Combate entre don Carnaval y doña Cuaresma, de Pieter
Brueghel
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La charanga anunciaba la inminente llegada de la gran
cabalgata, y el público ya abarrotaba
las gradas con un aire festivo. Tras la banda llegó la primera carroza con un
gran meteorito rodeado de hombres y mujeres que se contoneaban al ritmo de
tambores y despertaban el entusiasmo de todos los asistentes. A continuación,
cien mujeres vestidas con una toga, diez músicos tocando el arpa y la carreta
de la bacanal. Detrás, grupos de bárbaros tiraban piedras a las romanas para
regocijo de bretones y vikingos que se peleaban por comer los muslos del león
que habían matado en la carroza del circo. Con palmas y campanas desfilaban
niños cantando Hosanna seguidos de mujeres recién paridas y hombres barbudos
montados en burros, que precedían a una austera carroza con una cruz, llevada
por cientos de prominentes. El ambiente volvió a caldearse cuando Venus
apareció saliendo de una gran piscina sobre dos conchas mientras el viento
intentaba quitarle el pelo y dejar al aire sus vergüenzas. La música
desenfrenada de las dulzainas acompañaba a la escena y hacía bailar a jóvenes
que, sin pudor y solo un velo despertaban la concupiscencia de los asistentes.
Hubo parte del público que intentó abalanzarse sobre ellas, pero la guardia del
la Carroza del Duce se lo impidió. Todo volvió a la calma con los monjes y sus
cantatas, que aunque seleccionaron las más animadas, no llegaron a gustar a un
público ya borracho. Una inmensa catedral gótica a través de cuyas ventanas se
veían curas y abades corriendo detrás de las monjas y delante de los demonios
devolvió el ánimo a los asistentes que llegaron al éxtasis con la presencia de
indígenas, hombres y mujeres desnudos, traídos de todo el mundo y numerados
para una rifa que se celebraría a final de la cabalgata.
La fiesta recuperó todo su apogeo con la banda de la
bacanal. En la carroza hombres y mujeres mezclaban sus cuerpos sudorosos e
invitaban a los asistentes a sumarse a la fiesta, mientras ninfas, faunos y
elfos se subían a las gradas y hacían partícipe de la fiesta a quien quisiera
sumarse a la orgía. Tanto fue el alboroto que tuvo que intervenir la policía,
aunque ésta también sucumbió a la tentación.
Un grupo de comensales borrachos rodeaban una mesa rodeada y destrozaban
a dentelladas una vaca asada y pastores y agricultores, repartían vino en
abundancia. Una banda de pulcros caballeros vestidos de chaqueta y corbata
obsequiaban billetes y un sobre sorpresa a aquellos que vieran su nombre en la
gigantesca ruleta de la penúltima carroza.
El público ya había saltado las vallas y la bebida, la
lujuria y la avaricia empezaban a hacer estragos, acabaron con todo el vino,
persiguieron y violaron a las ninfas y a cualquier mujer del cortejo, atracaron
a los banqueros y destrozaron la ruleta.
En pleno caos sonaron las fanfarrias y aparecieron ejércitos
y banderas de todas las naciones y tantos aviones que ensombrecieron el cielo.
La gente quería huir pero la milicia se lo impidió, Hubo estampidas, peleas,
pillaje y muerte y entonces, bajo el estruendo de las bombas, rodeada de cuerpos
inertes, sangre y miembros amputados, apareció una gran carroza con una anciana
vestida de negro, enjuta, omnipotente e insensible, que cerró la comitiva.
La historia de la humanidad. Cíclica y repetída hasta la saciedad.
ResponderEliminarLa famosa elipse del tiempo.
Hasta el apocalípsis que interrumpa el ciclo
Pues eso, carnaval.
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