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La mesa del salón |
Los rincones vacíos de la casa ya desmantelada
estaban ocupados por papeles, cajas de zapatos, libros y otros objetos, ahora inservibles.
Me senté en una de las esquinas del salón, en espera de que el funcionario me
obligara a dejar la casa, y rememoré la disposición de los muebles, Sobre la
mesa un viejo macetero, mis pinceles, un libro a medio leer, y un marco con la
foto de los abuelos.
Cuando oí que llamaban a la puerta, cogí mi osito de
peluche, mi primera bicicleta, las notas del colegio, el anillo, y una maleta
repleta de fotos. Me aferré a unas flores que había dejado junto al retrato en
blanco y negro de mi madre y, cerrando los ojos, sentí como me arropaba entre
sus brazos.
Habían pasado cuarenta años desde que le di el último beso.
No se olvidan los lugares, no se olvidan las casas (las cosas)
ResponderEliminarMucho menos se olvida el último beso a tu madre o a tu padre -siempre con frío en los labios-
No se olvida el primer beso.
No se olvida el primer beso a un hijo.
Y debe ser terrible no olvidar -no poder olvidar- el último beso ( ya frío ) a un hijo.
La memoria, a lo largo del tiempo, siempre es selectiva.
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