Caperucita
Roja, de Elías Salaverría
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Ana
no era ajena a la situación de gravedad de su marido, pero estaba convencida de
que en cuanto bebiera y comiera algo, a pesar de lo que los médicos
pronosticaban, mejoraría. Seguía insistiendo con su cuchara y su pajita, se
desesperaba cuando no conseguía que abriera la boca, y celebraba cada toma como
si fuera un gran festín.
Un
día, dándole ánimos, la enfermera le explicó que los ancianos muchas veces se
vuelven como niños, y que como tales hay que tratarlos.
—
Abuelita,
abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
—
Son para verte
mejor —dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
—
Abuelita,
abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!...
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