Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 26 de abril de 2019

Venta a plazos (Serie mis cuadros - 15)

Plaza del Cabildo. Sevilla

El mercadillo, tradicional lugar de encuentro de coleccionistas de sellos y monedas, ante la falta de público, se había actualizado. Con el visto bueno del Ayuntamiento, se transformó en un lugar de compraventa de deshechos, apéndices, órganos y miembros humanos.
Acudí allí por primera vez por necesidad y vendí un riñón a buen precio. Meses más tarde hice lo mismo con un pulmón y sucesivamente fui negociando con parte de mi hígado y el bazo —que se llevaron tras una subasta una clínica ilegal. Me atrajo la facilidad para obtener dinero, y me deshice de una pierna, de la otra, del brazo izquierdo, ojo derecho, lengua y sexo, al tiempo que intentaba mantener una vida lo más normal posible.
Ayer hice mi última venta y escribí este cuento de despedida. Solo me quedaba deshacerme del ojo izquierdo y los dedos índice y pulgar de la mano derecha.

viernes, 19 de abril de 2019

La tempestad (Serie mis cuadros - 14)

Puerto de Magón

El primer violín hizo un gesto casi imperceptible, y el cuarteto número quince de Beethoven comenzó a sonar en el muelle. El público, que seguía ensimismado las melódicas notas de la obra, notó que se levantaba una suave brisa, y que los barcos comenzaban a balancearse al ritmo de las olas. Parecía que el viento y el oleaje se encrespaban o calmaban siguiendo la partitura, y los mástiles de las embarcaciones ejecutaran una danza, al ritmo que marcaban las cadenas, banderas y cuerdas.
Terminada la interpretación, las aplausos, que parecían dirigidos más al mar que al propio director, obligaron a éste a hacer un bis. El cuarteto, decidido y valiente, abordó la Fuga, y el espectáculo se repitió ante la obra postrera del inmortal genio. El viento arreció, el oleaje se volvió violento y anárquico, arrastrando bancos, toldos, velas y hasta al propio escenario. Un trueno anunció la lluvia mientras los músicos continuaban sin detenerse ante las inclemencias. Los mástiles comenzaron a chocar entre ellos, los barcos fueron arrastrados por el oleaje, y quedaron a la deriva o se hundieron y destrozaron contra el espigón, y el público huyó hacia un lugar más seguro. Cuando terminaron de sonar las últimas notas, el muelle estaba destrozado, los barco hundidos, y el embravecido mar comenzó a calmarse.
La prensa, al día siguiente, se hizo eco de lo ocurrido: «Una tormenta tropical causa graves desperfectos en el puerto».

viernes, 12 de abril de 2019

El encuentro (Serie mis cuadros - 13)

Plaza Bib Rambla. Granada
Ocurrió en una esquina de la plaza, entre tilos, jardines y puestos de flores. Fue allí donde la vi por primera vez, donde quedamos cada tarde durante meses y donde, hace más de treinta años, me dejó. Desde entonces vuelvo a esa plaza con frecuencia, compro el periódico, flores y semillas para mi jardín, y me siento en una de las terrazas a tomar un café.
Una mañana me pareció verla, junto a la fuente, bajo los gigantones. Vestía un abrigo rojo, su color favorito, y compartía secretos con una amiga. Después de tanto tiempo no podría asegurar que fuera ella, ni de que me reconocería en caso de serlo.
Seguían hablando y quise creer que me miró. Me acerqué al quiosco, compré un ramo de rosas, y me senté en el bar de siempre a tomar mi café, mientras la miraba de soslayo.
Mañana será otro día —me dije—. Terminé el desayuno, abandoné el ramo de flores sobre la mesa, y me fui a casa.

viernes, 5 de abril de 2019

Tiempo (Serie mis cuadros - 12)

La mesa del salón

Los rincones vacíos de la casa ya desmantelada estaban ocupados por papeles, cajas de zapatos, libros y otros objetos, ahora inservibles. 
Me senté en una de las esquinas del salón, en espera de que el funcionario me obligara a dejar la casa, y rememoré la disposición de los muebles, Sobre la mesa un viejo macetero, mis pinceles, un libro a medio leer, y un marco con la foto de los abuelos.
Cuando oí que llamaban a la puerta, cogí mi osito de peluche, mi primera bicicleta, las notas del colegio, el anillo, y una maleta repleta de fotos. Me aferré a unas flores que había dejado junto al retrato en blanco y negro de mi madre y, cerrando los ojos, sentí como me arropaba entre sus brazos. 
Habían pasado cuarenta años desde que le di el último beso.