Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

sábado, 26 de diciembre de 2020

Navidad 2020 - II. Fin de Año

Jeremías lamentando la destrucción de Jerusalén, de Rembrandt 

Cuando en el último programa del nefasto año 2020 Marty McFly nos informó de que en sus viajes a través del tiempo montado en su DeLorean, hizo amistad con Baba Vanga, Nostradamus, Jeremías y otros visionarios, el fraude que los profetas habían mantenido a lo largo de los siglos quedó al descubierto. La certera llegada del asteroide durante las últimas doce campanadas previas al Armagedón, de la que ninguno de ellos había informado a Marty, convirtió la noticia en una simple anécdota. 

jueves, 24 de diciembre de 2020

FELICIDADES

Mis mejores deseos para estas navidades y para este próximo año que, seguro, mejorará el que estamos cerrando; y muchísimas gracias a mis lectores por sus cuarenta mil visitas.

sábado, 19 de diciembre de 2020

Navidad 2020 - I: Nochebuena

Navidad Mística, de Sandro Botticelli


Iban fatal de tiempo. Los Reyes se habían entretenido en diferentes recepciones y los pastores, a los que les habían llegado rumores del plan de Herodes con los Santos Inocentes, se escondieron o demoraron a ver qué pasaba. Hasta el Ángel se vio afectado por una tormenta que lo desvió hacia el mar. Cuando finalmente llegaron, el portal estaba vacío y en el suelo pudieron encontrar la propaganda de una posada en Egipto.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Palabras de consuelo

 Valentine Gode-Darel, de Ferdinad Hodler 


Ella, en silencio, finge que se lo cree y sonríe a los que están en la rodean —ya verás que en poco tiempo estarás bien, no te preocupes, es cuestión de paciencia, sé valiente, tienes que descansar y comer—. Disimula en silencio y todos se van satisfechos. Todos menos uno, un caballero enjuto vestido de negro y con un reloj en la mano, con el que tampoco quiere conversar.

sábado, 5 de diciembre de 2020

Introspección

Bailarina basculando, de Edgar Degas

Su condición de sordociega no le impidió disfrutar de la belleza. Comenzó su aventura en París, donde le dejaron que acariciara y estudiara a La Victoria alada de Samotracia. Se impresionó tanto que, cuando la recordaba, imitaba los movimientos con que la acarició en una especie de baile sensual, sinuoso. Repitió la experiencia, entre otras, con La Piedad, El discóbolo, Nefertiti, El pensador y El éxtasis de Santa Teresa.

Cada recuerdo, cada representación era un baile distinto, lento, profundo e hipnotizador, y así lo entendió un célebre coreógrafo, que la llevó a estudiar esculturas famosas y, para cada una de ellas, compuso una obra musical basada en percusión, que ella notaba por la vibración del suelo. Recorrió el mundo entero, alcanzando grandes éxitos con coreografías como El dolor de Laoconte, La noche oscura del Moái o Los amores de Venus y David.

En el cénit de su fama se encerró en su casa casi un año para aislarse y crear su baile más hermoso, personal y sincero. En el estreno, sin música, iluminada por un potente foco, y en un silencio casi religioso, comenzó a bailar como en un milagro invertebrado, para ofrecernos su más logrado número: Autorretrato.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Endogamia

Una boda aristocrática, de Federico Jiménez Fernández

Confesé a mis padres lo que había hecho, pero no quisieron perdonarme. Me había casado en secreto con Puchi, mi osito de peluche. Era un amor y tenía una mirada tan tierna y amable, que me enamoré y decidí pasar toda la vida con él.

No se enfadaron por la boda, lo que les molestó es que lo hubiera mantenido en secreto. Estuvieron meses sin hablarme. No sabían cómo decirme que mi padre tuvo una aventura con Mamá Osa, y que yo había heredado su nariz chata y esa manera tan extraña de llorar.

domingo, 22 de noviembre de 2020

La España vaciada - y IV. La tierra

Campesino cavando, de Vicent Van Gogh

La torre de la iglesia semejaba un solitario mástil en el mar de trigo que se extendía hasta el horizonte, sin que una mínima sombra rompiera la sensación de soledad y desasosiego que rodeaba al pequeño pueblo extremeño. Alrededor de la iglesia, la plaza, dos calles empedraras y una veintena de casas, completaban la fisonomía de la aldea.

Los pocos ancianos que allí vivían, imposibilitados en su mayoría, rara vez salían de su domicilio y, si lo hacían, era para coger el pan y alguna vianda que en una furgoneta llegaba una vez a la semana.

Arturo, que a sus setenta y cuatro años era el único que se mantenía sano y ágil, se había marcado como meta la atención a sus vecinos y el mantenimiento del pueblo. Su jornada empezaba a las siete de la mañana cuando tañía la campan de la iglesia.

            Las siete campanadas, asustaban a las palomas, que salían volando a picotear el trigo; a las abejas que revoloteaban de flor en flor; a las ratas, que aparecían y desaparecían camufladas en los arados; a los conejos que corrían hacia sus madrigueras; a los halcones que alertados por tañido y el trasiego de roedores abandonaban su sueño para buscar alimento; a los cazadores que apuntaban indecisos al suelo y al cielo; y a los vecinos que empezaban un nuevo día con sus dolencias.

            Un día Arturo enfermó, las campanas se mantuvieron en silencio, las palomas, las abejas, las ratas, los conejos, los halcones, los cazadores y los vecinos esperaron expectantes su sonido, y el pueblo se sumió en la profunda tristeza de una tierra desolada.

sábado, 14 de noviembre de 2020

La España vaciada - III. El gobierno

La gloria del pueblo. de Antonio Fillol

Don Nicomedes Ortiz Lasarte, cronista, boticario, tendero, camarero, cura, padre —o tío— de su hijo —o sobrino—, Nicomedes —Nico—, era alcalde, de un pequeño pueblo aragonés. No había más habitantes, pero entre los tres, porque en realidad eran tres, se entendían bien. El tercero en discordia era Nicolás, el fiel gato, que tenía encargada la limpieza y depuración de ratones y cucarachas. Don Nicomedes mandaba, Nico obedecía y Nicolás correteaba insectos y roedores, y así eran felices. Un día Nicolás desapareció, Nico se fue en busca de nuevos horizontes, y el cronista, boticario, tendero, cura, padre —o tío— y alcalde, perdió a sus lectores, pacientes, clientes, comensales, fieles, hijo —o sobrino—, y ciudadanos. La desolación fue tremenda y don Nicomedes escribió su última crónica: Con fecha de hoy, yo, Nicomedes Ortiz Lasarte, dimito de todos mis cargos, y cedo los terrenos municipales a la Constructora Nuevo Pueblo Nico, propiedad de don Nicomedes Ortiz Expósito. 

sábado, 7 de noviembre de 2020

La España vaciada - II. La vuelta

Fiesta en el campo, de Francisco Iturrino

Para la feria, los treinta vecinos del pequeño pueblo andaluz prepararon una carrillada y un baile en la plaza del ayuntamiento. La comida, regada por abundante vino del lugar, resultó exquisita; el ambiente, gracias al día primaveral que amaneció y a la amistad que los unía, alegre y gratificante; y el baile, con boleros, rumbas, sevillanas y otros cantes tradicionales rematados por los fandangos de siempre, magnífica clausura de la jornada festiva.

        Días más tarde, en su acomodado sillón en la capital, algunos miraron con nostalgia las fotografías que desde el pueblo les habían enviado, y decidieron que, en cuando pudieran, volverían, que allí se vive mejor que en cualquier otra parte, que es más sano y que no había maldad, pero habían olvidado el camino. 

viernes, 6 de noviembre de 2020

La España vaciada - I. La fiesta

El pan de fiesta (Castilla) de Joaquín Sorolla y Bastida

Los veinte ancianos que completaban la nómina del pequeño pueblo castellano hicieron una recolecta de un euro por persona, para comprar una fregona, un cubo, una escoba y el recogedor, y poder así adecentar la iglesia y el casino. Una vez realizada la compra y viendo que, por su avanzada edad, ninguno podía llevar a cabo la tarea propuesta, decidieron donarla para la rifa que se hacía con motivo de las fiestas del Santo Patrón. La jornada transcurrió de la forma en que se esperaba, el baile fue todo un éxito a pesar de los quebrantados huesos de los vecinos, hubo una comida en la que cada uno aportó lo que pudo y quiso —a destacar la carrillada del alcalde—, y los cuatro ganadores del sorteo se fueron felices cada uno con su premio. 
    La iglesia y el casino se quedaron en espera de otra oportunidad.

sábado, 24 de octubre de 2020

Hacia un nuevo mundo

Noche de verano, de Piet Mondrian

El calentamiento global, la sequía, los incendios, inundaciones y otras catástrofes naturales, unidas a las sucesivas guerras y a una desconocida y mortífera pandemia, llevaban a la Tierra a su final, y sus habitantes se organizaron para abandonarla.

Los científicos construyeron una nave inmensa, un nuevo Arca de Noé, con forma de cesta de mimbre, cubierta por una escafandra transparente y rodeada de gruesas cadenas.

Una sincrónica y potente pedalada de los más de doscientos millones de hombres y mujeres que iban a iniciar la aventura fue suficiente para que la potente dínamo de la nave pusiera en marcha el motor que la acercaría a su destino. Llegó, tal como estaba previsto, al polo sur del satélite una noche de luna llena. Una vez allí lo rodearon con una gran cincha metálica, con ocho ganchos distribuidos a lo largo de toda la circunferencia, en los que colgaron las cadenas que llevaban en el fondo de la nave; y asegurada la canasta lo trepanaron hasta ahuecarlo, encendieron los quemadores y con un gran fogonazo, comenzaron a desplazarse.

Mientras, los escasos habitantes que no pudieron embarcar, vieron como el inmenso globo aerostático luminiscente se alejaba, y la noche se hacía cada vez más oscura. 

sábado, 17 de octubre de 2020

Leyenda

Cabeza de mujer llorando, de Pablo Picasso
Cuentan que hace años las guerras, asesinatos y violencia eran terribles, y que la hambruna y las revueltas se extendían sin que ni un solo lugar, ni una persona se librara de ellas. Fue entonces cuando las autoridades de la ciudad crearon a La Llorona. Contrataron a una joven muy atractiva y motivada, y la sentaron en un trono dorado en la Plaza Mayor. Allí recibía las penas y el dolor que los ciudadanos le contaban. La Llorona los escuchaba con tanto sentimiento que recogía con sus lágrimas la aflicción del doliente y la hacía suya. Recibió historias de toda clase de desgracias y, con su llanto, liberaba de pesadumbre a la población, cada vez más liberada, gracias a ella del sufrimiento. Así, la antaño triste ciudad pasó a ser feliz, sin conciencia de padecimiento alguno, y La Llorona, a pesar de sus angustias, se sentía satisfecha viendo sonreír a la gente que paseaba reconfortada por la plaza.

            A la vista del éxito, en todas las ciudades, se fueron contratando Lloronas que, con mayor o menor éxito, conseguían un mundo más feliz.

            —Pero seguía habiendo guerras, hambre y enfermedades ¿no, abuelo? —interpeló el pequeño.

            Dicen que, aunque nunca desapareció la desgracia, se saboreaba la felicidad por todas partes. Si aparecía un hombre asesinado, el que lo descubría buscaba la Llorona más cercana y volvía feliz a casa; que si una joven era violada acudía a la Llorona. Así la facilidad del pueblo para olvidar las desgracias podía compararse con el deseo de la Llorona de cumplir su misión.

            —¿Y nunca se cansaba?

            —Sostienen que la Llorona de la Plaza Mayor fue la mejor, y que algunas llegaron a ser incapaces acumular tanta congoja. Entonces buscaban a otra llorona más eficiente para desahogarse —contestó el abuelo con paciencia.

            —¿Ponían entonces a otra llorona en su lugar?

            —Comentan que el mal siguió creciendo amparado en el poco impacto que tenía ya en una sociedad hedonista ajena al dolor, y que las lloronas cada vez tenían más trabajo. Bastaba la muerte del canario del pequeño, para que una la Llorona cargara con el dolor y el niño fuera tranquilamente a comprar otra mascota. Pero las lloronas disponibles eran cada vez más escasas y las más famosas cargaban con las penas de las más débiles, hasta no soportarlo.

            —Pues llegaría el momento en que desaparecieran, ¿no?

            —Refieren que al final solo quedó la de la Plaza Mayor. Había recogido el dolor de todas sus compañeras y, con ello, de toda la humanidad y que nunca dejó de llorar. Pero el mal existía, aunque el pueblo estuviera ajeno.

            —¿Pero nunca se cansaba? —insistió el niño.

            —He oído decir que nunca se agotó, pero tanto acumuló que llegó un día en que reventó de tanto dolor.

            —¿De verdad que una persona puede reventar?

Cuentan que explotó como una bomba. Dicen que en todo el planeta se vio la luz de la explosión. Sostienen que la gente estaba aterrorizada ante tantas desgracias. Comentan que el pueblo no paraba de llorar. Refieren que llegaron guerras, incendios, revueltas, terremotos y sequías interminables. He oído decir que, hace mucho tiempo, hubo un planeta llamado Tierra.

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viernes, 16 de octubre de 2020

Distinto (el inmigrante)

Mundo oculto, de Aurelio Suárez

Sus pupilas amarillo cadmio lo delataban. Paseaba por las calles, entraba en los bares e incluso participaba en los mentideros, pero no nos engañaba, sabíamos que era diferente. Desde que se inició el Programa para la Regeneración, Transmutación e Hibridación de Especies (PRTHE) nos acostumbramos a todo. A nadie le extrañaba ver a un joven con alas de gaviota, un ave con patas de zorro, un mamífero con piel de serpiente, o un reptil con el dulce rostro de una anciana. El programa había sido un éxito, se había salvado el ochenta por ciento de los animales en peligro y se habían creado otras familias nuevas, pero no se podían permitir errores, y era evidente que él lo era. No se había catalogado ninguna especie autóctona con las pupilas amarillas. Había que acabar con él.

viernes, 2 de octubre de 2020

Paseo Marítimo 23 - VI y último. El vecino del sótano

Un par de zapatos, de Vicent van Gogh

Melchor había alquilado un piso de vacaciones en el sótano del bloque de apartamentos, y le gustaba asomarse por el ventanuco que permitía entrar el sol y salir a las cucarachas y hablar con los zapatos de los y viandantes, aunque nunca le contestaran. El aislamiento que le condicionaba el habitáculo que había podido permitirse, no le preocupaba, ya que era un hombre con tendencia a la soledad y, por otra parte, los vecinos siempre parecían tener prisa a pesar de estar de vacaciones, y los que paseaban por el Paseo Marítimo, no se paraban o, si lo hacían, era para hablar con sus amigos. Es cierto que al principio intentó congeniar con alguno, incluso invitarlo a una copa en su casa, pero su aspecto desaliñado y modales poco refinados hacían que lo rechazaran o, al menos, eso pensaba él.

En poco tiempo ya localizaba a sus vecinos: los Martinelli granates de Manuel, limpios pero sin lustre, los refulgentes botines dorados de Mariano, las informales alpargatas negras y rojas ilustradas con frases de amor de Marcelino y María, las sucias botas Merrell de senderismo de Marcelino, las pezuñas impolutas de las jirafas, las chanclas de Marcelino y las deportivas gastadas de Moisés.

Todos, zapatos, botines, chanchas y el resto de las familias, lo miraban con curiosidad y, al verlo tan solitario, intentaban entablar conversación con él; pero como Melchor no entendía su idioma, nunca pudo responder. Un día, sus zapatillas, viejas, desgastadas y con la punta atravesada de tanto acariciarla en dedo del pie, se asomó a la ventana y, desde entonces, cada día se formaba un animado corrillo del que Melchor seguía ajeno, hasta que Manuel se agachó a ver qué pasaba, Mariano se sentó a ver la puesta de sol, Marcelino y María escribieron sus impresiones en las suelas, el faro las leyó y las tradujo a su personal lenguaje binario 1-0-0-1-1-0─, que Moisés trasladó a su amigo del primero. Marcelino lo escuchó atentamente y se volvió a Melchor con el mensaje que acabaría con su soledad: «Hola-0-0-¿Una-cervecita?-0».

viernes, 25 de septiembre de 2020

Paseo Marítimo 23 - V: El vecino del primero

Plata de la Costilla

Mateo había alquilado un piso de vacaciones en la primera planta del bloque de apartamentos, y le gustaba asomarse al balcón y hablar con un funcionario municipal encargado de la limpieza y mantenimiento de las farolas. Se llamaba Moisés y, en realidad, más que farolero ─como él se nombraba con cierto desprecio─, su vocación había sido la de farero.

Desde el punto en que coincidía con Mateo, la visión del faro de la localidad era magnífica y allí mantenía conversaciones continuas con él, ocasionalmente interrumpidas por las gaviotas que subían y bajaban, el retraso del ocaso por culpa del vecino del séptimo, las molestias del mayor de la familia de las jirafas que, harto de leer los cartelitos del quinto, ahora se empeñaba en aprender a interpretar los destellos de la luz.

El faro tenía un ritmo fácil de retener e interpretar, que Mateo había aprendido: 1-0-0-1-1-0; siendo 1 la luz y 0 el descanso. Que las lecturas que faro, vecinos, farolero y jirafa daban a las ráfagas y los silencios solo ellos sabían si eran reales.

1-0-0-1-1-0 ─saludo el faro.

Hola-0-0-¿Cómo-estás?-0 ─respondió el farero.

─Bien-0-0-buenas-noches-0.

─¡Farero!-0-0-¿Qué-dice?-0 ─intervino Mateo.

─Nada-0-0-solo-saluda-0.

─1-0-0-1-1-0 ─comentó feliz la jirafa, que creía entender algo.

No era sistema binario ni morse ni nada parecido, era solo una conversación marcada por los deseos de comunicarse y el sentido común.

Un día hubo un gran corte de luz en la ciudad. Moisés a la vista del fallo se quedó tranquilamente en su casa, a Mateo no le sonó el despertador eléctrico y se quedó dormido, la oscuridad rompió el periódico romance de los balcones del quinto y los ejercicios de lectura de la jirafa, y el faro lanzó un desesperado mensaje antes de quedarse sin energía, aunque nadie pudo escuchar sus últimas palabras: «1-0-0-1-1-0; 1-0-0-1-1-0; 1-0-0-1-1-0; ¡Cuidado-0-0-hay-rocas! -0! ¡Atención-0-0-gran-marejada-0», a las que el eco replicó desde un barco mercante «1-0-0-1-1-0; 1-0-0-1-1-0; 1-0-0-1-1-0; SOS-0-0-SOS-SOS-0; SOS-0-0-SOS-SOS-0».

sábado, 19 de septiembre de 2020

Paseo Marítimo 23 - IV: El vecino del tercero

Jirafas. Pintura rupestre

Marcial había alquilado un piso de vacaciones en la tercera planta del bloque de apartamentos y, aunque le molestaba el ir y venir de las gaviotas al balcón del noveno y los soliloquios de su vecino del séptimo, le gustaba asomarse al balcón y hablar con una familia de jirafas que disfrutaban de su veraneo en la playa.

            El grupo familiar, formado por el matrimonio, el abuelo y cinco retoños, resultaba muy molesto para la población, y. especialmente, para Marcelino el vecino del quito y su amiga del bloque contiguo, ya que el mayor de los hijos se había empeñado en aprender a leer en los mensajes que cada día colgaban de su ventana.

─Los hosteleros decía Papá Jirafa─ se quejan del tamaño de nuestras pezuñas y de la visión incómoda que ofrecen nuestras partes nobles desde las terrazas de los bares, los empleados de la limpieza del tamaño de nuestras moñigas, y los usuarios de que cuando nos tumbamos ocupamos toda la playa; pero es que no hay ropa, ni servicios, ni espacios reservados para nosotros.

Marcial le preguntó qué porqué no volvían a su tierra y el abuelo le contestó que su vida allí corría peligro con los furtivos, que aquí estaban más tranquilos, aunque tenían miedo de que algún desaprensivo los cazara para un circo, especialmente desde que okuparon la letra A del bajo, primero, segundo, tercero y cuarto de un bloque cercano y rompieron el suelo de cada planta para poder entrar. Los vecinos de las puertas B, C y D están indignados. Marcial no sabía cómo aconsejarles ─-para él las costumbres de las jirafas y la legislación que las ampara era totalmente desconocida─, pero se propuso ayudarlos buscándoles trabajo.

Ha pasado el tiempo y el abuelo trabaja de vigilante de la playa; el padre es representante de su mujer ─modelo de alta joyería especializada en collares y pendientes─, su hijo mayor es escritor y periodista, y los pequeños van a la escuela con gran aprovechamiento y éxito en las pruebas deportivas. Con sus ahorros se han comprado las cuatro plantas del edificio okupado, son respetados por sus vecinos y mantienen la amistad con Marcial que cada verano vuelve y se reencuentra con ellos. Todos están bien, salvo el hijo mayor que, de tanto agacharse y girar para leer los carteles de a Marcelino y María, se produjo una hernia cervical, la enfermedad más temida por las jirafas.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Paseo Marítimo 23 - III: El vecino del quinto

La condición humana, de René Magritte 

Marcelino había alquilado un piso de vacaciones en la quinta planta del bloque de apartamentos, y le gustaba asomarse al balcón y mirar a la joven del quinto del bloque veintiuno. Lo hacía cada día disimuladamente, cuando el sol la iluminaba distraído hablando con el vecino del séptimo.

Un día notó que ella le hacía señas, cogió los prismáticos y la vio en la ventana, hermosa, sonriente, y con un cartel en la mano que decía: «Hola, me llamo María». Sin dudarlo, él contestó con otra nota escrita en un cartón: «Hola, soy Marcelino».
Ese fue el comienzo de una larga amistad a distancia, con mensajes del día a día, historias, juegos, fantasías, guiños y cotilleos, hasta que un día ella escribió: «¿Quedamos esta noche en el paseo?», Marcelino respondió con un gran «sí» en mayúsculas y remarcado en rojo.

Poco después ambos estaban en la puerta de sus respectivas casas. Ella alta, algo ancha de caderas rubia, de unos cuarenta años, y con una sonrisa arrebatadora; él algo achaparrado pero atractivo y con una mirada azul cautivadora. A pesar de reconocerse, no dieron el paso. Ella disimula hablando por teléfono mientras él encendía y apagaba cigarrillos de manera compulsiva, hasta que agacharon la cabeza y volvieron a sus casas.

Un lacónico mensaje colgado del balcón de María fue lo primero que Marcelino vio al despertarse al día siguiente: «Mejor otro día».

Desde entonces se comunican a diario con carteles cada vez más elaborados«te quiero», «no podría vivir sin ti», «si no veo tu saludo» y «tu sonrisa el mundo oscurecerá»─, pero también, cada verano, más distantes en el tiempo, hasta ser solo un recordatorio de fechas importantes ─«Feliz cumpleaños» o «feliz aniversario»─, normalmente adornados con dibujos de flores o una tarta con velitas recordando su primer encuentro.

            Hoy la casa Marcelino está vacía y de su balcón cuelga un anuncio con el texto «se vende». A María, con los años, la vista no le llega. 

jueves, 10 de septiembre de 2020

domingo, 6 de septiembre de 2020

Paseo Marítimo 23 - II: El vecino del séptimo

Atardecer en el puerto, de Stephen Robert Koekkoek

Mariano había alquilado un piso de vacaciones en la séptima planta del bloque de apartamentos, y le gustaba asomarse al balcón y tomarse una cerveza cuando el sol se ponía para hablar con él y despedirse hasta el día siguiente. Se quejaba siempre de las molestias que le causaban las alborotadoras gaviotas que subían a hablar con el vecino del noveno, pero procuraba obviarlas.

Le contaba sus cosas, cómo había ido el día, lo qué había almorzado, las peleas con su jefe, en fin, su rutina diaria. Lorenzo, que así lo llamaba, por su parte contestaba a su manera, se ponía excepcionalmente rojo cuando algo iba mal, se tapaba con un nimbo una parte para guiñarle y desearle suerte, se ocultaba tras las nubes cuando algo le disgustada, o se teñía de vivos tonos naranjas y amarillos los atardeceres de sueños de amor imposible con Catalina, a la que nunca podía alcanzar.

Se hicieron muy amigos. Nunca faltó Mariano a su cita con el ocaso, que cada día le gustaba más, y finalmente supo, pasados los años, que a Lorenzo también le gustaba acompañarlo en su crepúsculo.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Paseo Marítimo 23 - I: El vecino del noveno

Gaviotas, de José Luis Barcelona
Manuel había alquilado un piso de vacaciones en la novena planta del bloque de apartamentos, y le gustaba asomarse al balcón y hablar con las gaviotas. Ellas se quejaban de su dependencia del viento, que si remolinos para subir y buscar, que si racheado pasa bajar y alimentarse. De broma, le respondía que él tampoco estaba libre, que dependía del ascensor para salir comprar o volver a la casa y comer.

Un día, expuestas sus razones, decidieron intercambiarse. Él, durante un tiempo, se sintió libre y feliz, jugando con el viento y disfrutando del paisaje mientras se dejaba llevar por la brisa marina. Ella, por otra parte, cada vez se parecía más a Manuel.

viernes, 28 de agosto de 2020

Vacaciones de verano - y IV: De viaje

Volkswagen, de María Fonseca

Ese año el matrimonio y su hijo alquilaron un coche para dar la vuelta al mundo, pero como tenían poco dinero, solo pudieron disfrutarlo una semana. Decididos como estaban a cumplir su objetivo, hicieron el viaje a cuatrocientos veinte kilómetros hora, sin parar ni un solo momento, durante los siete días que duró su viaje de setenta mil kilómetros, y regresaron justo en el momento en el que el rent a car cerraba.

Al levantarse al día siguiente los tres se juntaron para desayunar y hacer un pequeño diario de su travesía en el que reflejaron su hazaña: Hemos dado la vuelta al mundo, algún día volveremos a hacerlo, dicen que es precioso.

viernes, 21 de agosto de 2020

Vacaciones de Verano - III: De aventura

Dos leones en la jungla (detalle), de Henri Rousseau
Ese año el matrimonio y su hijo alquilaron una cabaña en un misterioso poblado situado en lo más profundo del África subsahariana. La zona se había puesto de moda para los aventureros que deseaban conocer a los animales de la zona y, en algunos casos, cazarlos para llevar sus cabezas al salón de su casa o simplemente por puro placer. Pero ese no era su caso, ellos solo querían entrar en contacto con la fauna local y disfrutar de la naturaleza virgen.

El jefe de la tribu, un emprendedor con buenas intenciones pero pocos recursos, no tenía personal para atender a los turistas que, cada año más, llegaban al poblado; así que decidió reunir a un miembro que cada especie animal y les enseñó a hablar para que atendieran personalmente —si es que se puede decir así— a cada visitante.

La idea en principio fue un éxito, pues los alumnos parecían muy motivados con su nuevo cargo y las posibilidades que se le abrían para el futuro, pero duró muy poco, ya que enseguida prefirieron hablar entre ellos y contarse sus cosas, antes que atender a los viajeros, siempre con prisas, tan aburridos y repetidos con sus historias y preguntas insulsas.

domingo, 9 de agosto de 2020

Vacaciones de verano - II: A la montaña

Campos de Alcaudete, de Alfonso Parras
Ese año el matrimonio y su hijo alquilaron una casita rural en un aislado pueblo de montaña de once habitantes: el dueño de la casa y su mujer, dos agricultores, una pareja de hippies y sus tres retoños, una viuda loca y el alcalde. Como eran los primeros turistas que visitaban la aldea, los miraban con curiosidad, a veces con cierto descaro que llegaba a resultar molesto. La primera noche que pasaron allí llegó a ser algo angustiante, ya que se dieron cuenta que escudriñaban a través de los visillos de la ventana o entre las lamas de las persianas. Cerraron la casa a cal y canto y por miedo, quizás inmotivado, no volvieron a salir.

Pocos días después, una mañana, llegaron al pueblo otra pareja, con su hija pequeña y la abuela, para para disfrutar de la tranquilidad del pueblo, con sus típicas casitas, magníficas vistas de la montaña, y sus catorce habitantes.

viernes, 31 de julio de 2020

Vacaciones de verano - I: A la playa

Plata de Villerville, de Carlos de Haes
Ese año el matrimonio y su hijo alquilaron un apartamento en un pequeño pueblo costero. Ocupaba la novena planta de un edificio situado en pleno paseo marítimo, lo que les permitía disfrutar de unas espectaculares puestas de sol, distintas a las de cualquier otro litoral ya que, por caprichos de la naturaleza, en esta villa, la arena es líquida y el agua una brillante capa sólida azul ultramar. Esa curiosa realidad permite que la luz del sol, en el momento del ocaso, se refleje en el agua y la arena, y adorne el cielo como un lienzo cerúleo con irisaciones añiles y oro.

En la playa está prohibido bañarse, ya que nadar en arena líquida es un riesgo inexplorado y el mar, dadas las características de su superficie, resbala los días de calma y se transforma en una peligrosa sucesión de afiladas aristas cuando el viento hace crecer las olas.

El problema es que nadie lee los avisos de peligro y cada año son muchos los que se ahogan en la orilla, especialmente ancianos con poca resistencia física y niños que no saben nadar y, aunque para ellos, en su cómoda novena planta, esto fuera un motivo de entretenimiento en las largas tardes estivales, le propusieron al alcalde que pusiera puentes en la arena y alfombras en el agua. Contestó el edil que estaban locos, que la ciudad perdería parte del turismo que atraía esta anomalía de la naturaleza, lo que sería un desastre para las arcas municipales.

Cada tarde se sentaban en la terraza para ver el espectáculo, solo estropeado por los ocupantes de las pateras que llegaban por la mañana después de atravesar el estrecho eran arrastrados por las procelosas arenas de la orilla hasta el paseo marítimo y allí silueteaban en negro el horizonte. 


sábado, 25 de julio de 2020

El benjamín

Don Quijote, de Honoré Daumier

Manolito tenía nueve años y era el menor de cinco hermanos. Su padre, un hombre arrogante y malhumorado, parecía que disfrutaba presentándolos a sus amigos cuando se juntaban: José maestro, Pedro médico, Juan dueño de una zapatería, Felipe en segundo de arquitectura, y Manolito tonto. Ya se había acostumbrado al desprecio y, a veces, incluso pensaba que tenía razón. Cuando se miraba al espejo contrahecho, enano, gibado y siempre con un hilo de baba resbalando desde la comisura del labio, se decía «eres tonto».
            Nunca fue al colegio ni salió solo a la calle, y no tuvo amigos. Solo convivía con su padre y Felipe, el único de sus hermanos que seguía en la vivienda familiar. Poco a poco se fue refugiando en su cuarto, y allí disfrutaba de la lectura de cuentos y novelas de aventuras en las que él alto, corpulento y bien parecido, era el protagonista. Cuando no leía se dedicaba a su otra afición, jugar con lo que él llamaba sus tesoros, que guardaba en su armario bajo llave. Allí había acumulado los más diversos objetos que, por un u otro motivo, le habían llamado la atención y le servían para soñar con su otra vida de valiente aventurero. Tenía juguetes de su infancia, una escoba pintada con purpurina, una vieja navaja, lápices de colores, una bacinilla dorada, y disfraces de indio, de vaquero, de astronauta y de príncipe, entre otras cosas.
            Un domingo en que su padre y Felipe lo dejaron solo, aprovechó para abandonar su territorio y disfrutar del salón. Salió del cuarto montado en su caballo de madera —Rocinante—, se puso la bacinilla a modo de casco, sujetó su escoba a la que ató una navaja, se ciñó la armadura de romano, y cogió la espada láser que le habían regalado en su último cumpleaños. Bien pertrechado, sin bajarse del caballo, a las tres en punto de la tarde, encendió la televisión, sintonizó las noticias, y atacó decidido al mundo.

sábado, 18 de julio de 2020

Elegía amarga

Grabado, de Ezequiel Barranco Reina
La recopilación de todos sus escritos, hoy desaparecida, se editó en dos volúmenes de similar grosor.
La portada del primero se acabó en cuero granate repujado con árboles, gorriones, la luna y varias estrellas. En el centro, en letras doradas, el título —Obras completas. Tomo I— y el nombre del autor. Todas las cubiertas estaban ribeteadas con hojas de acanto en oro viejo. En el interior, con perfecta caligrafía, la primera parte de su obra. Las hojas, de fino papel estucado, resaltaban la perfecta impresión del texto y del ribete dorado de hojas de parra que lo encuadraba. En la solapa, una sucinta biografía inacabada.
El segundo volumen era más sencillo. El cuero liso de las cubiertas, hacía destacar el título —Obras completas. Tomo II—, sin más adornos que desviaran la atención. La solapa estaba vacía. Las hojas, de blanco satinado y ribeteadas con hojas de parra no coloreadas, solo visibles por un fino relieve níveo, no contenían palabra alguna.
El armiñado y suave tacto de cada página, hacía que se pasaran con atención hasta el final. En la hoja de cortesía, sobre el albo plano, destacaba en luctuoso azabache: Federico García Lorca 1898-1974.

sábado, 11 de julio de 2020

Culpa

Noche de verano, de Piet Mondrian
Arrancó y salió a toda velocidad.

Llovía, la noche era un manto oscuro, y las nubes ocultaban la luna triste del remordimiento y la estrella ensangrentada de su mujer.

En plena curva se encontró con la mirada con que ella, implorante y asustada, lo marcaba con el recuerdo ácido del alcohol y la sangre.

No frenó.


lunes, 6 de julio de 2020

Correspondencia

La carta, de Ángel Mateo Charris
Suscribo totalmente lo escrito. Es cierto que, tal como dice, estoy muerto, aunque obvió en la misiva, que fue usted el que me mató. Entiendo su interés en ocultarlo y, al tiempo, agradezco que lo comunicara, lo que ha permitido un entierro digno para mi persona, y el consuelo para mi querida familia.
Reitero mi agradecimiento, y le envío una inoportuna avería en el freno de su vehículo.
Sin otro particular, quedo en espera de una pronta reunión.

viernes, 3 de julio de 2020

La vida breve


Madre y bebé, de Lilla Cabot Perry
Jorgito Frederic Cruz-Aycart Kittel nació el día 1 de julio de 1964 y murió ese mismo día por la noche.
            
Desde su más tierna infancia recibió el benéfico influjo de la polonesa trágica de Chopin, que su madre, Doris Kittel, interpretaba de forma magistral con su piano de cola mignon. Mientras, su marido, don Jorge Cruz-Aycart leía en el diario las noticias, centradas por esas fechas en los fastos de celebración de los Veinticinco Años de Paz. La luz del sol tamizada por los visillos acariciaba el rostro algo amarillento del pequeño.
            —Parece que tiene mejor color ¿verdad?
            —Si cariño, eso parece.
            
El tic-tac del reloj derramaba campanadas, y Jorgito buscaba con ansiedad el pálido pecho de su madre, que lo acogía con cariño en su regazo disfrutando de las muecas, que ella interpretaba como sonrisas. Mientras, el padre comentaba las noticias deportivas remarcando la lucha del Real Madrid por conseguir su quinto campeonato de liga consecutivo. La ventana abierta hacía volar los visillos al ritmo de los preludios con los que ella acariciaba la tarde.
            —Mira cariño, me ha sonreído.
            —Sí, ya veo.

Más tarde, Enriqueta, la chica de servicio, llevaba al retoño a su cunita tras haber recibido los besos de su madre y la bendición de su padre, y cerraba la ventana para evitar que el relente de la noche hiciera daño a la criatura.
            —¿Quieres una copa?
            —Bueno —respondió cerrando el periódico, tras leer los anuncios por palabras.
            Terminada la cena Jorgito dejó bruscamente de llorar.
           
Doris se acostó a dormir, don Jorge apagó la radio, Enriqueta se recogió en su dormitorio y Jorgito se convirtió en una foto enmarcada en plata sobre la chimenea.
            El nocturno de Chopin hizo más oscura la noche.

viernes, 26 de junio de 2020

El espantapájaros

Maizal, de Berthe Morisot

La plantación de maíz se extendía hasta perderse en el horizonte.

―El maizal está llorando ―Pensé.
―Un maizal no llora ¿Cómo puedes pensar eso?
―No sé, pero está llorando ―contesté.
―Eso es imposible.
―No, escucha.
―Debe ser la brisa sobre las hojas secas.
―No, la calma es absoluta.
―Bueno, admitámoslo. ¿Por qué o por quién va a llorar un maizal?
―Creo que por mí.
―¿Tan importante te crees para conmoverlo?
―Desde que estoy aquí no para de llorar.
―¿Qué motivos tiene?
―Mi soledad. pienso que llora por mi soledad.

Anocheció y hacía frío, y yo seguí hablando con el viento.

sábado, 13 de junio de 2020

Sin pecado

Adán y Eva, de Raffaello Sanzio

Las guerras, los accidentes, los abusos de alcohol y drogas, la mala alimentación, y una cierta alteración genética no conocida, habían tenido especial incidencia en el género masculino, hasta el punto de que en todo el mundo quedaban poco más de diez docenas de varones, perfectamente localizados, pero que, en su mayoría, ya habían superado la edad fértil.
            En esa situación, era de prever que el fin de la raza humana llegara en unas pocas décadas. Fue entonces cuando Dios decidió intervenir. Cogió a la hermosa Aroa —una mujer de gran inteligencia y voluntad—, hizo cayera que en un sueño profundo y, mientras dormía, tomó una de sus costillas y con eso, creó al hombre, al cual llamó Asier, que significa principio.
            Asier fue feliz con su única función procreadora, que desarrollaba con absoluta perfección. Pero no se conformaba y siempre andaba buscando nuevas experiencias. Un día se adentró en el paraíso y se acercó a un árbol que, rodeado por una empalizada, estaba especialmente protegido. Allí vio como una serpiente, con su insinuante silbido y grandes pechos, le ofrecía una manzana. Sin dudarlo, cogió el fruto y fue a buscar a Aroa, su preferida entre todas las mujeres.
            —¿Quieres, Aroa? Mira que pinta tiene le dijo.
            —¿Tú estás tonto o qué? —contestó ella al tiempo que se daba la vuelta indiferente.

Así empezó una nueva era, sin maldiciones y con el pan gratis para toda la humanidad.

viernes, 12 de junio de 2020

Oración


El Ángelus, de Jean-Francçois MIllet
Bendice, Señor, a los pobres de espíritu, que tienen que esperar al reino de los cielos; a los mansos que no son capaces de hablar y callan; a los poetas ciegos que huelen el verso; a los que nunca se sacian; a los músicos que derraman su amor en escalofríos y misericordia; a los pintores ciegos que colorean sus sueños; a los que esperan sin ser llamados, a los pacíficos e iracundos, que beben del cáliz de la paciencia y lo desechan cuando se acaba; a la justicia y a los perseguidos, para que compartan aventuras; a los soldados que vuelven a casa con la cartuchera llena y la camisa limpia; al gusano que se entrega al polluelo y, bendice Señor, a los que en la mesa bendicen a las letras, a la curiosidad, a la inspiración y al final de una historia que no tiene fin.

Bendice a los que te bendicen, a los que te olvidan, a los que te ignoran, a los que te maldicen, como ellos han sido olvidados, ignorados y malditos.

Bendice el pan de cada día, pero dánoslo a comer.