Pudieron ver la luz. Tan potente era que laceraba
sus ojos temerosos, sus miradas ciegas era incapaz de llorar, de reconocer un
color que no fuera negro sanguinolento, traslúcido. Su vida había sido tranquila
hasta aquel día, cuando tuvieron que cruzar la frontera, esa línea que deja
atrás el ayer, que abre el mañana.Mujeres asistiendo un parto. Iluminación medieval
Al otro lado escuchaban
voces amables y reconocibles, porque oían y sentían, aunque lo negaran los
sabios escépticos, los tontos incrédulos.
Macarena aún recuerda la
paz del sueño sereno, el brusco y doloroso despertar, sus compartidos latidos
desbocados… y el fulgor. Violentas y dolorosas sacudidas la impulsaron al
exterior, al más allá del contorno de silencio amable, hacia el inicio de la autobiografía.
Carmen dormía. Macarena encontró el aire necesario para su existencia. Carmen
ahogó su voz silente, cansada.
Quisieron
salir a la luz mientras la madre luchaba por abrirles el paso y acogerlas. La
amable burbuja amniótica estalló. Macarena cruzó la raya a la vida mientras
Carmen se ahogaba en meconio. La piedad besaba y lloraba en confuso dolor.
Macarena pudo escuchar un quejido inaudible. Carmen calló.
Muy bien narrado Eze. Lo que pasa es que no es un cuento sino, a veces, triste realidad.
ResponderEliminarEl ginecólogo tiene cita el martes en la sala XIII del juzgado.
Todos los cuentos nacen de una realidad, vivida o imaginada, pero real. Enfrentarse a dos situaciones tan opuestas supongo que será de una dificultad terrible.
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