Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 30 de octubre de 2015

Algo había cambiado.

Tras una larga ausencia, se sentó a tomar un café en el bar de la plaza del pueblo. Parecía que no hubiera pasado el tiempo: el camarero era el de siempre y la clientela la habitual, con más canas y algunas ausencias, el sol comenzaba a alumbrar tímidamente la fachada rosa de la casa de enfrente, las farolas aún permanecían encendidas dando un ambiente cálido a la plaza, solo roto por el ruido de algún coche o el ladrido de un perro, y las palomas revoloteaban alrededor de la fuente.
Terminado el café, dejó unas monedas en la mesa, cruzó la plaza entre los naranjos y las cuatro palmeras que delimitaban la zona ajardinada, y se acercó a la esquina, al puestecillo en que de niño compraba chucherías y pasados los años el único cigarrillo que la salud y su familia le permitían, y que se fumaba con el anciano quiosquero, mientras mantenía una intrascendente conversación sobre fútbol o el tiempo.

Al llegar a la esquina y ver el quiosco cerrado, notó el profundo silencio de la ausencia y su desazón se convirtió en añoranza.

Quisco en la plaza del Corrillo de Salamanca, de Marta Ferreras

Pago en especie (la cuentacuentos)

El conductor del autobús estaba terminando otra anodina jornada de trabajo y, cansado de la rutina diaria de atascos, semáforos e impersonales saludos y despedidas, volvía camino del garaje. Hacía un repaso mental del día cuando vio a una joven, que levantaba la mano reclamando que parara para subir. El conductor frenó y la observó, era una joven delgada, vestida como si hubiera salido de un cuadro costumbrista de principios del siglo pasado y que le sonreía complacida antes de acceder al autobús.
Sólo queda una parada para llegar al garaje, le dijo, pero la joven le contestó que no importaba, que le venía bien, y se dispuso a pagar el billete.
Son dos euros, le requirió mientras cerraba las puertas, y la joven, para su sorpresa le contestó que no los tenía y le ofreció una bolsa llena de semillas, al tiempo que le explicaba -si planta estas semillas, verá brotar el bosque de Blancanieves, con éstas crecerán los hermosos jardines del palacio de Las Cenicienta,  de éstas nacerán grandes habichuelas que llegaran al cielo…- y así siguió hasta el final del trayecto.

El conductor, deseando llegar a casa, prefirió no discutir y las cogió de mala gana, A la mañana siguiente, quizás recordando la dulce mirada de la muchacha y las dudosas propiedades que atribuía a cada una de las semillas, decidió plantarlas y esperar a ver que pasaba.


Unas semanas más tarde, al salir de casa y mirar el jardín, observó asombrado que, tras años de silencio, había renacido su imaginación.

Pescadores de sueños, de Juan Fernández.

viernes, 23 de octubre de 2015

Pasatiempo

El juego parecía fácil, consistía en utilizar dos vocablos y, usándolos como verbo, sustantivo o cualquier otra forma gramatical, redactar dos frases con distinto significado. Por ejemplo:
- Me muero se sueño.
- Soñé que me moría.

Resuelto el problema, haría lo mismo con tres palabras:
- No me canso de mirar tus ojos.
- Tus ojos cansados de miran.
- Noté tu cansancio al mirarte los ojos.

O redactar cuatro locuciones con el mismo número de vocablos:
- Volví a Jaén en busca de mis recuerdos.
- Vuelvo de Jaén sin los recuerdos que buscaba.
- La búsqueda de mis recuerdos, hizo que volviera a sentirme de Jaén.
- Por mucho que busque entre mis recuerdos, no me devolverán Jaén.

Y así seguí hasta conseguir, con treinta palabras, redactar otros tantos textos.


En ese momento sentí que ya podía entrar en la carrera política para la que tanto tiempo me había estado preparando.

El acta de la anterior: Salón de Sesiones del Senado, en 1906, de Astenio Mañanós.

Avaricia

Marcos tenía lo justo para comer, incluso algunos días sólo podía cenar un mendrugo de pan. Había trabajado en la banca, pero una mala inversión lo llevó a esa situación de pobreza y soledad.

Un día, al volver de un comedor social, se encontró con una carta en el buzón. Al abrirla pudo leer que había heredado de un tío suyo dos pisos y un chalet. Era su salvación, con la venta de esos inmuebles se resolvería su problema económico y, con ese convencimiento, se puso a buscar antiguos compañeros para sacar las propiedades a la venta cuanto antes.

Recibió ofertas que para sus amigos y para él mismo eran razonables. En poco tiempo encontró compradores para los pisos y el chalet, pero no podía dormir tranquilo. Subió el precio de venta, y los posibles compradores parecía que seguían interesados, volvió a subirlo y aceptaron a regañadientes, entonces pensó en subirlo una tercera vez, pero decidió simplemente no venderlos.

“Querían aprovecharse de mí”, se decía mientras cenaba un mendrugo de pan.

Cabeza de mendigo, de Ignacio Zuloaga.




viernes, 16 de octubre de 2015

Mirando atrás

Decidí comerme la moneda de chocolate que guardaba desde niño. Al retirar la fina lámina dorada que la cubría, observé atónito que el monarca también había envejecido.

Tales you lose, de Andre Levy

Honestidad

El puñetero ojo de la cerradura le permitió asomarse al cuarto oscuro y pudo ver en un rincón a su conciencia agonizante.
Fue tal el impacto, que ese mismo día decidió abandonar su escaño.

El cuarto oscuro, de Antoni Tapiés


viernes, 9 de octubre de 2015

Pelillos a la mar

Así se llamaba en nuevo programa, que sin duda atraería a los telespectadores a "Tele 10", que estaba pasando por unos niveles bajísimos de audiencia.
Habían dispuesto todo, un escenario espectacular, un presentador simpático y alegre rodeado de dos azafatas esculturales, y un público dispuesto a aplaudir y disfrutar con las ocurrencias de los participantes.
Aunque el formato no se diferenciaba mucho de cualquier otro concurso, lo que lo hacía único era el contenido y los premios, para lo cual tuvo que conseguir un difícil acuerdo con el Ministerio de Justicia.
Desde hacía semanas se anunciaba en la cadena y en los periódicos la presencia de maltratadores convictos que estuvieran dispuestos a participar, para aligerar su pena y, de camino, con su ejemplo, concienciar a la población. La dinámica era simple: cada concursante debería justificarse ante un riguroso jurado,  pedir perdón a la mujer maltratada y hacer un acto de contricción; si convencía al jurado, conseguía el perdón de la mujer y si el arrepentimiento parecía real, se le perdonaría la pena pendiente y se le abonarían cien mil euros, que debería compartir con la mujer maltratada.
Las opiniones entre la audiencia fueron variadas, para unos era un refuerzo positivo para la reinserción del delincuente y una ayuda para la mujer, para otros era una humillación que aumentaría los casos de maltrato y un escándalo al convertir un drama en un espectáculo televisivo, bajo la tutela de una Justicia que no sabía cómo abordar el problema.
Se recibieron miles de solicitudes, lo que achacaron a la facilidad con que podría conseguirse el premio, por lo que a instancias del Ministerio, los promotores decidieron  anular las inscripciones recibidas hasta ese momento y redactar unas nuevas bases, añadiendo: Si un concursante volviera a recaer, se  publicará en la prensa y televisión, se multiplicará su pena por cinco y tendría que darle la totalidad del premio en metálico a la mujer.

Las nuevas bases acabaron con la polémica. No se presentó nadie, era demasiado riesgo.

Unos cuantos piquetitos, de Frida Kahlo.

Autorretrato

Frente al espejo cogió la paleta y la manchó de rojo bermellón, verde esmeralda, cian y siena tostada. Trazó en el lienzo y trazó líneas sinuosas con sus arrebatos, proyectos, sueños y desencantos y lo completó con los colores de sus sentimientos.


Cuando enseñó orgulloso su obra, no lo reconocieron.

Paleta del artista, de Joan Marti

viernes, 2 de octubre de 2015

Julia

Notó como cada gramo de la comida que le había servido su madre se distribuía por todo su cuerpo, hasta deformarlo.

Tras una corta ausencia volvió al silencio de la mesa, donde solo quedó una mirada de culpa y otra de reproche, y sobre cada plato, una lágrima de impotencia.

La malattia dellanima, de Bogi-Fabian

Mirando al mar

La frágil embarcación iba cargada de sueños y esperanza, pero un torpedo de realidades impidió que llegara a su destino. En el muelle seguía la rutina diaria mientras él, haciendo trazos ilegibles sobre la inhóspita superficie del mar, esperaba escuchando en silencio las noticias.

Muelle, de Ezequiel Barranco Moreno