Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 3 de agosto de 2018

Mi nuevo destino

La Torre de Babel, de Lucas Van Valkenborch

La mañana había empezado mal. Nada más levantarme discutí con mi  mujer y me mandó a la mierda. Al llegar a la oficina, tarde por culpa de la discusión, mi compañero de mesa me llamó la atención, respondí, y me mandó a tomar por saco, o por culo, no lo recuerdo bien. Me disculpé ante mi jefe por llevar el trabajo atrasado, pero él no transigió y me mando a la porra. Al final de la mañana, de vuelta a casa tuve una discusión con un niñato que se cruzó en un semáforo y me mandó al carajo y, cuando entré en la cocina y le pregunté a mi mujer que si faltaba mucho para la comida, ella, que seguía enfadada, me mandó a hacer puñetas.
Almorcé tranquilo y pospuse la decisión a la hora de la siesta. Veamos —me dije—, no sé hacer puñetas, por lo que esa opción queda desestimada; al carajo, tomar por culo o saco, no voy a ir, que uno es muy hombre; a la porra tampoco, que ya la ocupó Álvaro de la Iglesia y seguro que está abarrotada; por lo tanto, solo me queda la mierda. Era la única posibilidad, prepararé la maleta y emprendí el camino hacia allí.
Y aquí me encuentro, en este desolado paisaje de albero, seco, abandonado sin vegetación alguna salvo algunas hierbas secas que agonizan en los rincones, y sin más construcciones que la gran ciudad, que parece alzarse altiva y solitaria en el centro de la nada, pero que cuando te acercas, te das cuenta de que está muy concurrida, con mucha gente entrando, y algunos saliendo, y un espectacular despliegue de vida volando a su alrededor.
Tiene la estructura curiosa de algunas fortificaciones antiguas, una gran base sobre la que van creciendo edificios, para terminar en una altiva torre central. Toda es de un lúgubre color siena tostada que destaca sobre el amarillo pálido sobre el que se levanta; está fortificada y tiene una sola puerta para entrar a través de una empinada rampa. De lejos la ves como una espiral, que poco a poco, superponiendo fases, va subiendo hasta la torre final, muy estilizada y ligeramente inclinada a la izquierda. Las plantas bajas, más amplias y holgadas que las superiores, deben de ser para los recién llegados o para los inquilinos, digamos, mejor alimentados. Por el contrario el ambiente es mucho más seco que en las superiores y las paredes se ven más afectadas por las inclemencias. No sé si porque la fontanería no está preparada para tanta gente o por falta de cuidados, pero toda la ciudad tiene un problema, un olor nauseabundo. 
La planta primera y segunda, como he dicho, está estropeada, las paredes y el pavimento están muy deterioradas, incluso hay fachadas rotas y agujeros por los que se han colado inquilinos indeseables. A mí me gusta el sol y he pedido por favor un piso superior, y me lo han dado arriba del todo, junto al final puntiagudo de la torre. Las vistas son magníficas y se respira un cierto aire de libertad. El viento aligera el mal olor y apenas permite asentarse a los pequeños insectos, tan molestos, pero tiene mucha humedad. Me lo avisaron; para que el material de construcción se mantenga es necesario que no se seque, y he podido comprobarlo en las ruinas de la planta baja y primera. Otro defecto es que tengo que convivir con moscas y algunos roedores, pero la presencia de estos últimos es menos llamativa conforme vas subiendo, y entre unos y otros, prefiero los insectos.
He hecho algunos amigos, que me han ido contando sus motivos para venir a esta ciudad: celos, alcohol, pequeños robos, malas notas, falta de higiene, irresponsabilidad en el trabajo, malas respuestas y otras pequeñas faltas; pero el ambiente, algo deprimente es muy tranquilo, ya que los ladrones, asesinos, corruptos y otros delincuentes, nunca llegan aquí, los mandan a la cárcel.
Finalmente me he acomodado en la cuarta planta, cerca de la torre, y tras pasar la primera noche me he dado cuenta de que el final puntiagudo de la misma, que apuntaba a la izquierda, ahora mira al sur y está algo más alto.
No sé si es una impresión mía, pero creo que la ciudad cada día crece un poco más.

2 comentarios:

  1. El vivir en la mierda (o en el carajo, tomando por saco o haciendo puñetas) no debe ser agradable.
    No he contado los pisos, pero si son siete, me recordaría a los siete infiernos.
    Sin embargo, al llegar a la cúspide, no encuentras aquí el Paraíso sino algo bastante más prosaico: lo que se denomina comúnmente el mismísimo mojino.

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    1. Pues el protagonista de mi historia ha elegido el mejor sitio posible. El problemas es que no todo el mundo está en el sitio que se merece, sino a donde lo mandan.

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