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Paris Society, de Max Beckmande |
Mientras la esperaba fumando como cada día un cigarrillo, el camarero me trajo un Martini sobre un disco roto de Pablo Abraira que usaba de bandeja. Nada había cambiado: carátulas adornando las paredes, música melódica, álbumes como salvamanteles y una pátina de humo sobre las luces rojas de neón que daba al espacio el valor de la remembranza.
Me
tapó los ojos, pero la suavidad de sus manos y el inconfundible olor a Jabón
Lux la delataron. La besé, el camarero nos sirvió otro vermú, cayó la colilla a
la moqueta y volvió a sonar la sirena de los bomberos.
Un bucle temporal bastante triste.
ResponderEliminarPero nos haces meternos muy bien en el entorno del cuento.
En ese bucle en que la mirada al pasado y el acecho al futuro nos marcan y hacen olvidar el presente, vivimos todos.
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