Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 14 de diciembre de 2018

Licor de tinta carmesí

Cocina, de Alejandro de Loarte

Gregorio no paraba de engordar y, al llegar a los doscientos kilogramos, el psicólogo le impuso un plan muy estricto a base de agua y verduras, que nunca llegó a cumplir. Había descubierto que aplastando pasteles los transformaba en finas hojas de papel, las hamburguesas machacadas parecían ceniceros, la masa de las pizzas enrollada imitaba a un cirio y unas gotas del tintero rojo sobre su aguardiente preferido le daban un aspecto semejante a un jarabe para la tos. Así consiguió tener siempre comida, acabar con un digestivo y satisfacer su irreprimible gula.
Un día su madre lo descubrió y le puso una cuidadora para que lo vigilara las veinticuatro horas del día. María, que así se llamaba, aunque era muy austera e inflexible, se mostraba cariñosa, y conforme se fue ganando su confianza, Gregorio le devolvía las atenciones y el afecto; y se lo agradecía con caricias, abrazos y apretones, aunque ella mantenía una prudente distancia. Tanta fue la atracción que un día la besó, lamió, chupó, mordió, masticó y saboreó, hasta que solo quedaron los huesos de su jugosa ternerita.

2 comentarios:

  1. No es fácil controlar el hambre, la sed... La gula.
    No es fácil controlar los deseos.
    No es fácil controlar la aficiones.
    No es fácil controlar las adicciones.

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