Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 29 de mayo de 2015

Síndrome febril

¡Qué oportuno! -dijo el médico a la enfermera- otra vez tiene fiebre el recluso de la 49, le pondremos antitérmicos y este antibiótico cada ocho horas, durante seis días. No se te olvide dejarle el suero puesto al terminar el tratamiento, para no volver a pincharle para la inyección letal.

Sin título, de Fabio Sassi

Oscuridad

El muñeco fue el primero en cerrar los ojos. Poco después otros muñecos lo miraron confusos y también los fueron cerrando, más tarde los siguieron el pequeño de la casa, sus padres y su hermana, su mascota e incluso las figuras y retratos que adornaban las paredes, y así fueron cerrando los ojos sus vecinos del bloque, de la calle y del barrio, hasta llegar a todos los habitantes de la ciudad y del mundo.


Nadie entendió nunca el porqué de esa oscuridad.

Tierra de ciegos, de José Luis Correa

Ocaso

Anochecía cuando notó su presencia.

Se acercó (y dejó que se acercara hasta tocarla) y la abrazó (y dejó que la abrazara hasta envolverla).


Desde entonces nunca la abandonó la soledad.

Ambrosía de un morado, de Itziar Giner

miércoles, 27 de mayo de 2015

El gusano

Como un bigote a lo antiguo, debajo de la nariz del retrato que estaba pintando,  encontré un gusano.
Me inspiró y decidí dar un giro a mi obra y dotarla de un imponente mostacho. Para ello tuve que endurecer sus facciones y reestructurar el rostro, ya que mi idea primitiva era hacer una joven peinándose. Le pinté su casaca y una gorra militar, cambié la primitiva mirada por otra escudriñadora y le procuré un aspecto marcial.

Terminada la obra quise presentarla a la exposición del Casino Militar, pero no la aceptaron. Nadie entendió por qué se titulaba "el gusano".

Juan de Austria (detalle), de Juan Pantoja de la Cruz

El diario

Estaba terminando de vaciar la casa de su padre, fallecido algunos años atrás, y recogiendo con dolor y cierta curiosidad los papeles que quedaban en la mesa de su estudio, cuando descubrió los diarios que había ido rellenando y guardando los últimos años de su vida.
Él lo recordaba como una persona ordenada y meticulosa, algo autoritaria y muy recelosa de su intimidad. Añoraba los desayunos de familia cuando cada mañana, abría su diario, leía lo que tenía que hacer y le recordaba sus obligaciones.
Comenzó a leerlos al azar. La letra de los más antiguos era dura y decidida y los diarios estaban llenos de citas: Conciertos, reuniones de trabajo, comidas, temas pendientes, etc., pero conforme pasaban los años, las páginas iban quedándose vacías. Al final sólo algunas referencias a su jubilación, algún homenaje o las comuniones o cumpleaños de sus nietos. Incluso notó que faltaban los diarios de varios años.
Le sorprendió el diario del año de su fallecimiento, estaba aparte y muy usado. En él había seguido anotando los eventos familiares, mezclándolos con citas para radiografías y analíticas, así como horarios y teléfonos de algunos especialistas. Después, hojas sin usar que coincidían con sus periodos de hospitalización y que volvían a estar rellenas a partir de frases como “vuelta a casa”, “alta por fin”…
A partir del último ingreso, sólo una nota repetida cada día, que con letra cada vez menos clara, repetía: “Vivir, vivir, vivir…”

 Las manos de toda una vida, de Juan José Puebla

Blancanieves (el desenlace)

El anciano Monarca, enfermo y cansado, decidió abdicar en su hijo y le entregó la Corona en un solemne acto en el Palacio Real. Sin demora, el nuevo Rey se presentó al pueblo desde el balcón junto a su esposa, la Reina Blancanieves, con la que recientemente se había casado.
Poco después de terminar los fastos de la coronación, los Reyes se dedicaron en cuerpo y alma a continuar la labor de su padre para llevar al reino a las más altas cotas de progreso y bienestar. Para ello, lo primero que hicieron fue una profunda remodelación del Gobierno siguiendo los consejos del Hada Madrina, a la que habían nombrado Consejera Real.
De acuerdo con las indicaciones de la Consejera crearon el Gabinete de Gobierno y repartieron los distintos cargos entre sus personas de más confianza, a las que no dudaron el reconocer sus favores. Así, el Hada convirtió a los enanitos en apuestos caballeros y, una vez hecho esto, siguiendo sus consejos, los Reyes encargaron a Gruñón el Ministerio de Guerra, a Mocoso, tras curarle su alergia, le dieron la responsabilidad de Sanidad, Sabio fue recompensado con un Marquesado y la Cartera de Fomento, Vergonzoso recibió presencia y seguridad y fue el protector del teatro, música y las artes en general, al Duque Feliz, como le gustaba que lo llamaran, le dieron la Cartera de Prensa, Propaganda y Relaciones Exteriores y a Dormilón lo dejaron tranquilo en el Castillo de su Condado con la única obligación de representación en actos oficiales.
Quedaba Mudito, el más frágil y de peor presencia, pero la Consejera Real tenía soluciones para todo. Lo dejó igual y lo multiplicó por mil, que alguien tenía que hacer la comida, limpiar el Palacio e ir a la mina para mantener a la Corte.

Blancanieves después de morder la manzana (detalle), de Sabrina Navarro

Una noche intrascendente

Juan vivía solo, su vida se centraba en su trabajo, la charla con el vendedor de prensa por la mañana y con el camarero del bar “El Cruce”, abierto en los bajos de un hostal cercano a su casa. Un día, terminada su jornada, caminaba sumido en sus pensamientos y decidió detenerse para tomar una copa. Cuando terminó, requirió los servicios de una joven, que desde el otro extremo de la barra, lo observaba indiferente mientras esperaba, jugando con el humo de su cigarro, a que se acercara algún cliente. Ella aceptó tras llegar a un acuerdo económico y subieron a una habitación del hostal.
No se presentaron, o lo hicieron con nombres ficticios, y cuando ella comenzó a desnudarse con la misma rutina de siempre, Juan le dijo que  esperara, que era pronto y que estaba cansado. Tumbados sobre la desvencijada cama, con la luz mortecina de la lámpara de la mesilla, compartieron copa y tabaco y pasaron las horas viendo una película, entre silencios y conversaciones sobre sentimientos y proyectos más o menos reales.
Ya de mañana, Juan le ofreció trescientos euros, que ella cogió sin dudar, al tiempo que pensaba “será tonto” mientras él, realizando el pago, se decía “será puta”.
Se despidieron y quedaron para la semana siguiente.

Mujer en el bar, de Pablo Solimano

Recuerdos

Levantabas muros y torres, construías puentes y abrías puertas y pasajes secretos, pintabas a tu gusto cada una de las dependencias y así, poco a poco, iba creciendo tu obra, el castillo que soñabas.
Mientras, tu abuela le decía a tu padre en la cocina: “Espera, no tires esa lata vacía ni la caja de galletas”


Castillo, de 
Armando Flores

Desahucio

Doña Rosario abandonó su casa cargando su vieja maleta tras el funcionario, que la miraba con gesto adusto. Respiró profundamente y se despidió sin volver la vista atrás, mientras algunos jóvenes gritaban e intentaban animarla.
Cruzó la puerta, no sin antes repasar con la mirada todo aquello que la había acompañado tanto tiempo: El colchón de lana que compartió con su marido y con su ausencia, la luz tamizada por el lino de las cortinas, la vieja mesa de roble, el suelo de terrazo del salón…
Su alma -de lana, terrazo, madera y lino- dudaba confusa si quedarse o irse con ella.

 Distraining for rent, de Sir David Wilkie

Calindrosilidad

“Calindrosilidad, hermosa palabra -decía pensativo desde su silla de la Academia-, tiene fuerza y, al mismo tiempo, belleza, musicalidad y mueve al espíritu. Por todo ello propongo que se acepte como nuevo vocablo para incluirlo en la próxima edición del diccionario. No obstante, aconsejaría que se le buscara un significado”.


Diccionario Sopena, de Alejandro Gustavo

Amor mío

“Eres mi única razón de vivir, mi esperanza, la flor de mi vida, el más hermoso sueño de mis noches. Eres mi alimento, el aire que necesito para vivir, la culminación de mis anhelos”.
“Sin ti no soy nada, tu presencia me hace vivir con plenitud, tu falta me llena de miedos, de amargura, me vuelve loco, loco de amor y deseo”.
Repetía la monótona salmodia mientras se lavaba las manos ensangrentadas delante del cuerpo inerte de la joven.

Maltrato, de Paula Sifora

La conquista

Aparecieron imponentes con sus espadas, lanzas y alabardas, cubiertos con cascos y protegidos con armaduras y cotas de malla. Con sus cañones derribaron poblados, sembraron el pánico con el tronar de los arcabuces, quemaron las casas, violaron a las mujeres y  mataron a guerreros, niños y ancianos, en nombre de Dios y del Rey.
Los indios -dijeron- temían a los caballos.

Caída de Tenochtitla, de Juan Cantó

Satisfacción

Me duele la cabeza. Las circunstancias han hecho que comience a escribir pequeños cuentos, microrrelatos los llaman, y me he obsesionado con ello.
Voy caminando y de cualquier imagen o frase perdida, sale un cuento, de ese cuento otra frase y esa frase se encadena a una nueva imagen.
Pienso hasta embotarme, de la servilleta paso al papel y del papel a la libreta. Escribo, escribo y leo, leo y pienso hasta no saber si enredo o desenredo mis historias.
Paso por una tienda y veo una imagen familiar. Enmarcado aparece un hombre, de mediana edad y con aspecto algo desaliñado, tiene un cuaderno en la mano. Ha dejado de escribir y me sostiene la mirada. Y así me reconozco mirándome satisfecho desde el espejo.

Retrato de un escribano, de Quentin Massys

Ninguna regresa

Ninguna regresa, me dijeron un día cualquiera, pero no les creí.

El sueño, la risa, el roce, su falta… Regresa su ausencia.

Ausencia, de María Pappalardi