Doña Rosario abandonó su casa cargando su vieja maleta tras el funcionario, que la miraba con gesto adusto. Respiró profundamente y se despidió sin volver la vista atrás, mientras algunos jóvenes gritaban e intentaban animarla.
Cruzó la puerta, no sin antes repasar con la mirada todo aquello que la había acompañado tanto tiempo: El colchón de lana que compartió con su marido y con su ausencia, la luz tamizada por el lino de las cortinas, la vieja mesa de roble, el suelo de terrazo del salón…
Su alma -de lana, terrazo, madera y lino- dudaba confusa si quedarse o irse con ella.
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