Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

sábado, 27 de febrero de 2021

Superman (Serie cine y reencarnación - I)

Superman. Fotograma
Me crucé con él sin prestarle demasiada atención pero se puso delante de mí y me preguntó si sabía dónde vendían kriptonita.

Me extrañó y pensé que podía ser que estuviera de pitorreo o que era el reportero de un programa de esos de cámara oculta, aunque su aspecto desaliñado, el abandono que manifestaba su ropa raída y sucia, y su evidente timidez no cuadraban con la imagen que esperamos de un bromista o un periodista. Él me miraba y me requería una respuesta. Ante mi silencio, volvió a hablar.        

―Verá, buenas tardes, soy Supermán y la necesito, aunque sea un pequeño trozo.

―¿Supermán? ¡Venga ya!

―Perdone, me voy a explicar, fallecí tras un contacto con la dichosa piedra y me he reencarnado. Me conocen como Pepe Pérez, pero yo sé que soy quien soy.

―Sí, ya, Supermán.

―Bueno, en realidad, como le digo, Pepe Pérez. No soy ya un héroe, pero sí una buena persona.

―Sigo sin creer esa locura ¿Puede demostrarlo? ―le pregunté para no parecer descortés.

―No, no vuelo, mi visión es normal y he perdido todos mis poderes. A cambio, me considero bondadoso, ayudo al que puedo, comparto mi comida con quien no tiene y, sobre todo, me empeño en no hacer mal a nadie. La gente del barrio me conoce y me quiere. Esos son mis poderes.

―Entonces ¿para qué quiere la Kriptonina?

            ―Solo para restregármela y demostrarle al superhéroe que fui, que soy mejor que él.  

sábado, 20 de febrero de 2021

Hermanas

Mujeres asistiendo un parto. Iluminación medieval
Pudieron ver la luz. Tan potente era que laceraba sus ojos temerosos, sus miradas ciegas era incapaz de llorar, de reconocer un color que no fuera negro sanguinolento, traslúcido. Su vida había sido tranquila hasta aquel día, cuando tuvieron que cruzar la frontera, esa línea que deja atrás el ayer, que abre el mañana.

Al otro lado escuchaban voces amables y reconocibles, porque oían y sentían, aunque lo negaran los sabios escépticos, los tontos incrédulos.

Macarena aún recuerda la paz del sueño sereno, el brusco y doloroso despertar, sus compartidos latidos desbocados… y el fulgor. Violentas y dolorosas sacudidas la impulsaron al exterior, al más allá del contorno de silencio amable, hacia el inicio de la autobiografía. Carmen dormía. Macarena encontró el aire necesario para su existencia. Carmen ahogó su voz silente, cansada.

            Quisieron salir a la luz mientras la madre luchaba por abrirles el paso y acogerlas. La amable burbuja amniótica estalló. Macarena cruzó la raya a la vida mientras Carmen se ahogaba en meconio. La piedad besaba y lloraba en confuso dolor. Macarena pudo escuchar un quejido inaudible. Carmen calló.

sábado, 13 de febrero de 2021

Náufrago

Los acantilados de Etretat, de Gustave Coubet

Se levantó para colocar bien la marina que adornaba la pared del salón y que se había escorado; y comprobó que el mar desaparecía entre las rocas y el barco había encallado en la parte inferior del lienzo. Con el esfuerzo y las cataratas de sus noventa años bien cumplidos, pensó que todo sería producto de un sueño o de una jugarreta de sus ojos cansados, y que el barco seguía a flote, pero al volver a la butaca notó que sus pies estaban mojados.

Tras la ventana abierta, el temporal arreciaba mientras él se adormecía.

sábado, 6 de febrero de 2021

New age

Gasolinera, de Edward Hopper

Sentado sobre su Harley Davidson, sin dejar de mascar un palillo de dientes, observaba displicente a la joven que, rubia, joven y descarada, le pedía un chupa-chups apoyada en un Mustang 1969 aparcado en la gasolinera.

La dama se le acercó dejando ver su muslo rutilante bajo la falda roja que se abría a las miradas soñadoras. Detrás, una pandilla de sucios y malencarados trotamundos, mascaban chicles y ramitas de maíz sin apartar los ojos de la joven. Él se llevó la mano a la cartuchera, con parsimonia, y antes de que nadie pudiera reaccionar, sacó su celular y marcó decidido los nueve números de la cafetería de la estación.

En pocos minutos Hui Ying sacó dos litros de refresco de naranja y cervezas sin alcohol a cuenta del bar, pero eso no bastó para aliviar la tensión, que inevitablemente acabaría un duelo. Cuando nuestro protagonista ganó el lance de piedra, papel y tijera, y eliminó a los indeseables, nada pudo impedir que juntos emprendieran un viaje el lejano oeste, se casaran y fundaran una familia feliz con siete retoños.