Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

domingo, 22 de noviembre de 2020

La España vaciada - y IV. La tierra

Campesino cavando, de Vicent Van Gogh

La torre de la iglesia semejaba un solitario mástil en el mar de trigo que se extendía hasta el horizonte, sin que una mínima sombra rompiera la sensación de soledad y desasosiego que rodeaba al pequeño pueblo extremeño. Alrededor de la iglesia, la plaza, dos calles empedraras y una veintena de casas, completaban la fisonomía de la aldea.

Los pocos ancianos que allí vivían, imposibilitados en su mayoría, rara vez salían de su domicilio y, si lo hacían, era para coger el pan y alguna vianda que en una furgoneta llegaba una vez a la semana.

Arturo, que a sus setenta y cuatro años era el único que se mantenía sano y ágil, se había marcado como meta la atención a sus vecinos y el mantenimiento del pueblo. Su jornada empezaba a las siete de la mañana cuando tañía la campan de la iglesia.

            Las siete campanadas, asustaban a las palomas, que salían volando a picotear el trigo; a las abejas que revoloteaban de flor en flor; a las ratas, que aparecían y desaparecían camufladas en los arados; a los conejos que corrían hacia sus madrigueras; a los halcones que alertados por tañido y el trasiego de roedores abandonaban su sueño para buscar alimento; a los cazadores que apuntaban indecisos al suelo y al cielo; y a los vecinos que empezaban un nuevo día con sus dolencias.

            Un día Arturo enfermó, las campanas se mantuvieron en silencio, las palomas, las abejas, las ratas, los conejos, los halcones, los cazadores y los vecinos esperaron expectantes su sonido, y el pueblo se sumió en la profunda tristeza de una tierra desolada.

3 comentarios:

  1. Hay veces que la falta -la muerte- de una persona apaga la alegría de su familia, de su pueblo, de sus amigos.
    Descansa en paz Arturo. O Perico.

    ResponderEliminar