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Don Quijote, de Honoré Daumier |
Manolito tenía nueve años y era el menor de cinco hermanos. Su padre,
un hombre arrogante y malhumorado, parecía que disfrutaba presentándolos a sus
amigos cuando se juntaban: José maestro, Pedro médico, Juan dueño de una
zapatería, Felipe en segundo de arquitectura, y Manolito tonto. Ya se había
acostumbrado al desprecio y, a veces, incluso pensaba que tenía razón. Cuando
se miraba al espejo —contrahecho,
enano, gibado y siempre con un hilo de baba resbalando desde la comisura del
labio—, se
decía «eres tonto».
Nunca fue al colegio
ni salió solo a la calle, y no tuvo amigos. Solo convivía con su padre y
Felipe, el único de sus hermanos que seguía en la vivienda familiar. Poco a
poco se fue refugiando en su cuarto, y allí disfrutaba de la lectura de cuentos
y novelas de aventuras en las que él —alto,
corpulento y bien parecido—, era
el protagonista. Cuando no leía se dedicaba a su otra afición, jugar con lo que
él llamaba sus tesoros, que guardaba en su armario bajo llave. Allí había
acumulado los más diversos objetos que, por un u otro motivo, le habían llamado
la atención y le servían para soñar con su otra vida de valiente aventurero.
Tenía juguetes de su infancia, una escoba pintada con purpurina, una vieja
navaja, lápices de colores, una bacinilla dorada, y disfraces de indio, de
vaquero, de astronauta y de príncipe, entre otras cosas.
Un domingo en que su
padre y Felipe lo dejaron solo, aprovechó para abandonar su territorio y
disfrutar del salón. Salió del cuarto montado en su caballo de madera —Rocinante—, se
puso la bacinilla a modo de casco, sujetó su escoba a la que ató una navaja, se
ciñó la armadura de romano, y cogió la espada láser que le habían regalado en
su último cumpleaños. Bien pertrechado, sin bajarse del caballo, a las tres en
punto de la tarde, encendió la televisión, sintonizó las noticias, y atacó
decidido al mundo.
De los libros de caballerías a las mentiras de la televisión. Es simplemente evolución temporal.
ResponderEliminarSí, simplemente evolución, aunque en ocasiones parecen vas veraces y justas las hazañas de caballería que las palabras de la televisión.
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