Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 30 de marzo de 2018

Magical Mystery Tour

Magical Mystery Tour. Portada del disco de los Beatles

Nació y vivió en Senegal, pero allí no había nada que comer. No tenía trabajo. La guerrilla le había arrebatado a su familia. Tuvo que huir para que no lo reclutaran. Se escondió. Pasó hambre y frío. Cruzó la frontera con lo poco que tenía. En Mauritania sobrevivió vendiendo sus escasas pertenencias. En Marruecos trabajó de sol a sol para cruzar el estrecho. Se montó en una patera junto a otros veinte subsaharianos. La barca zozobró y naufragó. Lo rescataron en aguas marroquíes. Lo esclavizaron. Pudo escapar y  consiguió subir a otra patera. Llegó a la costa de Cádiz. Escapó de los guardacostas. No tenía papeles. Caminó de noche hasta llegar a Huelva. Se escondió. Contactó con otros inmigrantes. Consiguió trabajo. Recolectó fresas desde el amanecer hasta el ocaso. Al final de la jornada le pagaron quince euros. Se fue a dormir al suelo de un cortijo silbando Stramberry Fields Forever.

viernes, 23 de marzo de 2018

Camino de la Tierra Prometida

Jonás en el vientre de la ballena. Anónimo, ilustración

Todos sus compañeros de aventura fallecieron de hambre, sed o frío durante la travesía. Sirhan, que se había preparado a conciencia y supo dosificar el agua y el alimento, fue el único superviviente, y ya podía ver en el horizonte la ansiada costa siciliana.
Se desató entonces una tormenta que hizo zozobrar a la patera y lo arrojó al mar. Justo en ese momento un monstruo emergió del fondo del mar, y se lo tragó.
Intentó escapar, pero ni las oraciones —como a Jonás—, ni el fuego —como a Pinocho—,  lo pudieron liberar.
Las ballenas de ahora son mucho más voraces.

viernes, 16 de marzo de 2018

Riesgo calculado

Cabeza de hombre II, de Alberto Giacometti,

Sabía que esa travesía era peligrosa, la había hecho en muchas ocasiones, pero era consciente de que cada vez las dificultades eran mayores y que cualquier descuido podría ser mortal.
Miró hacia ambos lados y vio que el camino, aunque despejado, no estaba exento de peligro, ya que la velocidad del atacante es mucho mayor mientras menos gente transita y, además, a la temprana hora en que quería pasar, el sol le deslumbraba por la izquierda y la visibilidad por la derecha era escasa.
Se situó en el punto más cercano y conocido antes de decidirse a cruzar y analizó detenidamente las señales. Solo disponía de sesenta y dos segundos para alcanzar el destino y en los últimos intentos, aunque habían sido exitosos, había tardado sesenta y uno.
Vio la señal, acompañada de un suave tintineo y se decidió a cruzar. Llegó a su destino a los sesenta y cinco segundos. Gracias a Dios el conductor que venía por la derecha fue condescendiente y ni siquiera hizo sonar el claxon, aunque, al pasar junto a él, gritó: "¡Abuelo, que se le ha puesto en rojo!"

viernes, 9 de marzo de 2018

Siempre presente

Danza de la muerte, de Rodrigo Santiago

Formábamos un buen trío. Cuando me acerqué a la ellos, su relación era difícil, discutían por cualquier banalidad, llegando a veces a las manos. Ninguno de los dos cedía nunca, y allí fue donde intervine yo. Hablé con él para que se mantuviera firme e impusiera sus razones, pero con tranquilidad, y a ella la orienté de la misma forma, aunque le recomendé que tuviera paciencia, especialmente cuando él llegaba cansado o en esos días en que había bebido más de la cuenta. Ella fue más dócil y poco a poco, sin darse cuenta, se me fue entregando, mientras él seguía con sus salidas nocturnas. A veces la relación mejoraba y parecía que me daban de lado, pero aunque me ignoraran, yo siempre estaba allí.
Un día, como otros tantos, él llegó borracho y ella se lo recriminó. Eso lo volvió loco, comenzó a golpearla y la apuñaló más de diez veces. Lo único que pude hacer, terminada mi labor, fue cubrirla con mi capa negra y llevarla junto a otras tantas que he recogido a lo largo de la Historia.


8 de marzo. Día de la mujer

viernes, 2 de marzo de 2018

Marzo

Jardín, de Ezequiel Barranco

Érase de un marinero que hizo un jardín junto al mar, y se metió a jardinero. 

Corrían los años cuarenta, el invierno se alejaba poco a poco y la tierra despertaba con los días alegres y frescos de la pronta primavera.
Limpió el huerto de hierbas, cortó y preparó los esquejes —las rosas, siempre tan delicadas, requerían un mino especial—, podó los perales y los manzanos, preparó el compost y comenzó la labranza.
Pronto chocó el arado con algo inesperado y diversos huesos aparecieron entre la tierra. Siguió arando pensando que eran de algunos animales, pero comenzaron a aflorar restos de ropas raídas, zapatos viejos, boinas, una muleta, un azadón y un capazo lleno de olivas.
Tuvo que prestar mucha atención para notar el olor del miedo, el sabor salado de las lágrimas que empapaban la tierra, los gritos que la brisa dejaba oír, la angustia entre las malas hierbas, y la desesperación en las raíces secas de los árboles frutales.

Estaba el jardín en flor, y el jardinero se fue por esos mares de Dios. 

A Antonio Machado