Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

sábado, 28 de noviembre de 2020

Endogamia

Una boda aristocrática, de Federico Jiménez Fernández

Confesé a mis padres lo que había hecho, pero no quisieron perdonarme. Me había casado en secreto con Puchi, mi osito de peluche. Era un amor y tenía una mirada tan tierna y amable, que me enamoré y decidí pasar toda la vida con él.

No se enfadaron por la boda, lo que les molestó es que lo hubiera mantenido en secreto. Estuvieron meses sin hablarme. No sabían cómo decirme que mi padre tuvo una aventura con Mamá Osa, y que yo había heredado su nariz chata y esa manera tan extraña de llorar.

domingo, 22 de noviembre de 2020

La España vaciada - y IV. La tierra

Campesino cavando, de Vicent Van Gogh

La torre de la iglesia semejaba un solitario mástil en el mar de trigo que se extendía hasta el horizonte, sin que una mínima sombra rompiera la sensación de soledad y desasosiego que rodeaba al pequeño pueblo extremeño. Alrededor de la iglesia, la plaza, dos calles empedraras y una veintena de casas, completaban la fisonomía de la aldea.

Los pocos ancianos que allí vivían, imposibilitados en su mayoría, rara vez salían de su domicilio y, si lo hacían, era para coger el pan y alguna vianda que en una furgoneta llegaba una vez a la semana.

Arturo, que a sus setenta y cuatro años era el único que se mantenía sano y ágil, se había marcado como meta la atención a sus vecinos y el mantenimiento del pueblo. Su jornada empezaba a las siete de la mañana cuando tañía la campan de la iglesia.

            Las siete campanadas, asustaban a las palomas, que salían volando a picotear el trigo; a las abejas que revoloteaban de flor en flor; a las ratas, que aparecían y desaparecían camufladas en los arados; a los conejos que corrían hacia sus madrigueras; a los halcones que alertados por tañido y el trasiego de roedores abandonaban su sueño para buscar alimento; a los cazadores que apuntaban indecisos al suelo y al cielo; y a los vecinos que empezaban un nuevo día con sus dolencias.

            Un día Arturo enfermó, las campanas se mantuvieron en silencio, las palomas, las abejas, las ratas, los conejos, los halcones, los cazadores y los vecinos esperaron expectantes su sonido, y el pueblo se sumió en la profunda tristeza de una tierra desolada.

sábado, 14 de noviembre de 2020

La España vaciada - III. El gobierno

La gloria del pueblo. de Antonio Fillol

Don Nicomedes Ortiz Lasarte, cronista, boticario, tendero, camarero, cura, padre —o tío— de su hijo —o sobrino—, Nicomedes —Nico—, era alcalde, de un pequeño pueblo aragonés. No había más habitantes, pero entre los tres, porque en realidad eran tres, se entendían bien. El tercero en discordia era Nicolás, el fiel gato, que tenía encargada la limpieza y depuración de ratones y cucarachas. Don Nicomedes mandaba, Nico obedecía y Nicolás correteaba insectos y roedores, y así eran felices. Un día Nicolás desapareció, Nico se fue en busca de nuevos horizontes, y el cronista, boticario, tendero, cura, padre —o tío— y alcalde, perdió a sus lectores, pacientes, clientes, comensales, fieles, hijo —o sobrino—, y ciudadanos. La desolación fue tremenda y don Nicomedes escribió su última crónica: Con fecha de hoy, yo, Nicomedes Ortiz Lasarte, dimito de todos mis cargos, y cedo los terrenos municipales a la Constructora Nuevo Pueblo Nico, propiedad de don Nicomedes Ortiz Expósito. 

sábado, 7 de noviembre de 2020

La España vaciada - II. La vuelta

Fiesta en el campo, de Francisco Iturrino

Para la feria, los treinta vecinos del pequeño pueblo andaluz prepararon una carrillada y un baile en la plaza del ayuntamiento. La comida, regada por abundante vino del lugar, resultó exquisita; el ambiente, gracias al día primaveral que amaneció y a la amistad que los unía, alegre y gratificante; y el baile, con boleros, rumbas, sevillanas y otros cantes tradicionales rematados por los fandangos de siempre, magnífica clausura de la jornada festiva.

        Días más tarde, en su acomodado sillón en la capital, algunos miraron con nostalgia las fotografías que desde el pueblo les habían enviado, y decidieron que, en cuando pudieran, volverían, que allí se vive mejor que en cualquier otra parte, que es más sano y que no había maldad, pero habían olvidado el camino. 

viernes, 6 de noviembre de 2020

La España vaciada - I. La fiesta

El pan de fiesta (Castilla) de Joaquín Sorolla y Bastida

Los veinte ancianos que completaban la nómina del pequeño pueblo castellano hicieron una recolecta de un euro por persona, para comprar una fregona, un cubo, una escoba y el recogedor, y poder así adecentar la iglesia y el casino. Una vez realizada la compra y viendo que, por su avanzada edad, ninguno podía llevar a cabo la tarea propuesta, decidieron donarla para la rifa que se hacía con motivo de las fiestas del Santo Patrón. La jornada transcurrió de la forma en que se esperaba, el baile fue todo un éxito a pesar de los quebrantados huesos de los vecinos, hubo una comida en la que cada uno aportó lo que pudo y quiso —a destacar la carrillada del alcalde—, y los cuatro ganadores del sorteo se fueron felices cada uno con su premio. 
    La iglesia y el casino se quedaron en espera de otra oportunidad.