Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

miércoles, 24 de agosto de 2022

Ejecución

Quasimodo, de Antonie J. Weirtz

Nací sin ojos, lengua, orejas ni nariz, y a mis padres los acusaron de brujería y fueron quemados el mismo día de mi nacimiento. Pude sobrevivir gracias a los cuidados del Gran Inquisidor, que me acogió, como pude comprobar más tarde, para su provecho.

Me obligó a ejercer las tareas más diversas: limpiar, trabajar el huerto, ayudar en las ceremonias o levantar el cadalso, azuzar el fuego y preparar las sepulturas, que yo realicé con humildad y abnegación a pesar de no poder ver, hablar, oír ni oler. Incluso me utilizó de entretenimiento en sus lances cortesanos, demostrando lo que yo era capaz de entender solo con un deseo, un gesto o una mirada suya, y hasta donde había aprendido a controlar mi mente y utilizar mis pensamientos para sobrevivir.

Un día, en un descuido mientras cargaba leña, levanté la cabeza hacia donde sentía su presencia, le dediqué un pensamiento de odio, y dejé de notar su existencia al tiempo él caía inerte en la soledad del jardín del convento.

lunes, 15 de agosto de 2022

Fin de la inocencia

Autorretrato en bola de cristal, de Roberto Montenegro

Entré en la casa la Navidad en que Juanito cumplió un año y su padre me dejó junto a su cuna. Yo disfrutaba con la sonrisa del pequeñín al ver caer la nieve en la bola de cristal en que vivía, hasta que se quedaba dormido. Pasaron los años y aún continuaba jugando conmigo, pero un día de Reyes, ya cumplidos los nueve años, de un manotazo, tiró mi mundo al suelo, se rompió la bola, se desperdigó la nieve y yo quedé tendido en la alfombra. Quise esconderme pues iban a llegar los Reyes, y descubrí entonces decepcionado que eran sus padres, que amenazaban con pisarme sin querer. Hui al jardín a buscar al Ratón Pérez que unos días antes le había dejado un regalo al niño, pero me encontré una inmensa rata de alcantarilla. Ya nunca pude volver a mi bola de cristal.

sábado, 13 de agosto de 2022

Sentidos

Dos personas, de Edvard Munch

Ella escuchó cómo sus pasos se acercaban con decisión, y tembló. Él, conforme avanzaba, disfrutó de su suave olor a lavanda que lo transportó a un idílico campo verde y malva. Ella cerró los ojos, y él notó que le acariciaba la brisa suave de sus pestañas. Él sonrió y ella sintió cómo el leve sonido de sus labios la llevó hacia mares lejanos mecida por el vaivén de las olas. Ambos, antes de iniciar su paseo, se dieron la mano y soltaron sus bastones blancos como cualquier otra hermosa tarde de primavera.

martes, 9 de agosto de 2022

María se asomó a la baranda del puente

Muchachas en el puente, de Edvuard Munch

María se asomó a la baranda del puente. Debajo, un viejo acordeonista tocaba Corazón, corazón y unos chavales lo rodeaban y bailaban al ritmo se la música entre los naranjos que daban sombra al paseo. En el río, un albur sacó la cabeza, movió la cola y se marchó chapoteando en el agua.

María se asomó a la baranda del puente y se quedó un rato mientras martilleaba con sus dedos impacientes al ritmo de Corazón, corazón que, abajo, entre los naranjos y rodeado de pequeños, tocaba un viejo acordeonista. Distraído siguió con su pensamiento a un albur que río abajo chapotaeaba y colmaba su sosiego.

María se asomó a la baranda del puente. Debajo, paralela al río, una fila de naranjos enriquecía la luz fría de los adoquines húmedos y verde de la corriente. Un viejo acordeonista y cinco niños bailaban y daban vida a un cuadro impresionista nunca pintado, y en el río, un rápido albur plata dibujaba sobre la corriente un camino de espuma hacia Dios sabe dónde.