Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 31 de agosto de 2018

El rascacielos

La gran torre, de Giorgio de Chirico

Mis padres construyeron su casa, que tenía un comedor, un dormitorio, la cocina y el cuarto de baño. Tuvieron seis hijos y, por cada hijo, levantaron una nueva planta, solo con un dormitorio. El edificio, con sus seis pisos, destacaba sobre las casitas bajas del pueblo.
Los seis hermanos hacíamos vida común en la planta baja hasta que nuestros padres murieron y empezamos a distanciarnos. El primero fui yo, el pequeño, vivía en la sexta planta, y para evitar los seis tramos de las escalera me hice un pequeño cuarto de baño en el descansillo y compré lo básico para cocinar. Luego mi hermano mayor, que vivía en el principal, harto del constante ruido de la escalera, cerró su puerta y abrió una salida por la fachada. El del quinto, que era arquitecto, decidió ampliar su casa, para poner un estudio, a costa del descansillo y del hueco de la escalera, para lo que puso un ascensor en la fachada con acceso directo a la calle, ya que ninguno de mis hermanos quiso pagar la obra. Me dejó incomunicado a pesar de mis protestas. Entonces hice una escalera hasta el cuarto para poder llegar a la planta baja, pero poco a poco todos fueron imitando a mi hermano del quinto y tuve que poner también un ascensor en la fachada. Poco después, la casa tenía seis ascensores paralelos y terminamos viviendo en seis pisos independientes.
Ninguno de nosotros tuvo familia, la planta baja quedó abandonada y las relaciones se fueron enfriando hasta el punto de no vernos en meses. Pasaron los años y nos fuimos jubilando y perdiendo relación también con el exterior. Los achaques hicieron que todo contacto externo fuera el llamador del ascensor, a través del cual nos subían los alimentos y otros artículos necesarios y así, poco a poco, nos fuimos quedando aislados.
No sé nada de mis hermanos, creo que el mayor y el arquitecto murieron, de los demás, ni idea. A mí, los servicios sociales me quieren obligar a abandonar la casa para llevarme a una residencia, pero no lo van a conseguir, he roto la llave del ascensor y ese es el único acceso que tienen. Sé que con ello me condeno pero me da igual. Me quedo en mi casa en espera de lo que tenga que llegar.

Cuando, años más tarde, la policía entró junto a un funcionario del estado para desalojar la casa por amenaza de ruina, encontró en cada planta un cadáver. La muerte de el del sexto había sido más o menos reciente —concluyeron—, el resto había fallecido mucho tiempo atrás. En ninguno de los casos había indicios de violencia, todos estaban sentados en su sillón y junto a ellos, un diario, más o menos completo, que empezaba diciendo: Mis padres construyeron su casa, que tenía un comedor, un dormitorio, la cocina y el cuarto de baño. Tuvieron seis hijos y, por cada hijo, levantaron una nueva planta, solo con un dormitorio. El edificio, con sus seis pisos, destacaba sobre las casitas bajas del pueblo.

viernes, 24 de agosto de 2018

El quitaletras

De las palabras y la luz, de Pedro Muiño

—"A este juego lo llaman los más viejos el quitaletras, y ya lo hemos practicado antes". Empecemos —dijo el profesor— ¿qué sobra de esta frase?
—Yo creo que la "b" y la "v" son siempre una fuente de conflictos. Yo quitaría la "v" y, en esta frase en concreto, no cambiaría de sentido —respondió el alumnos más aventajado.
—Bien, quedaría así: "A este juego lo llaman los más iejos el quitaletras, y ya lo hemos practicado antes".
—Yo eso también lo aplicaría a la "y" y a la "ll" —planteó otro alumno— ¿podría ser?
—Es justo, sigamos. "A este juego lo aman los más iejos quitaletras, a lo hemos practicado antes".
—En otro sentido, la "a" y la "o", también son fuentes de conflicto por sus connotaciones sexistas.
—"Este jyeg l ls ms iejs el quitletrs, l hems prtid nytes". Es muy complicado habrá que quitar palabras que no pueden pronunciarse ni tienen sentido —Corrigió el profesor—, quitad las sílabas impronunciables y leedlo a ver cómo queda.
—"Este jueg iejs el quitletrs, hems tid ntyes".
—A mí no me gustan la "i" ni la "u", son vocales débiles y no hay quien se aclare cuando hay que acentuarlas. Fuera, pues.
—"Este jeg ejs el qtletrs, hems td ntes".
—Hemos dejado otro conflicto: la "g" y la "j", siempre terminan confundiendo. Acabemos con ellas y volvamos a quitar las sílabas impronunciables.
—"Este e es el, hems td ntes".
—Entre la "s", la "z" y la "c", que, para colmo, esta última, se puede confundir con la "q" y la "k", hay muchas equivocaciones en la pronunciación y en la escritura. Son peores que la "b", la "v", la "g", la "j", la "y" y la "ll" —se atrevió a decir un alumno de la última fila—, y a ver si acabamos ya.
—Sea: "t e e el, hem td nte", y nos quedamos con "e e el, hem", que se puede pronunciar.
—Es cierto que es un documento legible, pero carece de sentido —volvió a interrumpir el alumno aventajado—, tres letras "e" y una sílaba absurda "hem". No tiene sentido continuar, acabemos el juego.
—Un momento —dijo el profesor—, tienes razón, pero si nos fijamos en las letras, solo una mantiene el sentido desde que iniciamos el juego, la "h". Propongo quitar todas, pero dejar la h, la única que mantiene su identidad escrita y hablada.
—Vale —contestaron todos al unísono— dejamos la "h"
—Queda pues la "h". Queda la muda. No se hable más.

viernes, 17 de agosto de 2018

Cerco al dictador

Saturno devorando a su hijo (detalle), de Francisco de Goya

El poderoso y arrogante general, sintiéndose en peligro por la actitud de la turba que rodeaba el palacio, se encerró con su mujer en el sótano.

Los cabecillas de la revolución organizaron el asedio con la esperanza de que, cuando se le acabara la comida, se rendiría, pero pasaron los días sin que hubiera ningún movimiento y decidieron asaltar el palacio. Al entrar, encontraron solo al general, comiéndose un aromático plato de carne recién cocinada.

viernes, 10 de agosto de 2018

No soy pintor ni escritor

Mi material de pintura

NO SOY PINTOR

No sé pintar la garza blanca
que irisando la noche
es capaz de dar vida a quien yace mortecino en la nada

No sé pintar la nada
            ni el silencio
                        ni el dolor…
que corroe inmisericorde las sonrisas desesperadas de la calma o el olvido

No se pintarme
            ni pintarte
                        ni soy capaz de esbozar al niño celeste
que ríe en la cálida mañana que soñábamos como cuando sabíamos soñar,
cuando el sueño era un inconsciente viaje a la absurda verdad
cuando vivía en nosotros la amapola rosa, el delfín amigo, el hada,
compañera  de amaneceres amables con aroma a chocolate y pereza

No soy capaz de pintar la verdad,
de poner verde la muerte
            porque no hay esperanza
                        y la esperanza no tiene color
ni poner azul el mar
            porque el agua es transparente y el cielo mentira
ni blanco porque es nada
ni negro porque es todo
ni rosa, ni rojo, ni aire, ni sueño, ni desesperanza, ni apego, ni vida, ni cielo

Una gacela asustada cruza mi sueño
y se agita mientras mil leones corren de alba a ocaso
y buitres surcan el cielo en busca de olvidos
y cien serpientes vuelan sin alas
y los alacranes sin veneno
y en el alquitrán, los hombres sin alma,
sin cuerpo, sin recuerdos, sin empeños, sin razones, pisotean rítmicamente mis sienes.

No soy capaz de pintarlo

Y una sonrisa alada atraviesa mi alma incierta en busca de una salida noble,
se enseñorea en la esperanza que recorre mi despertar en un nuevo día,
que llega con flores exultantes de razonable esperanza a mi mente.

Pero, no soy capaz de pintarlo.

            No sé… quizá, la palabra.

                        La palabra.

Mi material de escritura
NO SOY ESCRITOR

No sé describir a la garza blanca
que irisando la noche
es capaz de dar vida a quien yace mortecino en la nada

No sé describir la nada
            ni el silencio
                        ni el dolor…
que corroe inmisericorde las sonrisas desesperadas de la calma o el olvido

No se describirme
            ni describirte
                        ni soy capaz de aproximarme al niño celeste
que ríe en la cálida mañana que soñábamos como cuando sabíamos soñar,
cuando el sueño era un inconsciente viaje a la absurda verdad
cuando vivía en nosotros la amapola rosa, el delfín amigo, el hada,
compañera  de amaneceres amables con aroma a chocolate y pereza

No soy capaz de definir la verdad,
de poner palabras a la muerte
            porque no hay esperanza
                        y la esperanza no tiene palabras
ni dar palabras acento al mar
            porque el agua es transparente y el cielo mentira
ni nada porque es blanco
ni todo porque es negro
ni rosas, ni sangre, ni sol, ni sueño, ni desesperanza, ni apego, ni vida, ni cielo

Una gacela asustada cruza mi sueño
y se agita mientras mil leones corren de alba a ocaso
y buitres surcan el cielo en busca de olvidos
y cien serpientes vuelan sin alas
y los alacranes sin veneno
y en el alquitrán, los hombres sin alma,
sin cuerpo, sin recuerdos, sin empeños, sin razones, pisotean rítmicamente mis sienes.

No soy capaz de contarlo

Y una sonrisa alada atraviesa mi alma incierta en busca de una salida noble,
se enseñorea en la esperanza que recorre mi despertar en un nuevo día,
que llega con flores exultantes de razonable esperanza a mi mente.

Pero, no soy capaz de contarlo.

            No sé… quizá, el color.

                        El color.

viernes, 3 de agosto de 2018

Mi nuevo destino

La Torre de Babel, de Lucas Van Valkenborch

La mañana había empezado mal. Nada más levantarme discutí con mi  mujer y me mandó a la mierda. Al llegar a la oficina, tarde por culpa de la discusión, mi compañero de mesa me llamó la atención, respondí, y me mandó a tomar por saco, o por culo, no lo recuerdo bien. Me disculpé ante mi jefe por llevar el trabajo atrasado, pero él no transigió y me mando a la porra. Al final de la mañana, de vuelta a casa tuve una discusión con un niñato que se cruzó en un semáforo y me mandó al carajo y, cuando entré en la cocina y le pregunté a mi mujer que si faltaba mucho para la comida, ella, que seguía enfadada, me mandó a hacer puñetas.
Almorcé tranquilo y pospuse la decisión a la hora de la siesta. Veamos —me dije—, no sé hacer puñetas, por lo que esa opción queda desestimada; al carajo, tomar por culo o saco, no voy a ir, que uno es muy hombre; a la porra tampoco, que ya la ocupó Álvaro de la Iglesia y seguro que está abarrotada; por lo tanto, solo me queda la mierda. Era la única posibilidad, prepararé la maleta y emprendí el camino hacia allí.
Y aquí me encuentro, en este desolado paisaje de albero, seco, abandonado sin vegetación alguna salvo algunas hierbas secas que agonizan en los rincones, y sin más construcciones que la gran ciudad, que parece alzarse altiva y solitaria en el centro de la nada, pero que cuando te acercas, te das cuenta de que está muy concurrida, con mucha gente entrando, y algunos saliendo, y un espectacular despliegue de vida volando a su alrededor.
Tiene la estructura curiosa de algunas fortificaciones antiguas, una gran base sobre la que van creciendo edificios, para terminar en una altiva torre central. Toda es de un lúgubre color siena tostada que destaca sobre el amarillo pálido sobre el que se levanta; está fortificada y tiene una sola puerta para entrar a través de una empinada rampa. De lejos la ves como una espiral, que poco a poco, superponiendo fases, va subiendo hasta la torre final, muy estilizada y ligeramente inclinada a la izquierda. Las plantas bajas, más amplias y holgadas que las superiores, deben de ser para los recién llegados o para los inquilinos, digamos, mejor alimentados. Por el contrario el ambiente es mucho más seco que en las superiores y las paredes se ven más afectadas por las inclemencias. No sé si porque la fontanería no está preparada para tanta gente o por falta de cuidados, pero toda la ciudad tiene un problema, un olor nauseabundo. 
La planta primera y segunda, como he dicho, está estropeada, las paredes y el pavimento están muy deterioradas, incluso hay fachadas rotas y agujeros por los que se han colado inquilinos indeseables. A mí me gusta el sol y he pedido por favor un piso superior, y me lo han dado arriba del todo, junto al final puntiagudo de la torre. Las vistas son magníficas y se respira un cierto aire de libertad. El viento aligera el mal olor y apenas permite asentarse a los pequeños insectos, tan molestos, pero tiene mucha humedad. Me lo avisaron; para que el material de construcción se mantenga es necesario que no se seque, y he podido comprobarlo en las ruinas de la planta baja y primera. Otro defecto es que tengo que convivir con moscas y algunos roedores, pero la presencia de estos últimos es menos llamativa conforme vas subiendo, y entre unos y otros, prefiero los insectos.
He hecho algunos amigos, que me han ido contando sus motivos para venir a esta ciudad: celos, alcohol, pequeños robos, malas notas, falta de higiene, irresponsabilidad en el trabajo, malas respuestas y otras pequeñas faltas; pero el ambiente, algo deprimente es muy tranquilo, ya que los ladrones, asesinos, corruptos y otros delincuentes, nunca llegan aquí, los mandan a la cárcel.
Finalmente me he acomodado en la cuarta planta, cerca de la torre, y tras pasar la primera noche me he dado cuenta de que el final puntiagudo de la misma, que apuntaba a la izquierda, ahora mira al sur y está algo más alto.
No sé si es una impresión mía, pero creo que la ciudad cada día crece un poco más.