Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 28 de diciembre de 2018

Tiempo de Navidad - II: Nochevieja

Mañana de Año Nuevo, de Henry Mosler


La familia Remesal, formada por Mariano y Josefa, felizmente casados hacía más de quince años, y su pequeño retoño, Cristobalín, se disponían a disfrutar de la cena de Nochevieja.
La pareja se sentó alrededor de la mesa camilla, al abrigo del brasero, mientras el pequeño, de rodillas en el suelo, colocaba en perfecto orden las figuras del Belén, que ya iban abandonando el portal, camino de las múltiples tabernas y mesones y de la Posada Real.
Un humilde árbol de Navidad, adornado por bolas plateadas y guirnaldas rojas, y algunos espumillones en los marcos de los cuadros y en los brazos de la lámpara de araña que, por la ocasión, lucía con todas las bombillas encendidas, completaban los adornos el salón para regocijo de la familia, siempre amante de las tradiciones.
Sobre la mesa, los tres platos, servilletas rojas con motivos navideños, las copas de la vajilla de la boda, y la sopera con un caldo de pescado y unos muslos de pollo. En el aparador una bandeja con una tableta de turrón de chocolate, tres platitos con doce uvas cada uno —quítale los huesos a las del niño, repetía cada año Josefa—, y dos copas altas.
En el belén ya estaban todos los pastores distribuidos por el poblado, disfrutando del ambiente de las tabernas, celebrando el nacimiento del Niño Dios. Junto al castillo, los Reyes Magos, desviaron momentáneamente la mirada a la familia Remesal, pero comenzaron a sonar las campanas y se volvieron. tenían que llegar a tiempo a la Posada Real para brindar por un futuro mejor y continuar la fiesta.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Tiempo de Navidad - I: Nochebuena

Adoración de los Pastores, de Bartolomé Estebán Murillo

La familia Rupérez, formada por Jacinto y Fermina, felizmente casados hacía más de quince años, y su pequeño retoño, Toñín, se disponían a disfrutar de la cena de Nochebuena.
La pareja se sentó alrededor de la mesa camilla, al abrigo del brasero, mientras el pequeño, de rodillas en el suelo, colocaba en perfecto orden las figuras del Belén, acercándolas cada día un poquito más al portal. 
Un humilde árbol de Navidad, adornado por bolas plateadas y guirnaldas rojas, y algunos espumillones en los marcos de los cuadros y en los brazos de la lámpara de araña que, por la ocasión, lucía con todas las bombillas encendidas, completaban loa adornos del salón para regocijo de la familia, siempre amante de las tradiciones.
Sobre la mesa, la antigua mantelería de los abuelos, algo apulgarada y protegida por un por un hule —que la mancha de tinto no sale, repetía cada año Fermina—, tres platos, servilletas rojas con motivos navideños, las copas de la vajilla de la boda, y la sopera con un caldo de pescado y unos muslos de pollo. En el aparador una bandeja con algunos mantecados y dos copas altas.
En el Belén ya estaban todos los pastores presentando a la Sagrada Familia hogazas de pan, mantecadas, abrigos de piel de cordero, garrafas de buen vino, cobertores de lana, morcillas, carne fresca, frutas variadas y otros productos de la tierra. Al fondo, en la esquina más cercana a la puerta, los Reyes Magos, que se asomaban siguiendo la estrella, camino del portal, desviaron la mirada a la familia Rupérez, pero enseguida se volvieron. Tenían que llegar a tiempo a adorar y entregar sus presentes al Niño. 

viernes, 14 de diciembre de 2018

Licor de tinta carmesí

Cocina, de Alejandro de Loarte

Gregorio no paraba de engordar y, al llegar a los doscientos kilogramos, el psicólogo le impuso un plan muy estricto a base de agua y verduras, que nunca llegó a cumplir. Había descubierto que aplastando pasteles los transformaba en finas hojas de papel, las hamburguesas machacadas parecían ceniceros, la masa de las pizzas enrollada imitaba a un cirio y unas gotas del tintero rojo sobre su aguardiente preferido le daban un aspecto semejante a un jarabe para la tos. Así consiguió tener siempre comida, acabar con un digestivo y satisfacer su irreprimible gula.
Un día su madre lo descubrió y le puso una cuidadora para que lo vigilara las veinticuatro horas del día. María, que así se llamaba, aunque era muy austera e inflexible, se mostraba cariñosa, y conforme se fue ganando su confianza, Gregorio le devolvía las atenciones y el afecto; y se lo agradecía con caricias, abrazos y apretones, aunque ella mantenía una prudente distancia. Tanta fue la atracción que un día la besó, lamió, chupó, mordió, masticó y saboreó, hasta que solo quedaron los huesos de su jugosa ternerita.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Venganza

La justicia y la venganza persiguiendo al crimen, de Pierre Paul Prud'hon

No tenía manos ni pies, no escuchaba ni veía. No sentía frío ni calor, ni hambre o sed. Ningún dolor le molestaba, no respiraba ni comía. Nada le atraía o molestaba. No tenía presente ni futuro, solo era pasado. No existía o, al menos, no existía para los demás.
No era nada, solo un recuerdo lejano, un soplido constante en un pequeño espacio de la mente perversa y borracha de su marido, desde donde por fin había lo convencido para que se suicidara y purgara junto a ella el festín de sangre y odio que acabó con su vida.