Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

sábado, 24 de julio de 2021

Llantos

Inmigrantes, de Jesús Serrano Francés

Maysa lloraba al despedir a Nazir, que la abrazaba y le juraba que arreglaría los papeles y volvería a por ella. Ninguno de los dos pudo contener el llanto viendo como el horizonte se convertía en una línea divisoria entre el ayer y el mañana. Mientras, en la orilla, se arremolinaban mujeres y hombres desesperados que con lágrimas en los ojos intentaban buscarse un hueco en alguna embarcación.

El llanto de niñoos asustados aumentaba la tragedia que se estaba viviendo.

Nazir, ya en altamar y con la barcaza a la deriva tras ser abandonada por el patrón, sollozaba de impotencia al ver alejarse el cuerpo de un compañero muerto de frío, hambre y desesperación.

Alcanzada la tierra prometida, un voluntario intentaba arrancar de los brazos de la madre a un niño que había fallecido en la travesía. Sus lágrimas se mezclaron en un abrazo con las de la madre.

Tras meses en un refugio Nazir fue deportado y volvió deshecho en llanto ante la pérdida de su única esperanza.

Un miembro de la Cruz Roja lo acompañó hasta el embarcadero.

Ese mismo día la imagen de un pequeño medido por las olas en la playa sobrecogió a los veraneantes presentes, que no pudieron contener las lágrimas.


Tanto fue el lloro, tantas las lágrimas de Maysa, de Nazir, de las madres y los niños, de hombres y mujeres fuertes y decididos, de los voluntarios, de los veraneantes, de las almas desesperadas de los emigrantes y acomodadas del primer mundo, que el Mediterráneo se desbordó y una inmensa ola de dolor inundó ciudades, países, conciencias y alma.


sábado, 17 de julio de 2021

Celebración

Borracho, de Charles Groux

Ese día cumplía ochenta años y no estaba dispuesto a pasarlo solo. Lo preparó todo con mucho esmero en su casa de campo, repasó la mesa en la que había puesto su mejor vajilla y unos entremeses, y se sirvió una copa: No había invitado a nadie, pero tenía la esperanza de que se acordaran del día y acudieran a celebrarlo.

Ya anochecía y aún seguía solo, por lo que se sirvió otra copa y otra y una cuarta, y por fin vio entrar a su mujer con sus cuatro hijos. Les ofreció vino, brindó con ellos y se sirvió para acompañarlos. Vinieron más tarde sus compañeros de trabajo y otros amigos, para los que abrió una nueva botella que se fue bebiendo alegremente mientras lo escuchaban. Llegaron algunos miembros de su pandilla del colegio, varios actores, futbolistas, incluidos los de la Quinta del Buitre, las fulanas con las que perdió la virginidad, y otros personajes entrañables de su juventud. Con todos compartió cervezas, vino y licores.

Empezó a entrar gente desconocida, pero a él no le importaba, hablaba con todos y brindaba con ellos con el güisqui que había reservado para la ocasión. Les enseñaba los animales que estaban entrando por las ventanas, búhos parecían, y las arañas que surcaban el techo, y se reía viendo como reptaban algunas serpientes, y jugueteaban entre las piernas de los invitados unas fichas de ajedrez.

Comenzó a sentirse mareado, se sentó, se sirvió otra copa y se quedó dormido.

A la mañana siguiente, el salón estaba vacío y él tenía un terrible dolor de cabeza. 

lunes, 12 de julio de 2021

Sincronía

Autorretrato con la muerte, de Arnold Böcklin

Con un “FIN” escrito con letra torpe, prácticamente ininteligible, coronó el escritor su autobiografía. 

viernes, 9 de julio de 2021

Hemisferios

Cerebro humano, de Leonardo da Vinci

Siempre vivía en guerra conmigo mismo, era como si cada decisión que tomara, por muy razonada que estuviera, tuviera que ser supervisada e inmediatamente censurada por mi otro yo. Tan difícil llegó a ser la situación que opté por dividirme verticalmente en dos partes. No fue muy problemático ya que la mayoría de los órganos vitales eran dobles. El problema se planteó básicamente en el hígado y en el corazón, únicos y claramente lateralizados. Para poder hacer una vida más o menos independiente nos adaptamos juntándonos cada poco tiempo para que mi hígado pudiera limpiar su parte y su corazón bombeara mi sangre. Los periodos de separación, que llamábamos libres, gracias a una perfecta planificación y entrenamiento, eran cada vez más prolongados, pero nunca pudimos estar separados más de media hora, lo que incidía en nuestras relaciones y en nuestro trabajo. Eso hizo que, probablemente debido a estructuras comunes del cerebro y tronco del encéfalo, entráramos al mismo tiempo en una profunda depresión. Pensamos en suicidarnos pero, aunque nuestro odio era cada vez mayor, sabíamos que si lo llevábamos a cabo, la muerte de cada uno condicionaría el fallecimiento de la otra parte, ya que ni él podría vivir sin mi hígado ni yo sin su corazón.

Tan grande era nuestro sufrimiento que quedamos un día para hablar e intentar solucionarlo de la forma que fuera. Nos reunimos una tarde y, tras unirnos y volver a estar limpia y bien bombeada la sangre, volviendo a ser uno solo, aflorando como siempre el odio y no encontrando solución, decidimos llevar a cabo el suicidio y, para no sentirnos culpables de la muerte de la otra mitad, nos fundimos en un prolongado abrazo con el juramento de no separarnos. Tras tomar la cicuta, acunado por mi yo emocional y mi opuesto racional, fallecí.