Ese año el matrimonio y su hijo alquilaron una
casita rural en un aislado pueblo de montaña de once habitantes: el dueño de la
casa y su mujer, dos agricultores, una pareja de hippies y sus tres retoños,
una viuda loca y el alcalde. Como eran los primeros turistas que visitaban la
aldea, los miraban con curiosidad, a veces con cierto descaro que llegaba a
resultar molesto. La primera noche que pasaron allí llegó a ser algo
angustiante, ya que se dieron cuenta que escudriñaban a través de los visillos
de la ventana o entre las lamas de las persianas. Cerraron la casa a cal y
canto y por miedo, quizás inmotivado, no volvieron a salir.Campos de Alcaudete, de Alfonso Parras
Pocos días después, una mañana, llegaron al
pueblo otra pareja, con su hija pequeña y la abuela, para para disfrutar de la
tranquilidad del pueblo, con sus típicas casitas, magníficas vistas de la
montaña, y sus catorce habitantes.
¡Qué mal rollo!
ResponderEliminarEso suena al "patio de vecindad que nadie alquila"
Sí, hay patios en los que tienes que huir o aprender a covivir.
EliminarEl pueblo de irás y no volveras... qu eyuyu
ResponderEliminarIrás y no volverás, para bien o para mal.
Eliminar