Muchachas en el puente, de Edvuard Munch |
María se asomó a la baranda del puente. Debajo, un viejo acordeonista tocaba Corazón, corazón y unos chavales lo rodeaban y bailaban al ritmo se la música entre los naranjos que daban sombra al paseo. En el río, un albur sacó la cabeza, movió la cola y se marchó chapoteando en el agua.
María se asomó a la baranda del puente y se quedó un rato mientras martilleaba con sus dedos impacientes al ritmo de Corazón, corazón que, abajo, entre los naranjos y rodeado de pequeños, tocaba un viejo acordeonista. Distraído siguió con su pensamiento a un albur que río abajo chapotaeaba y colmaba su sosiego.
María se asomó a la baranda del puente. Debajo, paralela al río, una fila de naranjos enriquecía la luz fría de los adoquines húmedos y verde de la corriente. Un viejo acordeonista y cinco niños bailaban y daban vida a un cuadro impresionista nunca pintado, y en el río, un rápido albur plata dibujaba sobre la corriente un camino de espuma hacia Dios sabe dónde.
Me gusta pero no lo entiendo del todo. El tiempo pasa, al parecer solo para el albur.
ResponderEliminarBusca tu sitio, sácale todo el partido a lo que ves y a tu imaginación, relájate, disfrútalo, cierra los ojos, respira profundamente y, si pasa un albur, o una ráfaga de aire, o un rayo de luz o de tormenta, o un sueño... agárrate a su rastro y síguelo.
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