Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

miércoles, 27 de mayo de 2015

El diario

Estaba terminando de vaciar la casa de su padre, fallecido algunos años atrás, y recogiendo con dolor y cierta curiosidad los papeles que quedaban en la mesa de su estudio, cuando descubrió los diarios que había ido rellenando y guardando los últimos años de su vida.
Él lo recordaba como una persona ordenada y meticulosa, algo autoritaria y muy recelosa de su intimidad. Añoraba los desayunos de familia cuando cada mañana, abría su diario, leía lo que tenía que hacer y le recordaba sus obligaciones.
Comenzó a leerlos al azar. La letra de los más antiguos era dura y decidida y los diarios estaban llenos de citas: Conciertos, reuniones de trabajo, comidas, temas pendientes, etc., pero conforme pasaban los años, las páginas iban quedándose vacías. Al final sólo algunas referencias a su jubilación, algún homenaje o las comuniones o cumpleaños de sus nietos. Incluso notó que faltaban los diarios de varios años.
Le sorprendió el diario del año de su fallecimiento, estaba aparte y muy usado. En él había seguido anotando los eventos familiares, mezclándolos con citas para radiografías y analíticas, así como horarios y teléfonos de algunos especialistas. Después, hojas sin usar que coincidían con sus periodos de hospitalización y que volvían a estar rellenas a partir de frases como “vuelta a casa”, “alta por fin”…
A partir del último ingreso, sólo una nota repetida cada día, que con letra cada vez menos clara, repetía: “Vivir, vivir, vivir…”

 Las manos de toda una vida, de Juan José Puebla

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