Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

domingo, 6 de septiembre de 2020

Paseo Marítimo 23 - II: El vecino del séptimo

Atardecer en el puerto, de Stephen Robert Koekkoek

Mariano había alquilado un piso de vacaciones en la séptima planta del bloque de apartamentos, y le gustaba asomarse al balcón y tomarse una cerveza cuando el sol se ponía para hablar con él y despedirse hasta el día siguiente. Se quejaba siempre de las molestias que le causaban las alborotadoras gaviotas que subían a hablar con el vecino del noveno, pero procuraba obviarlas.

Le contaba sus cosas, cómo había ido el día, lo qué había almorzado, las peleas con su jefe, en fin, su rutina diaria. Lorenzo, que así lo llamaba, por su parte contestaba a su manera, se ponía excepcionalmente rojo cuando algo iba mal, se tapaba con un nimbo una parte para guiñarle y desearle suerte, se ocultaba tras las nubes cuando algo le disgustada, o se teñía de vivos tonos naranjas y amarillos los atardeceres de sueños de amor imposible con Catalina, a la que nunca podía alcanzar.

Se hicieron muy amigos. Nunca faltó Mariano a su cita con el ocaso, que cada día le gustaba más, y finalmente supo, pasados los años, que a Lorenzo también le gustaba acompañarlo en su crepúsculo.

2 comentarios:

  1. Es bonito comunicarse y conversar con la naturaleza y que ésta te responda, escuché tus cuitas, tus alegrías y tus penas.
    También que ella te cuente cosas a tí aunque, a veces sea algo monótono. Lo que más interesa son las prendas por no poder alcanzar nunca a Margarita. Eso produce gran tristeza.
    Aunque yo la recordaba como ¿Catalina?

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  2. Cuando uno se comunica con la naturaleza y escucha su eco, en realidad se está comunicando consigo mismo.
    Por cierto, lo de Margarita era un error ya corregido, era solo una intrusa.

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