Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

sábado, 25 de julio de 2020

El benjamín

Don Quijote, de Honoré Daumier

Manolito tenía nueve años y era el menor de cinco hermanos. Su padre, un hombre arrogante y malhumorado, parecía que disfrutaba presentándolos a sus amigos cuando se juntaban: José maestro, Pedro médico, Juan dueño de una zapatería, Felipe en segundo de arquitectura, y Manolito tonto. Ya se había acostumbrado al desprecio y, a veces, incluso pensaba que tenía razón. Cuando se miraba al espejo contrahecho, enano, gibado y siempre con un hilo de baba resbalando desde la comisura del labio, se decía «eres tonto».
            Nunca fue al colegio ni salió solo a la calle, y no tuvo amigos. Solo convivía con su padre y Felipe, el único de sus hermanos que seguía en la vivienda familiar. Poco a poco se fue refugiando en su cuarto, y allí disfrutaba de la lectura de cuentos y novelas de aventuras en las que él alto, corpulento y bien parecido, era el protagonista. Cuando no leía se dedicaba a su otra afición, jugar con lo que él llamaba sus tesoros, que guardaba en su armario bajo llave. Allí había acumulado los más diversos objetos que, por un u otro motivo, le habían llamado la atención y le servían para soñar con su otra vida de valiente aventurero. Tenía juguetes de su infancia, una escoba pintada con purpurina, una vieja navaja, lápices de colores, una bacinilla dorada, y disfraces de indio, de vaquero, de astronauta y de príncipe, entre otras cosas.
            Un domingo en que su padre y Felipe lo dejaron solo, aprovechó para abandonar su territorio y disfrutar del salón. Salió del cuarto montado en su caballo de madera —Rocinante—, se puso la bacinilla a modo de casco, sujetó su escoba a la que ató una navaja, se ciñó la armadura de romano, y cogió la espada láser que le habían regalado en su último cumpleaños. Bien pertrechado, sin bajarse del caballo, a las tres en punto de la tarde, encendió la televisión, sintonizó las noticias, y atacó decidido al mundo.

2 comentarios:

  1. De los libros de caballerías a las mentiras de la televisión. Es simplemente evolución temporal.

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    1. Sí, simplemente evolución, aunque en ocasiones parecen vas veraces y justas las hazañas de caballería que las palabras de la televisión.

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