Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

lunes, 30 de diciembre de 2019

Navidad de 2067 (Navidad - III)

Boodegón con cuatro racimos de unas, de Juan Fernández "El Labrador"

Cuando llegué estaban poniendo la mesa para cenar. Los abuelos adaptaron el menú de Nochevieja a las nuevas circunstancias, sobre un hule dispusieron el menaje de plástico para recibir las viandas: Entrantes variados de polietileno, latas diversas, envoltorio aromatizado con pata de cordero para el plato principal, papel de plata para los postres, capsulas de café, y doce bolitas de papel de aluminio para las campanadas.
Los ancianos, que añoraban los sabores de antaño y se conformaban con sus recuerdos y nuestra presencia, o eso nos hacían creer, se tomaron a escondidas las doce uvas que habían conseguido de estraperlo. El certificado de defunción era claro: Intoxicación alimentaria.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Navidad en San Lázaro (Navidad - II)

En el ala de Cuidados Paliativos del Hospital de San Lázaro de Sevilla, el personal ha instalado un Belén con materiales médicos de deshecho (Bote antiséptico para la Virgen, de suplemento hiperproteico san José, de complejo vitamínico el Niño, depresores para el puente y el pozo, comprimidos para las flores...). Este villancico es un pequeño homenaje a los "Ángeles Blancos" que allí trabajan.


Belén de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital de San Lázaro

El camino era largo y penoso, pero el final de aquel pasillo infinito estaba cerca. La noche era clara y los grandes ventanales permitían ver la estrella que les alumbraba y allí, en una humilde villa que parecía hecha de cartón, se pararon a descansar.

La Virgen llegó sudando caminito de Belén
y los ángeles blancos la perfumaron con su fe.
Ande, ande, ande la marimorena
que María sonríe al ver a gente tan buena.

Desde aquella esquina se veían las puertas de las habitaciones de los demás habitantes del pueblo, cada uno con su historia, con su pena y su dolor, y también con su orgullo, con su pasado y sus esperanzas.

San José perdió el zurrón caminito de Belén
y los ángeles blancos le dieron despacito de beber.
Ande, ande, ande la marimorena
que José sonríe al ver a gente tan buena.

Algunos se acercaron a ver a los recién llegados con curiosidad, otros les entregaron sus penas, sus alegrías, sus miedos y sus consuelos. Otros no pudieron verlos, pero soñaron con ellos.

El Niño lloraba de hambre caminito de Belén
y los ángeles blancos le hicieron de comer.
Ande, ande, ande la marimorena
que el Niño sonríe al ver a gente tan buena.

En Navidad recibieron visitas de sus familiares y amigos, de médicos, enfermeros, auxiliares, celadores, pinches, voluntarios, limpiadoras y pastores de buena voluntad.

El río se ha desbordado caminito de Belén
y los ángeles blancos lo arreglan con madera del almacén.
Ande, ande, ande la marimorena
que un pescador sonríe al ver a gente tan buena.

El almuerzo de Navidad fue especial y, aunque no era comida de reyes, el esmero y cariño con que lo prepararon y con que lo compartieron, hizo que todos se sintieran como en casa. El beso superó al vaso y el abrazo al almuerzo.

Una pastora tuvo fiebre caminito de Belén
y los ángeles blancos de dieron flores que le sentaron muy bien
Ande, ande, ande la marimorena
 que la pastora sonríe al ver a gente tan buena.

Terminada la Navidad, la Sagrada Familia se fue a seguir su camino, y en la aldea dejaron, para que los repartieran, los regalos que le habían traído los ángeles blancos: Batidos, calmantes, antibióticos y otros medicamentos, jeringas, agujas y material de curas, depresores, nebulizadores y sueros, algodón y vendas; y se llevaron el cariño de todos los que vivían allí.

Los ángeles blancos los despidieron caminito de Egipto
y el Niño, feliz, agradecido, al marcharse los bendijo.
Ande, ande, ande la marimorena
que todos sonríen al ver a gente tan buena.

El pasillo quedó en silencio y los ángeles blancos siguieron haciendo su trabajo. Saben que pasarán los años y deberán volver a consolar al Niño, ayudarle a llevar su carga y curarle las heridas.

la Nochebuena se viene
La Nochebuena se va…

lunes, 23 de diciembre de 2019

Noche de Paz (Navidad - I)

Esta noche es Nochebuena, de Joaquín Sorolla

Cogió el primer tren de vuelta a casa, aunque nadie lo esperaba. Sabía que su mujer nunca le había perdonado lo que pasó la última Nochebuena. Aquella noche bebió más de la cuenta y ella se lo echó en cara, no pudo contenerse. Había pasado un año y era hora de volver a casa, las fiestas navideñas siempre son un buen momento para el reencuentro, para la reconciliación y para hacer nuevos propósitos.
Aunque no había vuelto a beber desde aquella noche, se tomó unas copas para animarse —Será una sola, se controlarme, se dijo—. La puerta estaba abierta, dudó, terminó la botella y entró. Ella intentó escapar pero la empujó contra la pared y la mandó callar, gritaba y le tapó la boca, le dio una bofetada, estaba histérica, tenía que tranquilizarla.
—Te quiero, le dijo, escúchame, esta Navidad será todo distinto, palabra.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Guerra (Serie mis cuadros - y 49)

Catedral de Jaén

El cabildo catedralicio, a la vista del cariz que estaba tomando la situación, tomó una decisión valiente e inesperada: Le quitaron a san Fernando la espada y le ofrecieron un móvil con tarifa plana y datos ilimitados. En la fachada barroca, la pétrea figura del santo, se sentó en la bola del mundo y comenzó a hacer llamadas a los principales protagonistas del litigio, que tenía en vilo a la población, para buscar una salida pacífica y evitar así una nueva cruzada, pero todo fue inútil y las partes siguieron enfrentadas.
En una nueva reunión del cabildo, a las que invitaron a representantes de los distintos poderes enfrentados, devolvieron la espada a san Fernando y sacaron en procesión a Santiago.
Las campanas comenzaron entones a tañer sin descanso, los almuédanos llamaron a la oración y, en todas partes se oyeron los gritos de los militares y las arengas de los muyahidines.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Perdida en la ciudad (Serie mis cuadros - 48)

Sevilla desde la Giralda

Piensan que siempre estamos ahí, aunque a veces, en la casa, de noche o un día nublado, desaparecemos; y puede ocurrir que ya no nos recuperen. Son tan insensibles que no llegan a echarnos de menos, y el resultado es que el mundo está lleno de hombres sin sombra y sombras sin dueño.
Cuando perdí a mi dueña, hace ya muchos años, me mantuve escondida un tiempo, procurando no pasar por espacios abiertos en los que el sol pudiera revelar mi presencia, pero pasados los días decidí salir a buscarla, aunque nunca la encontré. Anduve por las calles, me crucé con alguna persona que había notado que ya no le acompañaba su imagen, e incluso me topé con un joven que se fijó en mí y se acercó; pero no formábamos una pareja creíble y desistió.
Desde entonces me han visto deambular solitaria, a mí y a otras como yo. Aparecemos en cualquier esquina al atardecer, nos llaman fantasmas.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Ícaro (Serie mis cuadros - 47)



Puente de Triana. Sevilla
Detrás del puente, la luz artística de los monumentos iluminaba el margen del río y cegaba las estrellas de una noche si nubes ni luna. Debajo el agua corría mansa entre los pilares irisando la luz de las farolas y la imagen del joven que se mantenía quieto, incluso desafiante, subido en la baranda, mirando al frente, ajeno a lo que ocurría alrededor.

Por la calzada, algunos se paraban curiosos o alarmados, otros pasaban de largo o, como mucho, miraban de forma desinteresada.

—¿Qué hace? —murmuraban voces cercanas a sus espaldas.
—Habrá que sujetarlo, está loco —gritaba un anciano acobardado.
—¿Es que nadie va a hacer nada?
—¡Dios mío!
—¡Qué alguien llame a la policía, o a los bomberos!

Debajo del puente, una pandilla, alguna pareja y un par de mendigos que intentaban coger el sueño sobre sus cartones.

—¡Mira, ese tío se va a tirar! —gritó un joven al tiempo que le llenaban el vaso.
—Pues venga, lléname el vaso, a ver que hace.
—No mires, cariño —dijo el joven al tiempo que le tapaba los ojos y la boca.
—¡Venga, tírate ya o vete! que no hay quien duerma entre los niñatos y tus tonterías.
—¡Vaya capullo!

Fue entonces cuando desplegó sus alas y salió volando. Los paseantes y los curiosos volvieron a sus quehaceres, las pandillas a sus asuntos, las parejas a sus ternuras y los mendigos a la poltrona.

Conforme se acercaba el día, temiendo que el sol derritiera sus alas, nuestro hombre decidió volver a descansar, esta vez en un campanario.

En la plaza, algunos se paraban curiosos o alarmados, otros pasaban de largo o, como mucho, miraban de forma desinteresada.

—¿Qué hace? —murmuraban voces cercanas al pie de la torre.
—Habrá que sujetarlo, está loco —gritaba un anciano acobardado.
—¿Es que nadie va a hacer nada?
—¡Dios mío!
—¡Qué alguien llame a la policía, o a los bomberos!

Detrás de la iglesia, una pandilla, alguna pareja y un par de mendigos que intentaban coger el sueño sobre sus cartones.

—¡Mira, ese tío se va a tirar! —gritó un joven al tiempo que le llenaban el vaso
—Pues venga, lléname el vaso, a ver que hace.
—No mires, cariño —dijo el joven al tiempo que le tapaba los ojos y la boca.
—¡Venga, tírate ya o vete! que no hay quien duerma entre los niñatos y tus tonterías.
—¡Vaya capullo!

Pronto se pondrá el sol —pensó.