Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 29 de marzo de 2019

Un día cualquiera de verano (serie mis cuadros - 11)

Cudillero de día


I

Ven, túmbate aquí, a mi lado. No pienses en nada, déjate llevar solo por tus sueños y deseos. Descansa, respira profundo, cierra los ojos, y nunca me olvides.






Noche en Cudillero

II

Ven, túmbate aquí, a mi lado. No pienses en nada, déjate llevar solo por tus sueños y recuerdos. Descansa, respira profundo, cierra los ojos, y olvídate de mí.

viernes, 22 de marzo de 2019

Gaiteros (Serie mis cuadros - 10)

Santiago de Compostela

Los cinco miembros del grupo Galicia Soñada —Manuel, Martín, Yago, Estevo y Gerardo—, llevaban años tocando juntos, y lo hacían con gran maestría a pesar de la dificultad que suponía el hecho de que Manuel, el director, era sordomudo. Los años le habían enseñado a organizarse de tal forma que pequeñas pistas le bastaban para elegir la canción que debía interpretar en cada momento. Cuando captaba que el ambiente era distendido, dirigía una dulce balada, si eran las fiestas de un pueblo costero, casi sin mirar a los demás, sacaba del repertorio las piezas más festivas, si había niños entre el público buscaba canciones infantiles, y si la atmósfera estaba tensa, usaba temas populares para que todos los pudieran tararear y terminar encendiendo el mechero y abrazando al que tuvieran cerca.
Así fue siempre, sin errores ni discusiones, hasta que un año volvieron a la pequeña aldea del interior en la que habían crecido. Frente a ellos, entre el escaso público, estaba Carmiña, tan guapa como siempre, sonriente, algo entrada en carnes, con el corpiño bien ajustado, y con su insinuante mirada pícara, que dirigía a cada uno de los miembros del grupo, a los que no veía desde hacía mucho tiempo.
Manuel había sido novio de Carmiña, pero ésta lo dejó, y poco después empezó a salir con Estevo, con los consiguientes celos de Estevo que, incapaz de decirle el amor que sentía por ella, se encerró en su casa y casi abandonó el grupo. La ruptura con Manuel, había despertado una oculta esperanza en el iracundo Martín, que se bebía los vientos por ella en silencio; y en Gerardo que, ante el fracaso en su intento de hacer que ella le prestara la mínima atención, se sumió en la más profunda tristeza. Yago, el único que no había sucumbido a los encantos de Carmiña, y estaba ajeno a la historia, se reía de sus amigos a los que decidió apoder Mudito, Romántico, Gruñón y Tristón. Cuando Feliz, que así llamaron a Yago, al iniciar la actuación, miró sus compañeros, ajenos al guiño de Manuel y embelesados por la presencia de Carmiña, comenzaron el concierto más caótico y desastroso de toda la historia de Galicia Soñada.

Entre el público, Cristovo despertó de un estornudo a Antón, alertando a su amigo del desastre, mientras, Carmiña, abandonaba la plaza en compañía de Bolthor, su rubio y apuesto príncipe azul, camino de las lejanas tierras del norte.

viernes, 15 de marzo de 2019

Referencia (Serie mis cuadros - 9)

Ribadesella

Desde las barcas del puerto se podían ver todas las viviendas, y poco a poco sus habitantes se habían hecho familiares. Empezando por la izquierda y de arriba abajo, eran reconocibles una pareja de ancianos, un matrimonio joven con cuatro hijos, un viajante que siempre iba y venía con maletas, unos homosexuales, una familia de chinos con nueve retoños, una soltera de buen ver, una anciana con su cuidadora sudamericana, un jubilado que cada día sacaba a pasear sus tres perros y cada tarde regaba las plantas de su terraza, un borracho siempre de bronca, un policía, la mujer de un militar que la había abandonado y poco más.
Desde los pisos pasaba igual, todos conocían el movimiento de cada una de las barcas, sus horarios de salida y vuelta, y el camino de la pesca que conseguían cada jornada. Entre todas destacaba una, pequeña, azul y negra, situada entre otras de mayor calado, pero que era claramente identificable por el nombre escrito en el casco, en un llamativo color amarillo: Lourdes. Tanto era así que la localización de las demás se basaba en ésta: La blanca de la derecha de Lourdes, la de atrás de Lourdes, la de la izquierda de Lourdes, la de la bandera amarilla dos filas detrás de Lourdes, o la roja cercana a Lourdes; y si mirábamos desde una de las embarcaciones hacia el pueblo, encontrábamos la casa marrón a la altura de Lourdes, la de los toldos de antes de llegar a Lourdes o la alta justo al nivel de Lourdes.
Convertida en una referencia para el pueblo, un día tuvo que marcharse y dejó libre la plaza en el embarcadero, que en poco tiempo fue ocupada por un barquito, también pequeño y azul, sin más identificación. Desde entonces, cuando los lugareños buscan algo, las referencias variaron: La barca blanca de la derecha de donde estaba Lourdes, la de atrás de donde estaba Lourdes, la de la izquierda de donde estaba Lourdes, la casa de los toldos de antes de llegar a donde estaba Lourdes, la alta justo a nivel de donde estaba Lourdes…

viernes, 8 de marzo de 2019

La mirada del tiempo (Serie mis cuadros - 8)

Mi salón

Cambié el color original de la pared, garbanzo claro, por un desabrido tono lila, que ocupaba todo el fondo del lienzo. Hice una interpretación abocetada de un cuadro que adornaba el salón y lo torcí hasta hacer que la perspectiva mareara. La mesa la incliné para facilitar la visión de tres spatifilium deformes que situé allá donde en realidad había unas macetas con azaleas en plana floración. Dos jarrones de filigrana plateada los representé con vistosos colores y los deformé usando gruesos pinceles y trazos irreflexivos. Vacié mentalmente mi biblioteca y la dejé en un segundo plano, sustituyendo mi colección de libros por unas enciclopedias baratas de las que dan a plazos con los periódicos, y añadí un jarrón de cristal inexistente como único adorno. El resultado fue confuso, quizás algo inquietante y, para algunos, simplemente feo.
Ahora, pasados los años, me parece todo irreal… menos el cuadro.

viernes, 1 de marzo de 2019

Todo pasa, todo queda (Serie mis cuadros - 7)

Ribadeo


Las casas chatas de colores vivos se alternan con los caserones de los que en su día buscaron una vida mejor, y volvieron con sombrero, chaqueta y ansias de futuro. El manto verde de la abigarrada vegetación lucha por hacerse sitio entre las angostas calles, restando luz y reteniendo una humedad que recala en los huesos y almas. El cielo presagia, como cada mañana, días venideros de marejada o calma, de brisa o tormenta. El mar trae alimento y paz, o impotencia y dolor. Los hijos futuro, y los padres recuerdos.
Así, desde hace centenares de años, cambiando nombres, ropa, proyectos, angustias, sueños, miedos, juegos, soledades y esperanzas; y manteniendo vidas.