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Puerto de Magón |
El
primer violín hizo un gesto casi imperceptible, y el cuarteto número quince de
Beethoven comenzó a sonar en el muelle. El público, que seguía ensimismado las
melódicas notas de la obra, notó que se levantaba una suave brisa, y que los
barcos comenzaban a balancearse al ritmo de las olas. Parecía que el viento y
el oleaje se encrespaban o calmaban siguiendo la partitura, y los mástiles de
las embarcaciones ejecutaran una danza, al ritmo que marcaban las cadenas,
banderas y cuerdas.
Terminada
la interpretación, las aplausos, que parecían dirigidos más al mar que al
propio director, obligaron a éste a hacer un bis. El cuarteto, decidido y
valiente, abordó la Fuga, y el
espectáculo se repitió ante la obra postrera del inmortal genio. El viento
arreció, el oleaje se volvió violento y anárquico, arrastrando bancos, toldos,
velas y hasta al propio escenario. Un trueno anunció la lluvia mientras los
músicos continuaban sin detenerse ante las inclemencias. Los mástiles
comenzaron a chocar entre ellos, los barcos fueron arrastrados por el oleaje, y
quedaron a la deriva o se hundieron y destrozaron contra el espigón, y el
público huyó hacia un lugar más seguro. Cuando terminaron de sonar las últimas
notas, el muelle estaba destrozado, los barco hundidos, y el embravecido mar
comenzó a calmarse.
La prensa, al día siguiente, se hizo eco de lo
ocurrido: «Una tormenta tropical causa graves desperfectos en el puerto».
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