un sobre sorpresa a aquellos que vieran su nombre en la gigantesca ruleta de la penúltima carroza.
El público ya había saltado las vallas y la bebida, la lujuria y la avaricia empezaban a hacer estragos, acabaron con todo el vino, persiguieron y violaron a las ninfas y a cualquier mujer del cortejo, atracaron a los banqueros y destrozaron la ruleta.

En pleno caos sonaron las fanfarrias y aparecieron ejércitos y banderas de todas las naciones y tantos aviones que ensombrecieron el cielo. La gente quería huir pero la milicia se lo impidió, Hubo estampidas, peleas, pillaje y muerte y entonces, bajo el estruendo de las bombas, rodeada de cuerpos inertes, sangre y miembros amputados, apareció una gran carroza con una anciana vestida de negro, enjuta, omnipotente e insensible, que cerró la comitiva.