Inmigrantes, de Jesús Serrano Francés |
Maysa lloraba al despedir a Nazir, que la abrazaba y le juraba que arreglaría los papeles y volvería a por ella. Ninguno de los dos pudo contener el llanto viendo como el horizonte se convertía en una línea divisoria entre el ayer y el mañana. Mientras, en la orilla, se arremolinaban mujeres y hombres desesperados que con lágrimas en los ojos intentaban buscarse un hueco en alguna embarcación.
El llanto de niñoos asustados
aumentaba la tragedia que se estaba viviendo.
Nazir, ya en altamar y con la
barcaza a la deriva tras ser abandonada por el patrón, sollozaba de impotencia
al ver alejarse el cuerpo de un compañero muerto de frío, hambre y
desesperación.
Alcanzada la tierra prometida, un
voluntario intentaba arrancar de los brazos de la madre a un niño que había
fallecido en la travesía. Sus lágrimas se mezclaron en un abrazo con las de la
madre.
Tras meses en un refugio Nazir fue deportado y volvió deshecho en llanto ante la pérdida de su única
esperanza.
Un miembro de la Cruz Roja lo
acompañó hasta el embarcadero.
Ese mismo día la imagen de un
pequeño medido por las olas en la playa sobrecogió a los veraneantes presentes,
que no pudieron contener las lágrimas.
Tanto fue el lloro, tantas las lágrimas de Maysa, de Nazir, de las madres y los niños, de hombres y mujeres fuertes y decididos, de los voluntarios, de los veraneantes, de las almas desesperadas de los emigrantes y acomodadas del primer mundo, que el Mediterráneo se desbordó y una inmensa ola de dolor inundó ciudades, países, conciencias y alma.
Cada día una inmensa ola de dolor sacude al primer mundo.
ResponderEliminarSin embargo esas lágrimas solucionan poco o nada el terrible drama que se vive a diario
Desgraciadamente el desagüe para eliminar las lágrimas es mucho más estrecho en el tercer mundo.
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