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Los acantilados de Etretat, de Gustave Coubet |
Se levantó para colocar bien la marina que adornaba la pared del salón y que se había escorado; y comprobó que el mar desaparecía entre las rocas y el barco había encallado en la parte inferior del lienzo. Con el esfuerzo y las cataratas de sus noventa años bien cumplidos, pensó que todo sería producto de un sueño o de una jugarreta de sus ojos cansados, y que el barco seguía a flote, pero al volver a la butaca notó que sus pies estaban mojados.
Tras la ventana
abierta, el temporal arreciaba mientras él se adormecía.
Jejeje.
ResponderEliminarHabía escape pictórico o prostático.
La lluvia, la ventana abierta, la imagen -onírica o real- del cuadro escorado y la soledad de sus pies mojados en esa estancia que es todo su mundo... es su realidad
EliminarBrillante!
ResponderEliminarGracias.
EliminarBrillante, Mudito.